jueves, 4 de julio de 2019

Escritores "infames"


Lo más habitual es que los escritores quieran ser reconocidos por su obra, famosos en la llamada república de las letras. Sin embargo, no han faltado aquellos que juegan en otro equipo procurando estar lejos de las luminarias. José Jiménez Lozano se refiere al punto.

Unas palabras muy duras pero muy verdaderas de H. Melville: “Todo renombre es condescendencia”, y extrae la lección: “Prefiero ser infame”. Esto es, no sólo “sin fama”, sino maldito. Y lo fue; pero maldito de veras, no que perteneciese a una distinguida generación de escritores o poetas malditos, como luego sucedería –une mondanité littéraire-, sino que cayó en la irrelevancia y el desprecio. No le fallaron sus cálculos en este sentido. Sabía lo que elegía, al ser fiel a sí mismo contra el público y los estereotipos sociales y culturales. La mayoría, la gran mayoría de los escritores se han traicionado y han elegido digamos que la gloria, y se han puesto de rodillas ante la fama y esa tiranía del público. Incluso los más grandes según las estimaciones habituales. Es decir, los que alcanzaron la fama y no tuvieron valor para ser “infames”, los que “condescendieron”.

Sin embargo, y contra lo que se pudiera prever, el trabajo de quienes buscaron permanecer en los márgenes de la farándula literaria no necesariamente será menos conocido en el transcurso del tiempo que el de sus colegas famosos. Prosigue Jiménez Lozano

La verdad es que, luego, sólo los “infames” se sostienen sin apoyos y sólo ellos siguen hablando; y no porque hayan alcanzado la inmortalidad literaria, sino porque su voz está viva, que no es lo mismo. Esta voz se tiene o no se tiene, la inmortalidad literaria se debe a la condescendencia de los demás, a lo que se llama el “reconocimiento”. Los profesores de literatura, los críticos y hasta los ministros de Educación pueden liquidar viejos reconocimientos de siglos: generaciones enteras no van a oír hablar en delante de Antígona o del Rey Lear, ni de la Costancica, porque ya no estarán “en los programas”; pero seguirán viviendo, como Ahah e Ismael y otros cazadores de Moby Dick.

Pero no cualquiera está preparado –según José Jiménez Lozano- para hacerse a un costado.

Lo que pasa, sin embargo, es que hay que ser Melville o el señor Miguel de Cervantes o Juan de la Cruz para optar por “la infamia”. Eso no está al alcance de cualquiera de nosotros. Seguramente es la voz que se lleva dentro la que opta y obliga a optar por la perdición, por la subida al Monte y el despojamiento, y sólo ella puede asistir en esa travesía de infamia.
Para los demás, queda el cursus honorum, la carrera del “hombre estético”, los senderos de gloria. Como para los profesionales u hombres de negocios de cualquiera otra clase, el listín de las historias de literatura, unos con letra grande y otros con letra pequeña, como en el listín de teléfonos o del Anuario Financiero. No hay que hacerse ilusiones.

Finalmente convoquemos a Michel Tournier quien también aborda la cuestión.Conviene recordar (…) la idea principal de Monsieur Teste: los hombres famosos sólo son genios de segundo orden, porque cometieron la debilidad de darse a conocer. Los genios de primer orden mueren sin confesar…”

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