El precio a que se venden los aguacates
en estos días los ha convertido en artículo de lujo. Tal vez ello incida en
cierta tristeza colectiva y es que sin guacamole la vida ya no es la misma.
Dicen los que saben que la palabra auacatl en náhuatl significa testículo
debido a la forma del fruto. Las cosas no le han sido fáciles y Rafael López
comenta que han debido sortear obstáculos para llegar a ser aceptados puesto
que “los aguacates de fúnebre ropaje, tan calumniados antaño por los
diccionarios (…) [que] afirmaban de esta fruta que tenía la particularidad de
que se desechaba su carne y se comía sólo el hueso.” Hueso donde por cierto –según
Juan Villoro- parece estar la clave para develar un misterio insondable: “el
aguacate ya rebanado que entra con todo y hueso al refrigerador dura más.”
Puede que la ausencia –que esperemos sea
breve- del aguacate en nuestras mesas no sólo represente una contrariedad para
el paladar si es que damos crédito José N. Iturriaga en cuanto “(…) los ya
históricos reconocimientos al aguacate, al jitomate y al chocolate (tres palabras
de origen náhuatl, tres generosas aportaciones de México al mundo, tres viagras virreinales) (…)”.
Concluyamos esta breve semblanza del
aguacate con una breve obra maestra de la autoría de José Moreno Villa.
El fruto más pulido, más comedido, más
bien educado que yo conozco es el aguacate. Viste un pellejo liso y negro como
de hule fino. Tiene un solo hueso o semilla, casi tan grande como el total de
su cuerpo. Y la carne es una mantequilla verdosa que no se adhiere al hueso. No
tiene, pues, jugo que chorree, dureza que esquivar, acritud ni dulzura
excesivas.
Asiste razón a Moreno Villa cuando
agrega que “lo más opuesto al aguacate es el mango, fruta chorreosa, sumamente
rica en jugo y con una carne que apenas puede separarse del hueso”.
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