Cambia
el nombre del oficio (conductores, operadores o choferes), del vehículo (autobuses,
camiones de pasajeros, micros, peseros) y de la ciudad que usted elija, pero lo
cierto es que su mala fama es casi unánime (poco educados, no respetan el reglamento
de tránsito, groseros…). Aun cuando no es fácil salir en su defensa, Gay Talese
quiebra una lanza (como se decía en tiempos inmemoriales) por los conductores
de la ciudad de Nueva York.
Los 10.000
conductores de autobuses de Nueva York sortean diariamente el peor tránsito del mundo y son insultados por
señoras ancianas, engañados por escolares en el pago de la tarifa,
interceptados por los taxis, amenazados por los camiones; todo esto conduciendo
con una mano y devolviendo el cambio con la otra, entregando billetes para una
transferencia de línea, contestando a mil preguntas, arrancando con los discos
verdes, procurando ir a la hora, evitando los baches en el suelo de Con Edison,
implorando a los pasajeros para que se vayan hacia atrás, escuchando el
incesante sonido del timbre y sufriendo de dolores en la espalda, de úlceras,
de hemorroides y presas de un incontenible deseo de estrellar el autobús contra un muro y
marcharse.
A pesar
de la fatiga y de las penas, el conductor de autobús de Nueva York se mantiene
en general en el anonimato y pasa por la vida con tan sólo media cara visible
en el espejo retrovisor. (…)
Puede ver
a los pasajeros de pie colgados de las correas como reses de matadero y puede
llegar a odiarlos cuando rehúsan desplazarse después de haber repetido quejumbrosamente por enésima vez:
-Para
atrás, por favor; hay sitio atrás.
No le
hacen el menor caso y continuarán así hasta que él interfiera en su
comodidad... dando un rápido frenazo, no contestando a una pregunta, o no deteniéndose en una parada mientras tocan el
timbre. Día tras día los conductores
siguen esta eterna rutina
reiterativa (…)
Es así
como Gay Talese circula en sentido contrario a las opiniones citadinas que se
escuchan habitualmente.
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