La
prohibición de venta de alcohol estuvo vigente desde 1920 hasta 1933 en los
Estados Unidos. ¿Cuál fue su origen? Walter Benjamin -quien por aquellos años conducía
un programa de radio (algunos de ellos han sido difundidos en el libro Juicio a las brujas y otras catástrofes.
Crónicas de radio para jóvenes)- se refiere a ello.
No sé si
han oído hablar sobre el problema del alcohol. Pero seguro que han visto algún
borracho, y basta con observar a una persona en esa situación para entender por
qué los hombres se preguntaron si el Estado no debía prohibir la venta de
alcohol. En Estados Unidos llevaron esta idea a la práctica en el año 1920, a
través de una ley que modificó la Constitución. Desde entonces rige allí la así
llamada “Prohibition”, es decir que
es ilegal vender alcohol, salvo con fines medicinales. ¿Cómo llegaron a esta
ley? Por un montón de motivos, y si uno empieza a investigarlos, aprende de
paso muchas cosas importantes sobre los norteamericanos.
Un día de
diciembre de hace siglos, los primeros colonos europeos, antepasados de los
norteamericanos blancos, desembarcaron con su pequeño barco Mayflower en la
rocosa costa de lo que hoy es el estado de Massachusetts, donde queda la ciudad
de Plymouth. Hoy se los llama “lo cien por ciento”, aludiendo a la lealtad de
sus convicciones, a su fortaleza y a sus imperturbables principios religiosos y
morales. Estos primeros inmigrantes pertenecían a la secta de los puritanos. Su
influencia puede sentirse en Estados Unidos hasta el día de hoy. La “Prohibition” o “ley seca” es una de las
derivaciones de este cristianismo puritano. Los norteamericanos la llaman “el
noble experimento”. Para muchos de ellos, la ley seca no es sólo un asunto de
salud o económico, sino algo religioso. Ellos llaman a su país “la morada de
Dios” y dicen que promulgar esa ley era un deber divino.
Sin
embargo las razones para defender la ley seca –continúa Benjamin- no sólo
fueron de tipo moral y religioso, el factor económico también incidía.
Uno de
los mayores adeptos de esta ley es Henry Ford, el rey de los automóviles. Pero
no porque sea puritano, sino porque dice: “Yo sólo puedo vender los autos tan
baratos gracias a la prohibición. ¿Por qué? Antes, el trabajador promedio
gastaba una gran parte de su salario semanal en el bar. Ahora que no puede
gastar su dinero en tragos, se ve obligado a ahorrar. Una vez que ha empezado a
ahorrar, se da cuenta de que pronto le alcanzará para un auto. Así he
multiplicado mis ventas de autos gracias a la ley seca”, dice Ford.
Muchos
fabricantes norteamericanos piensan como él, porque las grandes empresas no
sólo venden más a causa de la prohibición, sino que también pueden fabricar más
barato. Un trabajador que no bebe rinde mucho más que uno que bebe con
regularidad, aunque sea poco. De ahí que la misma fuerza de trabajo produce más
que antes. Y si bien la diferencia no es grande, este pequeñísimo rendimiento
adicional de cada individuo se multiplica en la economía de un país por la
cantidad de sus trabajadores y por todas las horas de trabajo a lo largo de los
años.
Es
importante acotar que estos efectos positivos en el ámbito económico admiten controversia,
tal como lo hace Walter Benjamin.
Nosotros
los europeos, que miramos la cosa desde la distancia, tendremos que pensar si
los suecos, los noruegos y los belgas, que han luchado contra el consumo de
alcohol en sus países de manera menos radical y con leyes mucho más
indulgentes, no han avanzado más que los norteamericanos con su violencia y su
fanatismo.
Por
otro lado muchas de sus consecuencias negativas fueron incontestables. La “parálisis
del jengibre”, que nos explica el doctor Oliver Sacks, es prueba de ello.
La así
llamada parálisis del jengibre había causado terribles daños neurológicos
durante la Prohibición, cuando los bebedores, a los que se negaba poder beber
legalmente, se pasaron a un extracto alcohólico muy fuerte de jengibre de
Jamaica que se podía comprar libremente como “tónico para los nervios”. Cuando
quedó claro que la gente podría acabar abusando de él, el gobierno le añadió un
compuesto de sabor muy desagradable, el triortocresilfosfato, o TOCP. Pero esto
no disuadió a los bebedores, y pronto se descubrió que el TOCP era de hecho un
poderoso veneno para los nervios, aunque actuaba lentamente. Para cuando se
percataron de eso, más de cincuenta mil estadounidenses habían sufrido un daño
nervioso considerable y a menudo irreversible. Las personas afectadas mostraban
una parálisis característica de los brazos y piernas y desarrollaban una manera
de andar peculiar y fácilmente reconocible, el “paso del jengibre”.
Asimismo
en este periodo, y por medio del control de la venta clandestina de alcohol, se
fortaleció la mafia que tuvo mayor presencia en varias ciudades de los Estados
Unidos. El oficio de contrabandista de alcohol se convirtió en una ocupación
altamente redituable y Benjamin alude al ingenio que requería.
Las ideas
de los bootleggers para contrabandear
sus líquidos son de lo más alocadas. Cruzan la frontera disfrazados de
policías, con la carga de whisky bajo los cascos. Organizan funerales sólo para
poder pasar el aguardiente dentro de los ataúdes. Se ponen ropa interior de
caucho que está llena de licor. En los restaurantes venden muñequitos o
abanicos con una botella adentro. Pronto no habrá ningún elemento, por muy
inofensivo que sea (paraguas, cámaras de fotos, cañas de botas), en cuyo
interior la policía aduanera no sospeche que podría haber whisky. La policía y
todos los norteamericanos.
Al
cabo de los años la ley seca se fue haciendo de muchos enemigos que –como dice
Walter Benjamin- la enfrentaron por muy diferentes razones.
Hace un
par de semanas tuvieron lugar las elecciones norteamericanas para la Cámara de
Representantes. También ahí la ley seca jugó un papel importante. Las elecciones
mostraron que tiene muchos enemigos. Y no sólo, como quizá piensen ustedes,
entre los que simplemente quieren beber, sino también entre personas muy
inteligentes, sobrias y reflexivas, que están en contra de las leyes que son
transgredidas por la mitad de los habitantes de un país, convirtiendo a los
adultos en niños traviesos que sólo hacen una cosa porque está prohibida; leyes
cuya aplicación le cuesta al Estado una cantidad increíble de dinero y que a
muchos de los que las infringen les cobra la vida. Para que esta ley siga en
vigencia es necesaria la existencia de los bootleggers,
que se han hecho ricos gracias a ella.
No
está de más señalar que fue al amparo de la prohibición como muchas ciudades
fronterizas, del lado mexicano, vieron radicalmente transformada su cotidianeidad.
De ello nos ocuparemos en otra ocasión.
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