Uno
de los temas clásicos en el ámbito
religioso es el excesivo cuidado que tienen algunos creyentes en todo lo que
tiene que ver con el rito y la normatividad, al mismo tiempo que reaccionan con
indiferencia –y en casos extremos, con intenciones acomodaticias- ante
acontecimientos muy graves de su tiempo.
Muchos
son los autores que se han referido a ello y en esta ocasión presentaremos una
muestra de ellos. Aldous Huxley en 1939 –año de inicio de la Segunda Guerra
Mundial- reaccionó vehementemente ante esta escandalosa contradicción.
En rigor, casi podría decirse, con verdad, que la
preocupación con los ritos y las ceremonias religiosas, contribuye a separar
efectivamente a las personas de las sociedades en que viven. Existen demasiados
hombres y mujeres que creen que pueden despreocuparse de todo, una vez que han
repetido escrupulosamente las frases prescriptas, o que han hecho los gestos
adecuados y que han observado los “tabús” tradicionales. Para estas personas,
la realización de una costumbre tradicional, se ha convertido en un sustitutivo
del esfuerzo moral y de la inteligencia. Huyen de los problemas que les plantea
la vida real y se refugian en el ceremonial simbólico; descuidan sus deberes
para consigo mismo, para con su prójimo y para con su Dios (…)
Con
intención de aclarar aún más su punto de vista, Huxley toma en consideración
una situación vivida poco tiempo antes.
Permítasenos citar un ejemplo reciente de estas cosas. A
principios del Otoño de 1936, el “Times”, en Londres, anunciaba que quedaba
prohibido, en adelante, por consideración a los sentimientos religiosos, que
los hidroaeroplanos bajasen sobre el Mar de Galilea. (…) He aquí, un “sentimiento
religioso” que se siente profundamente agraviado, porque los aeroplanos puedan
posarse sobre la lisa superficie de aguas reverenciadas, pero que (…) no
encuentra nada que sea particularmente ofensivo, en la idea de que estas mismas
máquinas, puedan arrojar fuego, tóxicos y explosivos sobre los habitantes de
ciudades indefensas.
Algunas
décadas después, el sacerdote jesuita Luis Pérez Aguirre también abordaba la
cuestión desde una perspectiva teológica.
Un Dios que se desinteresa del hambre, que permanece impasible
ante el analfabetismo, la tortura, los genocidios y que se preocupa por el
contrario de la religiosidad, de la regularidad del culto y de la pureza legal
es imposible que exista, es un ídolo, es un abominable fetiche. Sólo cabe
desembarazarnos de él.
A
manera de conclusión, Aldous Huxley imploraba: “Si esto es religión, entonces,
Señor, líbranos de toda criminal estupidez semejante.”
Así
sea.
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