jueves, 4 de octubre de 2018

Comparaciones


Establecer comparaciones es un recurso habitual que se origina de la confluencia de la riqueza del lenguaje por una parte, con la lucidez, veta poética y exuberante imaginación del hablante o escribiente por la otra. Según Ricardo Piglia “el símil es una pequeña acción, un microrrelato que se podría aislar y unir a otros para construir una red de narraciones microscópicas.”

Las comparaciones que dejan huella en el interlocutor o el lector lo logran por caminos opuestos: similitud o ajenidad; pertinencia o impertinencia; gravedad o liviandad… Tan solo con el cometido de presentar una pequeña muestra de lo dicho, hemos seleccionado algunas comparaciones que pertenecen a diversos autores.

José Moreno Villa no tuvo empacho en establecer un vínculo entre la ciudad de Puebla y su tío Manuel: “(…) a pesar de los azulejos y del barroco blanco y rosa, para mí es una ciudad severa, sin alegría, como mi tío don Manuel, general de brigada y oriundo de Castilla la Nueva.”

Para Simón Leys el libro “Los miserables” de Victor Hugo “es como un Niágara espumeante y atronador de palabras (…)”

A quienes decían: “Mi patria lo primero, tenga razón o no”, Chesterton les replicaba: “Mi madre lo primero, borracha o sobria”.

Mozart –citado por Simon Leys- afirmó: “Yo escribo música lo mismo que una vaca mea.”

Siegfried Kracauer para describir un personaje establece el siguiente símil: “Llegó el maestresala, un caballero que vestía un frac más distinguido que el del camarero y que, con el elegante pañuelo a modo de banderola, se deslizaba por el local como un barco de paseo en un día festivo.”

William Faulkner –citado por Ricardo Piglia- quiere comunicar una sensación particular cuando afirma “(…) como si hubiera estado largo tiempo echado sobre un piso sin poder cambiar de postura.”

Martín Olmos no duda ni por un instante en relación a la contundencia de su comparación: “triste como una tarde de domingo (…)”

Para trasmitir el momento en que debió esperar a que su interlocutor dejara de llorar, John Berger dice: “Yo esperaba mien­tras lloraba, como uno espera en un paso a nivel a que ter­mine de pasar un tren con muchos vagones.”

Mientras hay quienes carecen del poder de establecer comparaciones, para otros brotan con tanta rapidez que deben limitarse; así le acontece a Antonio Alatorre: “Se me ha ocurrido ese pasaje tal como a un músico se le ocurre un pasaje dentro del movimiento de una sonata, tal como a un pintor se le ocurre un… (pero basta; a veces mi lenguaje retoza demasiado por cuenta propia, y es tan fácil ensartar comparaciones: como esto, como aquello, como lo de más allá).”

El don de formular comparaciones se reparte democráticamente por lo que alcanza tanto a intelectuales como a quienes no tienen vínculo con la vida académica; prueba de ello es esta obra maestra de la que da cuenta Hedwig Lewis

Dos hombres ya mayores descansaban en un bar de carretera. Uno de ellos bebió un gran sorbo de su taza y, a continuación, miró de frente a su amigo y le dijo:
-La vida es como una taza de té.
-¿Qué quieres decir? –le preguntó perplejo su amigo.
-¡Cómo quieres que lo sepa! –le respondió el otro-. No soy un filósofo.

Ahí queda la tarea pendiente para que el lector proponga las posibles razones que dieron lugar a la comparancia, como dice la gente del campo en ciertas regiones.

Seguramente todos tenemos algún familiar o –como decía Josep Pla- un amigo, conocido o saludado que ejerce el oficio con suma maestría. El peligro que enfrentan estos orfebres del lenguaje –al decir de Ricardo Piglia- es que “a menudo el hecho que se quiere narrar queda opacado por el poder de la comparación.”

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