Hay quienes tienen fama en cuanto a que las versiones
de sus relatos están bastante apegadas a la realidad, mientras que en el otro
extremo se encuentran quienes son conocidos porque sus narraciones tienen poco,
muy poco, que ver con lo acontecido. Sabido es que por lo general las versiones libres resultan mucho más
entretenidas e interesantes que las que son fieles al original. Así, cada quien
cuenta –entre familiares, amigos y conocidos- con un capital de dominio público
por lo que hace a su credibilidad. Ahora bien, ni aun el relato más austero y
sosegado es totalmente fidedigno. Y nada menos que Carmen Martín Gaite,
reconocida experta en estos menesteres, será quien aclare la cuestión.
La versión de lo escuchado, al elaborarse de acuerdo
con preferencias y circunstancias personales, modifica siempre, en mayor o
menor medida, el acontecer real del discurso tal como se produjo, aun cuando
exista la sincera pretensión de estarlo transcribiendo de modo fidedigno, y en
eso estriba la estimulante levadura del material narrativo en perenne
variación, así como las dificultades que opone al análisis. Quien se pone a dar
cuenta de un relato a cuyo nacimiento asistió, se siente tentado simultáneamente
a dar noticias de esa gestación y proceso introduciendo su propio personaje de
narrador, en el cual le resultará difícil no complacerse. Si este elemento de
complacencia se desorbita -y se desorbita muchas veces- puede llegar a erigirse
en protagonista de la historia escuchada quien pudo o debió quedarse en mero
soporte de ella.
Uno de los medios por los que la subjetividad, o
versión editada del relato, se pone de manifiesto es el tono de voz. Continúa
Martín Gaite
Nos hacía mucha gracia, por ejemplo, reparar en que,
cuando alguna de aquellas señoras -eran casi siempre señoras- introducía en la
narración un “y entonces me dijo ella”, la voz que recitaba a continuación el
texto escuchado no solamente se volvía ahuecada y fingida, como en una
representación teatral, sino que solía adquirir un retintín airado para
subrayar el tono cruel o de mala crianza que en general se atribuía a las frases
pronunciadas por la persona sustituida, mientras que los “y yo le dije” eran
casi indefectiblemente precursores de mansas y pacientes razones acompañadas de
angelical cuando no martirizada sonrisa.
Avisados (que ya los
otros deberán avisarse en cuanto a nosotros…)
No hay comentarios:
Publicar un comentario