jueves, 23 de agosto de 2018

Días especiales en nuestra historia


Todos los días tienen la misma duración pero no el mismo peso. En la historia íntima de cada quien hay días que han quedado marcados para siempre y esas huellas puede conducir a momentos de felicidad o de dolor como pocas veces hemos sentido. A modo de pequeña muestra podemos recurrir al casamiento, el nacimiento de los hijos, la graduación, el triunfo en el campeonato…; una muerte, una separación, un diagnóstico adverso…

Asimismo están los días especiales en la historia colectiva, aquellas jornadas en que tuvieron lugar acontecimientos –nuevamente- dichosos o desgraciados para toda la población. Carmen Martín Gaite se interesa en la cuestión.

Un ejemplo muy significativo (…) lo proporcionan algunos episodios nacionales de índole lo bastante sorprendente como para que su sacudida deje una marca personal en cada uno de los individuos de la comunidad afectada por aquel trastorno. Cada vez que irrumpe uno de estos acontecimientos, no hay un solo vecino de la ciudad o nación donde se produjeron que no se sienta elevado al rango de narrador-testigo, caracterizado por la certeza de que su testimonio es excepcional.

Y para ejemplificar lo que viene sosteniendo evoca lo que significó para los españoles aquel 23 de febrero de 1981.

En los días que siguieron al asalto del Congreso de los Diputados, por un puñado de guardias civiles, el 23 de febrero de 1981, la excitación manifiesta en todos los ciudadanos españoles, creo que podría ser explicada tanto o más que por la envergadura del hecho en sí y sus posibles repercusiones políticas, por el pie que daba a esgrimir versiones particulares del hecho, a protagonizarlo cada cual desde un rincón y atalaya diferente, porque nos autorizaba a todos los españoles a contarlo a nuestra manera. Pude observar en aquellos días que antes de dar una opinión acerca de lo ocurrido, casi todos los conocidos con los que me encontraba se apresuraban a ofrecer datos de su circunstancia particular de esa tarde, de cómo lo supieron y por quién y en qué sitio y a qué hora; todos nos demorábamos con complacencia y orgullo en narrar los detalles de esa situación, como exhibiendo un aval de garantía para entrar por una puerta privada en el recinto público de aquella historia. Una historia que a todos afectaba, sí, de acuerdo, eso ya lo decían los periódicos, pero no porque lo dijeran los periódicos, sino porque nuestro 23 de febrero particular no venía ni podía venir en ningún periódico. Partiendo del abundante y extraordinario material de la noticia, y basándose en cómo se produjo el encuentro con ella, se elaboraron en una semana tantas narraciones distintas como españoles registrara el censo.

Esa memoria tan nítida se basa –tal como lo pone de relieve Martín Gaite- en el miedo que sentimos aquel día y que probablemente resistirá al olvido hasta el último momento de nuestras vidas.

Y la aparición del miedo, del miedo palpable que se materializa en esa contracción del estómago y que nada tiene que ver con el miedo abstracto que nos inyectan los periódicos al amenazarnos con la bomba atómica, aquel miedo personal que no puede dejar lugar a dudas era ya la más irrefutable prueba de protagonismo para el narrador a quien los latidos de su corazón, mientras desaguaba hacia la plaza de Santa Ana en zigzag ciego y acelerado, le estaban avisando de su participación directa como testigo de la historia de España.

Hay algunos días especiales que tuvieron alcance general (inicio y final de la Segunda Guerra Mundial, asesinato de John F. Kennedy, llegada del hombre a la luna, etc.) pero habitualmente estas jornadas inolvidables se relacionan con un espacio geográfico determinado (por ejemplo los terremotos que tuvieron lugar en México el 19 de septiembre de 1985 y el 19 de septiembre -¡vaya coincidencia!- de 2017). Tal como señala Carmen Martín Gaite cada uno de quienes lo vivimos narramos en innumerables ocasiones: ¿dónde estábamos?, ¿con quiénes?, ¿cómo lo sentimos?, ¿qué vimos?...

En lo dicho, todos los días tienen la misma duración pero no el mismo peso tanto en la historia personal como en la colectiva.

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