En otras ocasiones ya
nos hemos referido a Miguel Gila, un reconocido humorista español. Quienes
cuenten con unos cuantos abriles en sus haberes seguramente recordarán que uno
de sus números más celebrado eran las
conversaciones telefónicas (en realidad, monólogos) que mantenía con diversos
interlocutores y que invariablemente comenzaban a partir de una frase que hizo
célebre: “que se ponga”. Es el mismo Gila quien da cuenta de cómo surgió la
idea.
(…) pero si es difícil conseguir una buena
relación de pareja entre hombre y mujer en el terreno amoroso, pensaba lo complicado
que sería encontrar alguien con quien compartir el trabajo, para poder dejar los
monólogos que me obligaban a permanecer estático ante un micrófono, algo que nada
tenía que ver con mis inquietudes de actor. Después de varias noches de darle vueltas
a la cabeza, se me ocurrió que la única forma posible de establecer un diálogo sin
recurrir a una segunda persona era haciendo mi trabajo con un teléfono, de
manera que la otra persona con quien yo establecería una conversación estaría
al otro lado de la línea. Creo que fue el gran hallazgo.
Algunas de aquellas
llamadas fueron memorables y las recuerda el propio humorista.
Basándome en el teléfono, inventé varias
llamadas del absurdo. Un bombero que trabajaba por cuenta propia y llamaba a
una casa preguntando si tenían algún incendio, un cirujano de cirugía estética
que llamaba a una señora que quería quitarse años y a la que le decía:
"No, señora, por ese precio yo no le puedo quitar años, le puedo quitar
días, o sea que si hoy es miércoles, le dejo la cara del martes pasado";
una llamada a un amigo al que tenía que dar el pésame porque el abuelo iba en
una moto y en la carretera había un cartel que decía: "Bache
peligroso" y él había leído: "Pase saleroso", se metió en el
bache y se mató. Cada vez que intentaba darle el pésame me daba risa, de manera
que me era imposible acompañarle en el sentimiento.
Por experiencia propia
supo lo que era la guerra y fue así que decidió convertirla en objeto de burla.
“Y como es de suponer, no dejé mi personaje del soldado haciendo una llamada al
enemigo, en la que le preguntaba si iban a atacar por la mañana o por la tarde,
que si nos podían prestar el tanque porque el nuestro tenía sucio el carburador
(…)” En otra de sus llamadas clásicas daba cuenta de un viaje por África
(…) y una conferencia a Toledo, para decirle a
mi mamá que estaba en África en un safari y contarle que había visto un
leopoldo, o un leonardo, o un leopardo (…), que los hipopótamos eran como la
tía Adela, pero sin la faja, que a mi papá le había comido una pierna un
cocodrilo porque se puso los prismáticos al revés y dijo: "Anda, una
lagartija", que las cebras eran como borricos con pijama de rayas...
Aquella ocurrencia del
teléfono –concluye Gila- ayudó a afianzar su trayectoria en tanto humorista.
El invento del teléfono me abrió muchas más
posibilidades creativas y gracias a él fui aumentando el número de mis
monólogos hasta una cantidad insospechada. Pero yo seguía pensando cada noche que
lo mío no era la sala de fiestas, lo mío, lo que a mí me gustaba y lo que
quería lograr era estar arriba de un escenario. Y lo logré.
El humorismo de Miguel
Gila no temía enfrentar al poder y era su manera de resistir ante tanta
arbitrariedad.
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