Investigadores
que desarrollan su actividad en clínicas del sueño no deberían perder de vista
un análisis que ya tiene sus ayeres. Nos referimos al artículo “El arte de
dormirse, o el arte de aburrirse a uno mismo” de Moritz Gottlieb Saphir
(traducción de Francisco Uzcanga Meinecke) que sin ser reciente -es de 1840-
aporta un enfoque novedoso sobre la materia.
Hay un
arte sublime: dormir a pierna suelta; pero hay otro aún más sublime, más
exigente: dormirse.
Es éste
un arte que sólo puede aprenderse en la práctica, de forma natural. Si uno se
pasa las noches en vela tratando de desentrañarlo, desde luego que no lo
aprenderá nunca.
La
conclusión es que “el arte de dormirse se reduce en realidad al arte de
aburrirse a uno mismo”, de lo que es posible deducir que el insomne está enfermo
de importancia al otorgar un desmedido interés a sus propias elucubraciones.
No hay
mejor prueba del amor propio y de la vanidad de los hombres que cuando
exclaman: “¡No consigo dormirme por las noches!”. Tan sólo atestigua lo mucho
que se entretienen solos, lo amenas e ingeniosas que encuentran sus propias
reflexiones.
Cuando
uno asiste a una reunión de sociedad corre peligro de quedarse dormido en
cualquier instante. Pero si se está solo por la noche en la cama, ocupado con
nadie más que consigo, escuchando lo que se dice a sí mismo, ya sea una
reflexión o un monólogo, entonces se mantiene uno absolutamente despierto y
alerta. ¡Oh, misterios de la vanidad y la presunción! (…)
¿De qué
habla uno con la almohada? ¡De uno mismo! ¡De uno mismo! ¡De uno mismo! ¿Puede
uno dormirse con una conversación tan interesante? Sería una ofensa a uno
mismo, y ¿quién se ofende de forma voluntaria?
A
continuación Moritz Gottlieb Saphir devela una paradoja: hay quienes siendo
capaces de conducir a los demás a un profundo sopor, están muy lejos de
lograrlo consigo mismos.
Conozco a
escritores que logran adormecer a todo el público con la lectura de sus obras;
luego se las leen ellos mismos por la noche, y ni rastro de sueño. Conozco a
personas que cuentan anécdotas de forma compulsiva; si las cuentan en público
la víctima se queda dormida al instante, de pie, la naturaleza entera empieza a
bostezar, la atmósfera se impregna de una somnolencia mortífera; pero cuando se
las repiten a sí mismos, noche tras noche en la soledad de su cama, se
divierten tanto que son incapaces de dormirse.
Me
reafirmo, por tanto en la conclusión de que el mayor impedimento para conciliar
el sueño es el dichoso amor propio.
Conozco
sujetos con un efecto soporífero tal, que si te cruzas con ellos por la calle
no te queda otra opción que buscar apoyo en la primera fachada para echar una
cabezadita hasta que hayan pasado. ¡Y son justo los que se quejan de insomnio!
Deben de huir de sí mismos por la noche y sufrir un trastorno de personalidad.
Estaríamos
errados al considerar a Gottlieb Saphir como teórico del tema cuando, por el
contrario, su conocimiento es vivencial tal como lo deja en claro al final de
su artículo.
No se me
escapa que es una correspondencia algo ilógica: yo mismo estoy ahora desvelado
y trato de arrullarme, y es que escribo estas líneas en la cama –sospecho que
se nota- y no puedo dormirme. (…)
Todos los
lectores a mi alrededor se han quedado dormidos, ¡y yo sigo tan despierto! ¡Es
desesperante! ¡Hasta tres veces he leído lo que acabo de escribir y ni rastro
de sueño! Soy incapaz de producirme aburrimiento. Pasaré la noche en vela. Pero
tú, querido lector, te has dormido ya. ¡Buenas noches!
No hay comentarios:
Publicar un comentario