jueves, 28 de septiembre de 2017

Comunismo sexual


En lucha declarada contra las convenciones vigentes algunos movimientos sociales contestatarios e intelectuales de vanguardia han buscado construir una sociedad libre y equitativa en cuanto a las relaciones sexuales. Sin embargo, y como en tantos otros terrenos, los problemas teóricos fueron más fácilmente resolubles que las cuestiones prácticas; Pascal Bruckner cita un ejemplo de ello  

Dominique Desanti cuenta cómo una comunidad californiana estaba basada en el principio de la rotación sexual: todas las noches, cada uno debía acostarse con algún otro, de manera de establecer una perfecta igualdad. Sólo que la chica gorda y fea cada vez tenía más dificultades para encontrar compañeros; los varones pasaban su turno y ella se encontraba de noche, bajo la galería de la casa, diciendo: “¿Quién me quiere?”. En ese comunismo sexual, las viejas barreras subsistían. 

Podría pensarse que esta preocupación en torno a las relaciones sexuales equitativas surgieron en grupos de jóvenes en los años 60’s del siglo pasado. Nada más lejos de la realidad y Jean-Claude Guillebaud aclara el punto.

Las utopías sexuales siempre han perseguido el imaginario de las sociedades. Desde el origen, los hombres y las mujeres han soñado con una ciudad ideal donde nada contraríe sus deseos, donde prevalezcan el placer del cuerpo y su inocencia. Aristófanes, en La asamblea de las mujeres, trata de imaginar una comunidad de esta especie, gobernada –toda una señal- por las mujeres. Praxágora, la heroína, que arrastra a las atenienses a tomarse el poder, invoca un decreto que instauraba una comunidad de bienes y de sexos. Ya no habrá ni pobres ni ricos, y las mujeres se acostarán como quieran con todos los hombres. Pero Aristófanes está muy atento a la idea de justicia y comprende que tal asamblea conllevaría posiblemente una injusticia más grave: la que castigaría irremediablemente a los feos y a las feas, que quedarían descalificados ante la crudeza de los deseos libres, mientras los bellos y los fuertes se beneficiarían exclusivamente de una nueva libertad. 

En la obra de Aristófanes –citada por Guillebaud- solo queda hacer frente a esta inesperada dificultad con una variante de discriminación positiva.

La cabecilla de La asamblea de las mujeres, por afán de justicia entonces, hace adoptar una ley complementaria, que establece expresamente, en beneficio de los desgraciados y los torpes en el amor, lo que hoy llamaríamos una “discriminación positiva”. Las mujeres podrán entregarse libremente a los bellos y a los grandes, pero solo después de haber concedido sus favores a los pequeños y feos. Del mismo modo, los hombres deberán servir sexualmente primero a las viejas y feas. Admirable intuición griega que deja al aire nuestra torpeza contemporánea. Mediante ese sencillo codicilo teatral, Aristófanes recuerda que en materia amorosa, como en otras cosas, una libertad demasiado ilimitada aumenta la iniquidad al desinhibir el egoísmo de los mejor dotados. 

¿Nada nuevo bajo el sol?

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