No se trata de pedir que las batas,
túnicas -o como se les llame- que portan los enfermos internados en
instituciones hospitalarias estén diseñadas en el Salón de la Moda de París.
No, la pretensión es mucho más humilde y con que no sean tan ridículas ya nos
daríamos por satisfechos.
El tema del poder médico es un tópico
recurrente y tal vez una de sus manifestaciones –no necesariamente menor- sea
la enorme asimetría existente entre la vestimenta de los facultativos y la de
los pacientes internados; Federico Fellini nos comparte su experiencia.
(…) Me dejan semidesnudo sentado en el
cochecillo; al otro lado de los cristales, los médicos, con sus batas blancas,
hablan de mí señalándome con gestos que veo y palabras que no oigo. Los familiares
de los otros enfermos pasan cerca de mí, por el pasillo, y me miran
semidesnudo: miran el objeto.
Tal vez los artistas sean quienes más
sufren este ridículo del que ni siquiera ellos están a salvo; ahora es Joaquín
Sabina quien presenta su testimonio
La noche del 21 al 22 de agosto [de
2001] me acosté muy borracho. Cuando pretendí levantarme para ir al baño, la
pierna no me respondió. Me asusté, querían llamar a un médico y yo pedí una
ambulancia. Qué cosas, estaba aterrado, pero tenía un hambre feroz y me comí en
el hospital un par de bocatas. Me hicieron un escáner, me tranquilizaron, me
dieron un anticoagulante. Mi obsesión era que no me pusieran una de esas
batitas que te dejan el culo al aire; hombre, de morir, que sea con una cierta
dignidad.
Por si fuese necesario, el combo se
completa cuando ya desde hace años algún especialista, de más que dudosa
calificación en el desempeño de sus funciones, pensó que la mejor forma para
ayudar al restablecimiento de la salud de quienes permanecen hospitalizados
estriba en darles un trato de niños (aunque tengan 103 años) cuando no de una
falsa familiaridad propia de las parejas mejor avenidas en el mercado amoroso.
El dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda, quien pasó por sucesivas internaciones,
sabía mucho de todo esto.
Lo único malo es que todas las enfermeras
(…) me tratan como a un niño inválido y hablan con un lenguaje falso, ese lenguaje
con el que no se les debe hablar a los niños. (Qué pasó, mi cielo; cómo está,
mi rey, cómo amaneció, mi amor; tranquilo, corazón, ya va a pasar.)
Además,
cabe recordar que en la historia de la pedagogía familiar siempre ha estado
presente la preocupación por mantener el prestigio del linaje en caso que se
presente un imprevisto. Lo que narra Elvira Lindo al respecto, constituye uno
de los aprendizajes familiares que, trasmitido de generación en generación,
trasciende fronteras.
Hay
enseñanzas que a toda española no se le olvidan jamás, como eso que nos decían
nuestras madres cuando íbamos al colegio: “Quítate esas bragas que están rotas,
vaya que tengas un accidente y te las vean en el hospital”.
Concluye
Elvira Lindo con una afirmación incontrovertible: “Uno puede olvidar todo lo
que aprendió en el BUP [Bachillerato Unificado Polivalente], pero ese tipo de
absurdez pedagógica permanece en el cerebro hasta la muerte.”
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