martes, 2 de enero de 2018

Ley seca


La prohibición de venta de alcohol estuvo vigente desde 1920 hasta 1933 en los Estados Unidos. ¿Cuál fue su origen? Walter Benjamin -quien por aquellos años conducía un programa de radio (algunos de ellos han sido difundidos en el libro Juicio a las brujas y otras catástrofes. Crónicas de radio para jóvenes)- se refiere a ello.

No sé si han oído hablar sobre el problema del alcohol. Pero seguro que han visto algún borracho, y basta con observar a una persona en esa situación para entender por qué los hombres se preguntaron si el Estado no debía prohibir la venta de alcohol. En Estados Unidos llevaron esta idea a la práctica en el año 1920, a través de una ley que modificó la Constitución. Desde entonces rige allí la así llamada “Prohibition”, es decir que es ilegal vender alcohol, salvo con fines medicinales. ¿Cómo llegaron a esta ley? Por un montón de motivos, y si uno empieza a investigarlos, aprende de paso muchas cosas importantes sobre los norteamericanos.
Un día de diciembre de hace siglos, los primeros colonos europeos, antepasados de los norteamericanos blancos, desembarcaron con su pequeño barco Mayflower en la rocosa costa de lo que hoy es el estado de Massachusetts, donde queda la ciudad de Plymouth. Hoy se los llama “lo cien por ciento”, aludiendo a la lealtad de sus convicciones, a su fortaleza y a sus imperturbables principios religiosos y morales. Estos primeros inmigrantes pertenecían a la secta de los puritanos. Su influencia puede sentirse en Estados Unidos hasta el día de hoy. La “Prohibition” o “ley seca” es una de las derivaciones de este cristianismo puritano. Los norteamericanos la llaman “el noble experimento”. Para muchos de ellos, la ley seca no es sólo un asunto de salud o económico, sino algo religioso. Ellos llaman a su país “la morada de Dios” y dicen que promulgar esa ley era un deber divino.

Sin embargo las razones para defender la ley seca –continúa Benjamin- no sólo fueron de tipo moral y religioso, el factor económico también incidía.  

Uno de los mayores adeptos de esta ley es Henry Ford, el rey de los automóviles. Pero no porque sea puritano, sino porque dice: “Yo sólo puedo vender los autos tan baratos gracias a la prohibición. ¿Por qué? Antes, el trabajador promedio gastaba una gran parte de su salario semanal en el bar. Ahora que no puede gastar su dinero en tragos, se ve obligado a ahorrar. Una vez que ha empezado a ahorrar, se da cuenta de que pronto le alcanzará para un auto. Así he multiplicado mis ventas de autos gracias a la ley seca”, dice Ford.
Muchos fabricantes norteamericanos piensan como él, porque las grandes empresas no sólo venden más a causa de la prohibición, sino que también pueden fabricar más barato. Un trabajador que no bebe rinde mucho más que uno que bebe con regularidad, aunque sea poco. De ahí que la misma fuerza de trabajo produce más que antes. Y si bien la diferencia no es grande, este pequeñísimo rendimiento adicional de cada individuo se multiplica en la economía de un país por la cantidad de sus trabajadores y por todas las horas de trabajo a lo largo de los años.

Es importante acotar que estos efectos positivos en el ámbito económico admiten controversia, tal como lo hace Walter Benjamin.

Nosotros los europeos, que miramos la cosa desde la distancia, tendremos que pensar si los suecos, los noruegos y los belgas, que han luchado contra el consumo de alcohol en sus países de manera menos radical y con leyes mucho más indulgentes, no han avanzado más que los norteamericanos con su violencia y su fanatismo.

Por otro lado muchas de sus consecuencias negativas fueron incontestables. La “parálisis del jengibre”, que nos explica el doctor Oliver Sacks, es prueba de ello.

La así llamada parálisis del jengibre había causado terribles daños neurológicos durante la Prohibición, cuando los bebedores, a los que se negaba poder beber legalmente, se pasaron a un extracto alcohólico muy fuerte de jengibre de Jamaica que se podía comprar libremente como “tónico para los nervios”. Cuando quedó claro que la gente podría acabar abusando de él, el gobierno le añadió un compuesto de sabor muy desagradable, el triortocresilfosfato, o TOCP. Pero esto no disuadió a los bebedores, y pronto se descubrió que el TOCP era de hecho un poderoso veneno para los nervios, aunque actuaba lentamente. Para cuando se percataron de eso, más de cincuenta mil estadounidenses habían sufrido un daño nervioso considerable y a menudo irreversible. Las personas afectadas mostraban una parálisis característica de los brazos y piernas y desarrollaban una manera de andar peculiar y fácilmente reconocible, el “paso del jengibre”.

Asimismo en este periodo, y por medio del control de la venta clandestina de alcohol, se fortaleció la mafia que tuvo mayor presencia en varias ciudades de los Estados Unidos. El oficio de contrabandista de alcohol se convirtió en una ocupación altamente redituable y Benjamin alude al ingenio que requería.

Las ideas de los bootleggers para contrabandear sus líquidos son de lo más alocadas. Cruzan la frontera disfrazados de policías, con la carga de whisky bajo los cascos. Organizan funerales sólo para poder pasar el aguardiente dentro de los ataúdes. Se ponen ropa interior de caucho que está llena de licor. En los restaurantes venden muñequitos o abanicos con una botella adentro. Pronto no habrá ningún elemento, por muy inofensivo que sea (paraguas, cámaras de fotos, cañas de botas), en cuyo interior la policía aduanera no sospeche que podría haber whisky. La policía y todos los norteamericanos.

Al cabo de los años la ley seca se fue haciendo de muchos enemigos que –como dice Walter Benjamin- la enfrentaron por muy diferentes razones.

Hace un par de semanas tuvieron lugar las elecciones norteamericanas para la Cámara de Representantes. También ahí la ley seca jugó un papel importante. Las elecciones mostraron que tiene muchos enemigos. Y no sólo, como quizá piensen ustedes, entre los que simplemente quieren beber, sino también entre personas muy inteligentes, sobrias y reflexivas, que están en contra de las leyes que son transgredidas por la mitad de los habitantes de un país, convirtiendo a los adultos en niños traviesos que sólo hacen una cosa porque está prohibida; leyes cuya aplicación le cuesta al Estado una cantidad increíble de dinero y que a muchos de los que las infringen les cobra la vida. Para que esta ley siga en vigencia es necesaria la existencia de los bootleggers, que se han hecho ricos gracias a ella.

No está de más señalar que fue al amparo de la prohibición como muchas ciudades fronterizas, del lado mexicano, vieron radicalmente transformada su cotidianeidad. De ello nos ocuparemos en otra ocasión.

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