Entre quienes se han dedicado a reunir
anécdotas de diversos períodos históricos, destaca Noel Clarasó con una obra de
gran amplitud.
A manera de ejemplo tomamos dos pequeñas
muestras -con evidente tono aristocrático- que provienen de tiempos de la
Revolución Francesa.
A principios de 1790, las gentes del
pueblo empezaban a desmandarse contra los aristócratas. Y nadie se atrevía a castigarlas.
Una noche, en un teatro, un grupo de descamisados arrojaron tomates y patatas
contra los palcos. En uno de ellos estaba la duquesa de Biron. Recogió algunos
de los proyectiles, hizo un paquete con ellos y lo mandó a Lafayette, jefe entonces
de la Guardia
Nacional , con un billete en el que había escrito: “He aquí,
querido general, los primeros frutos de la Revolución”.
Entre los grandes desafíos de aquel período
estaba el pasar de una sociedad jerarquizada a una más igualitaria, por lo que
se introdujeron normas de convivencia que lo facilitarían; a ese respecto
Clarasó narra lo siguiente
Una noche, a la salida del teatro, una
señora de la aristocracia llamó al hombre que se encargaba de buscar las
carrozas y le ordenó:
-Llamad a mis criados.
Un sans-culotte que pasaba por allí y la oyó, le gritó:
-¡Ya no hay criados! Ahora todos los
hombres somos hermanos.
-Gracias -dijo la señora-. En este caso
llamad a esos hermanos míos que están a mi servicio.
Más allá de la ironía no cabe duda que
los cambios sociales implican gran complejidad y las estructuras sociales no se
modifican por el simple cambio de palabras. Tal vez a ello aludía Jacinto
Benavente: "Cambiar los nombres, sin cambiar las cosas, es lo primero con
que se engaña al pueblo en todas las revoluciones".
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