En su libro Puro teatro y
algo más (Barcelona, Alba Editorial, 2002) Fernando Fernán Gómez dicta
cátedra acerca del tema teoría de las
latencias. Pasemos a ver.
Algunos
psicólogos opinan que los individuos tienen un determinado carácter, más o
menos destacado, ostensible, pero también otros muchos caracteres latentes, que
no se han desarrollado. En cuanto al oficio de actor, esto se llama “teoría de
las latencias”. En este oficio podemos percibir, si llevamos el método
Stanislavsky a sus últimas consecuencias, que hay diversas personas en la misma
persona.
Interpretando
de dentro afuera, un actor pobre puede incorporar el personaje de un rico sin
simulación, sin recurrir a datos externos, porque él podría haber sido rico
-por ejemplo, si le hubiese tocado la Lotería- y se habría comportado como tal;
y esa posibilidad ha quedado en él latente. Este actor pobre, cuando se ve en
el trance de incorporar al hombre rico, hurga, rebusca dentro de sí -no en el
subconsciente sino en el consciente- hasta conseguir que aflore el personaje
que habría sido si veinte años atrás le hubiese tocado la Lotería.
Al salir del teatro la función
continúa y sólo los expertos pueden distinguir al actor de quien no lo es, “(…)
que todos somos comediantes, ya lo dijo el latino; y que el mundo era teatro,
también. Pero no se trata de que el hombre común finja, como el actor, sino que
este hombre común cambia, se transforma, sin fingir.” Sin embargo, al imponer
papeles muy exigentes a veces la vida parece estar más sobreactuada que el propio
escenario. “Este hombre riquísimo, una de las mayores fortunas del país, es
hijo de un pobre, un vendedor de periódicos, que con grandes esfuerzos
consiguió darle la carrera de Derecho. ¿Es ahora el mismo hombre que cuando a
los veinte años era un estudiante pobre, hijo de un pobre? No.”
Sostiene Fernán Gómez que Hermann
Hesse también incursionó en la materia dado que “en unas bellísimas páginas de El
lobo estepario desarrolla algo muy parecido a la teoría de las latencias.
El protagonista siente que dentro de sí hay otras muchas personas que no han
llegado a realizarse.”
Como los políticos tienen
mucho que ver con el oficio de las tablas, tal vez haya sido una especie de
solidaridad gremial la que condujo a que Fernando Fernán Gómez saliera en su
defensa.
No
debemos, por consiguiente, pensar que cuando un político, un gobernante al
llegar al poder hace lo contrario de lo que ha prometido es un felón, un
traidor, un hipócrita.
No nos
ensañemos con los desdichados políticos, tan expuestos a todos los peligros, a
todas las agresiones, desde las caricaturas de los humoristas gráficos hasta
las balas de los asesinos a sueldo o de los fanáticos.
Cuando
tenemos la impresión de que algún político nos ha engañado premeditadamente, no
ha ocurrido sino que, al cambiar su circunstancia –“yo soy yo y mi
circunstancia” (Ortega)- para bien o para mal, ha aflorado uno de aquellos
múltiples personajes que latían en su interior, en sus adentros. Pero todos aquellos
personajes eran él mismo.
Según las
peripecias de su vida, los caprichos del azar, el progreso o retroceso
histórico, habría salido a la superficie, desde sus adentros, un estadista
genial, un mártir de la idea, un traidor, un gran economista, un buen
discípulo, un envidioso, un trepa, un pesetero, un multimillonario, un
comunista, un cura, un psicópata, un poeta, un orador, un fascista, un general,
un hedonista, un hombre ejemplar, una víctima de la idea, un idiota, un homosexual,
etcétera, etcétera.
Cualquier
individuo común, no digamos los políticos profesionales, lleva en su interior
un catálogo de personajes y de situaciones tan amplio como el que puede llevar el
actor más profesional.
Y a manera de despedida Fernando
Fernán Gómez pregunta al público asistente a la gran función de la política: “¿El
político que dice ser ‘de centro’ no está ya preparando, de acuerdo con el
método Stanislavsky y la teoría de las latencias, acaso impulsado por el miedo
o la prudencia, su posible evolución hacia la izquierda o la derecha?”
Avisados.
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