jueves, 25 de mayo de 2017

El aguacate


El precio a que se venden los aguacates en estos días los ha convertido en artículo de lujo. Tal vez ello incida en cierta tristeza colectiva y es que sin guacamole la vida ya no es la misma.

Dicen los que saben que la palabra auacatl en náhuatl significa testículo debido a la forma del fruto. Las cosas no le han sido fáciles y Rafael López comenta que han debido sortear obstáculos para llegar a ser aceptados puesto que “los aguacates de fúnebre ropaje, tan calumniados antaño por los diccionarios (…) [que] afirmaban de esta fruta que tenía la particularidad de que se desechaba su carne y se comía sólo el hueso.” Hueso donde por cierto –según Juan Villoro- parece estar la clave para develar un misterio insondable: “el aguacate ya rebanado que entra con todo y hueso al refrigerador dura más.”

Puede que la ausencia –que esperemos sea breve- del aguacate en nuestras mesas no sólo represente una contrariedad para el paladar si es que damos crédito José N. Iturriaga en cuanto “(…) los ya históricos reconocimientos al aguacate, al jitomate y al chocolate (tres palabras de origen náhuatl, tres generosas aportaciones de México al mundo, tres viagras virreinales) (…)”.

Concluyamos esta breve semblanza del aguacate con una breve obra maestra de la autoría de José Moreno Villa.

El fruto más pulido, más comedido, más bien educado que yo conozco es el aguacate. Viste un pellejo liso y negro como de hule fino. Tiene un solo hueso o semilla, casi tan grande como el total de su cuerpo. Y la carne es una mantequilla verdosa que no se adhiere al hueso. No tiene, pues, jugo que chorree, dureza que esquivar, acritud ni dulzura excesivas.

Asiste razón a Moreno Villa cuando agrega que “lo más opuesto al aguacate es el mango, fruta chorreosa, sumamente rica en jugo y con una carne que apenas puede separarse del hueso”.

                                  

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