Varias son las obras literarias y
cinematográficas que aluden al drama causado durante mucho tiempo por la tuberculosis,
enfermedad que en ocasiones se relacionaba con la pasión y el amor. El enigma
del origen de esa mortal enfermedad se develó hacia fines del siglo XIX, tal
como lo refiere Lola Gavarrón
Koch, al descubrir en 1882 el bacilo de
la tuberculosis, respiró aliviado. Ya podían decir oficialmente de qué morían
las damitas, románticas o no, con camelias o sin ellas. Aquel aire pálido,
enfermizo, interesante, que cultivaban las señoras con fervor y que daba
con sus huesitos en la tumba a tempranas edades, tenía por fin un nombre.
Por otra parte, una cuestión recurrente
en nuestro tiempo es el problema derivado de las modelos que teniendo tallas
muy pequeñas constituyen el ideal –en muchos casos inaccesible- de un buen
grupo de mujeres. Y de esa manera se originan los estragos causados por la moda
de la delgadez extrema; sin embargo –señala Gavarrón- esta situación está muy
lejos de ser novedosa.
Apolilladas en sus casas, sometidas a
draconianas dietas de adelgazamiento para poder “entrar” en los corsés, con una
alimentación tercermundista y ceñidas de la cabeza a los pies, las damas de
mediados de siglo, en plena época de profundos cambios sociales, no eran más
que una ilusión.
Regresando al tema de la tuberculosis es
mucho menos conocido su vínculo con el arte, lo que interesó a Jorge Mejía
Prieto.
Los numerosos casos de artistas y
escritores que produjeron sus mejores obras cuando sufrían de tuberculosis, ha
sido la causa de que a dicho mal se le llame la enfermedad de los genios.
El escritor ruso Antón Chejov, quien era
médico, observó los efectos de esa enfermedad en su organismo, mientras
escribía las novelas y los cuentos que le hicieran famoso.
Otros escritores enfermos de
tuberculosis fueron Voltaire, Katherine Mansfield, las hermanas Brontë y los
poetas John Keats, Percy B. Shelley, Roberts Burns y Elizabeth Barret. Esta
última compuso sus inmortales sonetos postrada en cama por la enfermedad.
En el campo de la pintura debe
mencionarse que Rafael, genio del Renacimiento, era tuberculoso. Y en los
ámbitos de la composición musical es de sobra conocido el caso de Fréderic
Chopin, quien escribió sus más bellas composiciones para piano poco antes de
morir tuberculoso.
Concluye Mejía Prieto afirmando que “el
novelista Thomas Mann, en su obra cumbre, La montaña mágica, analizó en
forma brillante el hecho de que los enfermos de tuberculosis parecen adquirir
una mayor sensibilidad y una especie de lucidez creativa.”
Pero no vaya a creerse que la
tuberculosis es la única enfermedad vinculada con el arte.
Volveremos al tema.
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