Con tantos
libros leídos ya podrían haber dejado atrás celos, envidia, competencia; pero
no es el caso. Nada de esto sucede con los bibliófilos tal como José Luis
Melero -autoridad en la materia- lo pone de manifiesto. Antes que nada delimita
el campo de conflicto.
Las
enemistades suelen surgir del roce, de los trabajos comunes, de las aficiones
compartidas. Por eso será difícil que yo me enemiste, ay, con Naomi Watts, con
un castrador de pollos o con un coleccionista de recuerdos militares del Tercer
Reich.
Y
acepta ser protagonista en el tema que nos ocupa.
En cambio
no es improbable que pueda llegar a despertar animadversión entre ciertos
bibliófilos tan disparatados y pintorescos como uno mismo. De hecho, cuando
madrugaba para bajar al Rastro, había uno, todavía más loco que yo, con quien
nunca crucé palabra, que cuando me veía llegar me miraba de forma torva, como
diciendo: “ya está aquí ese otra vez, ya tengo competidor”.
Para
ilustrar con un ejemplo estas rivalidades, José Luis Melero recurre a lo que
cuenta otro gran conocedor de la materia.
El gran
librero Pedro Vindel contó en sus memorias una legendaria enemistad entre
bibliófilos: la que mantuvieron Pedro Sánchez de Toca, marqués de Somió –quien
llegó a albergar en su biblioteca de la calle Serrano más de 50.000 libros-, y
el bibliógrafo y médico de la Armada Juan Manuel Sánchez, el más grande
bibliófilo aragonés de todos los tiempos. Nació esa enemistad el día en que
este último vio que en el taller de encuadernación de Arias estaban
encuadernando dos ejemplares del catálogo de la biblioteca del marqués de Jerez
de los Caballeros, que por su corta tirada todavía no había podido adquirir.
Preguntó Sánchez a Arias sobre la procedencia de esos ejemplares y este le
confesó que eran de Somió. Pidió entonces al encuadernador que le transmitiera
al marqués su deseo de que le cediera uno de aquellos libros en las condiciones
que quisiera fijar. La respuesta de don Pedro cuando Arias le comunicó la
propuesta de Juan Manuel Sánchez fue demoledora: “Le dice usted al señor
Sánchez que si él tiene un millón de pesetas yo también lo tengo, y que,
además, poseo dos ejemplares de una obra de la cual él no tiene ninguno”.
El
resultado no pudo ser otro: “La enemistad, claro, fue de por vida.”
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