jueves, 12 de julio de 2018

La inevitable subjetividad


Hay quienes tienen fama en cuanto a que las versiones de sus relatos están bastante apegadas a la realidad, mientras que en el otro extremo se encuentran quienes son conocidos porque sus narraciones tienen poco, muy poco, que ver con lo acontecido. Sabido es que por lo general las versiones libres resultan mucho más entretenidas e interesantes que las que son fieles al original. Así, cada quien cuenta –entre familiares, amigos y conocidos- con un capital de dominio público por lo que hace a su credibilidad. Ahora bien, ni aun el relato más austero y sosegado es totalmente fidedigno. Y nada menos que Carmen Martín Gaite, reconocida experta en estos menesteres, será quien aclare la cuestión.

La versión de lo escuchado, al elaborarse de acuerdo con preferencias y circunstancias personales, modifica siempre, en mayor o menor medida, el acontecer real del discurso tal como se produjo, aun cuando exista la sincera pretensión de estarlo transcribiendo de modo fidedigno, y en eso estriba la estimulante levadura del material narrativo en perenne variación, así como las dificultades que opone al análisis. Quien se pone a dar cuenta de un relato a cuyo nacimiento asistió, se siente tentado simultáneamente a dar noticias de esa gestación y proceso introduciendo su propio personaje de narrador, en el cual le resultará difícil no complacerse. Si este elemento de complacencia se desorbita -y se desorbita muchas veces- puede llegar a erigirse en protagonista de la historia escuchada quien pudo o debió quedarse en mero soporte de ella.

Uno de los medios por los que la subjetividad, o versión editada del relato, se pone de manifiesto es el tono de voz. Continúa Martín Gaite

Nos hacía mucha gracia, por ejemplo, reparar en que, cuando alguna de aquellas señoras -eran casi siempre señoras- introducía en la narración un “y entonces me dijo ella”, la voz que recitaba a continuación el texto escuchado no solamente se volvía ahuecada y fingida, como en una representación teatral, sino que solía adquirir un retintín airado para subrayar el tono cruel o de mala crianza que en general se atribuía a las frases pronunciadas por la persona sustituida, mientras que los “y yo le dije” eran casi indefectiblemente precursores de mansas y pacientes razones acompañadas de angelical cuando no martirizada sonrisa.

Avisados (que ya los otros deberán avisarse en cuanto a nosotros…)

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