martes, 30 de julio de 2019

Dos anécdotas de la Revolución Francesa


Entre quienes se han dedicado a reunir anécdotas de diversos períodos históricos, destaca Noel Clarasó con una obra de gran amplitud.

A manera de ejemplo tomamos dos pequeñas muestras -con evidente tono aristocrático- que provienen de tiempos de la Revolución Francesa.

A principios de 1790, las gentes del pueblo empezaban a desmandarse contra los aristócratas. Y nadie se atrevía a castigarlas. Una noche, en un teatro, un grupo de descamisados arrojaron tomates y patatas contra los palcos. En uno de ellos estaba la duquesa de Biron. Recogió algunos de los proyectiles, hizo un paquete con ellos y lo mandó a Lafayette, jefe entonces de la Guardia Nacional, con un billete en el que había escrito: “He aquí, querido general, los primeros frutos de la Revolución”.

Entre los grandes desafíos de aquel período estaba el pasar de una sociedad jerarquizada a una más igualitaria, por lo que se introdujeron normas de convivencia que lo facilitarían; a ese respecto Clarasó narra lo siguiente

Una noche, a la salida del teatro, una señora de la aristocracia llamó al hombre que se encargaba de buscar las carrozas y le ordenó:
-Llamad a mis criados.
Un sans-culotte que pasaba por allí y la oyó, le gritó:
-¡Ya no hay criados! Ahora todos los hombres somos hermanos.
-Gracias -dijo la señora-. En este caso llamad a esos hermanos míos que están a mi servicio.

Más allá de la ironía no cabe duda que los cambios sociales implican gran complejidad y las estructuras sociales no se modifican por el simple cambio de palabras. Tal vez a ello aludía Jacinto Benavente: "Cambiar los nombres, sin cambiar las cosas, es lo primero con que se engaña al pueblo en todas las revoluciones".

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