martes, 10 de julio de 2018

Si esto es religión, entonces, Señor, líbranos…


Uno de los temas clásicos en el ámbito religioso es el excesivo cuidado que tienen algunos creyentes en todo lo que tiene que ver con el rito y la normatividad, al mismo tiempo que reaccionan con indiferencia –y en casos extremos, con intenciones acomodaticias- ante acontecimientos muy graves de su tiempo.

Muchos son los autores que se han referido a ello y en esta ocasión presentaremos una muestra de ellos. Aldous Huxley en 1939 –año de inicio de la Segunda Guerra Mundial- reaccionó vehementemente ante esta escandalosa contradicción.

En rigor, casi podría decirse, con verdad, que la preocupación con los ritos y las ceremonias religiosas, contribuye a separar efectivamente a las personas de las sociedades en que viven. Existen demasiados hombres y mujeres que creen que pueden despreocuparse de todo, una vez que han repetido escrupulosamente las frases prescriptas, o que han hecho los gestos adecuados y que han observado los “tabús” tradicionales. Para estas personas, la realización de una costumbre tradicional, se ha convertido en un sustitutivo del esfuerzo moral y de la inteligencia. Huyen de los problemas que les plantea la vida real y se refugian en el ceremonial simbólico; descuidan sus deberes para consigo mismo, para con su prójimo y para con su Dios (…)

Con intención de aclarar aún más su punto de vista, Huxley toma en consideración una situación vivida poco tiempo antes.

Permítasenos citar un ejemplo reciente de estas cosas. A principios del Otoño de 1936, el “Times”, en Londres, anunciaba que quedaba prohibido, en adelante, por consideración a los sentimientos religiosos, que los hidroaeroplanos bajasen sobre el Mar de Galilea. (…) He aquí, un “sentimiento religioso” que se siente profundamente agraviado, porque los aeroplanos puedan posarse sobre la lisa superficie de aguas reverenciadas, pero que (…) no encuentra nada que sea particularmente ofensivo, en la idea de que estas mismas máquinas, puedan arrojar fuego, tóxicos y explosivos sobre los habitantes de ciudades indefensas.

Algunas décadas después, el sacerdote jesuita Luis Pérez Aguirre también abordaba la cuestión desde una perspectiva teológica.

Un Dios que se desinteresa del hambre, que permanece impasible ante el analfabetismo, la tortura, los genocidios y que se preocupa por el contrario de la religiosidad, de la regularidad del culto y de la pureza legal es imposible que exista, es un ídolo, es un abominable fetiche. Sólo cabe desembarazarnos de él.

A manera de conclusión, Aldous Huxley imploraba: “Si esto es religión, entonces, Señor, líbranos de toda criminal estupidez semejante.”

Así sea.

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