Muchos
somos quienes disfrutamos de las palabras, del lenguaje oral y del escrito, de
escuchar y de hablar. Y es a nosotros a quien parece dirigirse Confucio (siglos
VI y V a.C.) atribuyendo al silencio un rol trascendente; para ello nos
guiaremos con el análisis magistral de Simon Leys al respecto.
Elias
Canetti (…), en el breve ensayo que escribió sobre Confucio, dijo algo que se
les había escapado a la mayoría de los especialistas. Según él, las Analectas es un libro importante no sólo
por lo que dice sino también por lo que no
dice. Este comentario es iluminador. De hecho, las Analectas hacen un uso muy significativo de lo que no se dice, lo
cual es también un recurso característico de la mentalidad china que más
adelante acabaría hallando alguna de sus aplicaciones más expresivas en el
campo de la estética: el uso del silencio en la música, el uso del espacio en
blanco en la pintura, el uso de los espacios vacíos en la arquitectura.
Confucio
desconfiaba de la elocuencia; despreciaba a la gente locuaz, odiaba los juegos
de palabras ingeniosos. Da la impresión de que para él una lengua ágil debía
reflejar una mente superficial; cuando la reflexión es más profunda, surge el
silencio. Confucio observó que su discípulo favorito solía hablar tan poco que,
a veces, hasta podría uno preguntarse si no sería un idiota. A otro discípulo
que le había preguntado sobre la virtud suprema de la humanidad, Confucio le
dio una respuesta característica: “Aquel que posee la virtud suprema de la
humanidad es reacio a hablar”.
Es así
como Confucio –de acuerdo a lo señalado por Leys- reconoce el límite de las
palabras, las zonas que le están vedadas.
Lo
esencial está más allá de las palabras: todo aquello que puede decirse es
superfluo. (…) Confucio habría suscrito la famosa proposición de Wittgenstein:
“De lo que no se puede hablar, hay que callar”. Confucio no negaba la realidad
de lo que está más allá de las palabras,
se limitaba a advertir contra la necedad de intentar alcanzarlo con palabras.
Su silencio era una afirmación: hay un
reino sobre el que no podemos decir nada.
Tanto
de la muerte como de la otra vida no es posible hablar por lo que el silencio
se convierte en la mejor forma de decir; continúa Simon Leys
Los
silencios de Confucio se producían esencialmente cuando sus interlocutores
intentaban hacerle hablar de la otra vida. (…) Consideremos este pasaje famoso:
“Zilu le preguntó sobre la muerte. El Maestro le dijo: “No conoces la vida;
¿cómo podrías conocer la muerte?”. Canetti añadió este comentario: “No conozco
ningún sabio que, como Confucio, haya tomado la muerte tan en serio”. Negarse a
responder no es un medio de eludir el tema sino, por el contrario, es la
afirmación más vigorosa, porque, en realidad, las preguntas sobre la muerte
siempre “apuntan a un período posterior a la muerte. Toda respuesta a ellas es
una escapatoria que no toma en cuenta la muerte y la escamotea, tanto como a su
incomprensibilidad. Si hay algo después, como antes había algo, la muerte en
cuanto tal perdería su peso”. Confucio se niega a seguir la corriente con este
juego de prestidigitación sumamente indigno.
Simon
Leys relaciona al silencio con algunas manifestaciones artísticas y narra una
anécdota esclarecedora acerca del tema que nos ocupa.
El
silencio de Confucio, lo mismo que el espacio en blanco en una pintura (que
concentra e irradia toda la energía interna que hay en ella), no es una
retirada o una fuga; conduce a un enfrentamiento más profundo e íntimo con la
vida y con la realidad. Cerca ya del final de su vida, dijo un día a sus
discípulos: “No quiero hablar más”. Los discípulos se quedaron perplejos:
“Pero, Maestro, si no habláis, ¿cómo podremos nosotros, pequeños como somos,
seguir recibiendo alguna enseñanza?”. Confucio replicó: “¿Habla el cielo? Sin
embargo, las cuatro estaciones siguen su curso y los centenares de criaturas
continúan naciendo. ¿Habla el cielo?”.
Al
final de su análisis, el propio Leys se llama a silencio: “Yo, ciertamente, he
hablado demasiado.”
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