En lucha declarada contra las
convenciones vigentes algunos movimientos sociales contestatarios e
intelectuales de vanguardia han buscado construir una sociedad libre y
equitativa en cuanto a las relaciones sexuales. Sin embargo, y como en tantos
otros terrenos, los problemas teóricos fueron más fácilmente resolubles que las
cuestiones prácticas; Pascal Bruckner cita un ejemplo de ello
Dominique Desanti cuenta cómo una
comunidad californiana estaba basada en el principio de la rotación sexual:
todas las noches, cada uno debía acostarse con algún otro, de manera de
establecer una perfecta igualdad. Sólo que la chica gorda y fea cada vez tenía
más dificultades para encontrar compañeros; los varones pasaban su turno y ella
se encontraba de noche, bajo la galería de la casa, diciendo: “¿Quién me
quiere?”. En ese comunismo sexual, las viejas barreras subsistían.
Podría pensarse que esta preocupación en
torno a las relaciones sexuales equitativas surgieron en grupos de jóvenes en
los años 60’s del siglo pasado. Nada más lejos de la realidad y Jean-Claude
Guillebaud aclara el punto.
Las utopías sexuales siempre han
perseguido el imaginario de las sociedades. Desde el origen, los hombres y las
mujeres han soñado con una ciudad ideal donde nada contraríe sus deseos, donde
prevalezcan el placer del cuerpo y su inocencia. Aristófanes, en La asamblea
de las mujeres, trata de imaginar una comunidad de esta especie, gobernada
–toda una señal- por las mujeres. Praxágora, la heroína, que arrastra a las
atenienses a tomarse el poder, invoca un decreto que instauraba una comunidad
de bienes y de sexos. Ya no habrá ni pobres ni ricos, y las mujeres se
acostarán como quieran con todos los hombres. Pero Aristófanes está muy atento
a la idea de justicia y comprende que tal asamblea conllevaría posiblemente una
injusticia más grave: la que castigaría irremediablemente a los feos y a las
feas, que quedarían descalificados ante la crudeza de los deseos libres,
mientras los bellos y los fuertes se beneficiarían exclusivamente de una nueva
libertad.
En la obra de Aristófanes –citada por
Guillebaud- solo queda hacer frente a esta inesperada dificultad con una variante
de discriminación positiva.
La cabecilla de La asamblea de las
mujeres, por afán de justicia entonces, hace adoptar una ley
complementaria, que establece expresamente, en beneficio de los desgraciados y
los torpes en el amor, lo que hoy llamaríamos una “discriminación positiva”.
Las mujeres podrán entregarse libremente a los bellos y a los grandes, pero
solo después de haber concedido sus favores a los pequeños y feos. Del
mismo modo, los hombres deberán servir sexualmente primero a las viejas y feas.
Admirable intuición griega que deja al aire nuestra torpeza contemporánea.
Mediante ese sencillo codicilo teatral, Aristófanes recuerda que en materia
amorosa, como en otras cosas, una libertad demasiado ilimitada aumenta la
iniquidad al desinhibir el egoísmo de los mejor dotados.
¿Nada nuevo bajo el sol?
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