En el
artículo anterior nos referimos a la finalmente suspendida participación de un
grupo de plañideras en la ceremonia fúnebre llevada a cabo por la muerte de
Stalin a comienzos de marzo de 1953. Siguiendo al mismo Juan Forn (en quien
basamos la nota anterior) tendremos cierta idea de la manera en que
transcurrieron los funerales.
Hoy se
sabe lo que eran las calles del centro de Moscú ese día [7 de marzo]: horas
antes de que se anunciara que se velaría a Stalin en el Kremlin, la gente
empezó a acercarse espontáneamente hacia la Plaza Roja. Cuando murió Lenin en
1924, decenas de miles de rusos llenaron todos los trenes hacia la capital, y
no querían que se repitiera el mismo caos en los funerales de Stalin. Pero la
falta de coordinación caracterizó esas primeras horas. Antes del alba, todas
las calles que desembocaban en el Kremlin estaban atestadas de gente. Hasta ese
momento todo era parecido a los aniversarios de la Revolución, pero sin
barricadas ni guardias ni largas filas. Pero poco a poco las calles laterales
empezaron a bloquearse, por la gente que quería llegar a las avenidas. En cada
cuadra había una interminable fila de trolebuses y otra de camiones detenidos,
paragolpe contra paragolpe, angostando el paso de la multitud. Había mucha
policía y soldados, a juzgar por esos camiones, pero era tal la cantidad de
gente que no se los veía.
No había
el menor margen para moverse, la gente había pasado así la noche: inmóvil,
silenciosa, sin agua ni comida, ni posibilidad de ir al baño. Con las primeras
luces se supo dónde estaban todos aquellos soldados de los camiones: cuando
salieron en formación de combate desde adentro del Kremlin hacia la Plaza Roja,
con el objetivo de vaciarla primero, y luego asegurar el perímetro, haciendo
retroceder a las multitudes como fuera. Los que no querían quedar aplastados
por la presión se arrastraban debajo de los camiones y los trolebuses o
trataban de escurrirse por las alcantarillas incluso. Algunos pocos lograban
colarse en algún edificio que no tuviera las puertas cerradas, y escapaban por
los patios traseros que unían un edificio con otro, o por los techos,
contemplando el río de gente aplastada allá abajo. Para las cuatro de la tarde,
cuando anocheció, todo el centro de Moscú, ese anillo de edificaciones de
piedra blanca que rodeaba el Kremlin y la Plaza Roja, estaba desierto, salvo
los centinelas de la Guardia Roja que patrullaban fantasmalmente las calles.
La
ceremonia luctuosa duró un par de días –continúa Forn- en los que la multitud
se despidió del líder.
El
cadáver de Stalin fue enterrado en el mausoleo de Lenin el 9 de marzo (lo
habían velado en la Sala de las Columnas del Kremlin, el mismo escenario donde
había defenestrado uno a uno a los viejos bolcheviques: Kamenev, Sinoviev,
Bujarin y el resto). Cuando el féretro descendió, sonaron las campanas de la
Torre Spasskaya y una salva de disparos sonaba en contrapunto con cada
campanada. El silbato de cada fábrica de Moscú acompañó la despedida y cada
vehículo de la URSS se detuvo (tractores, trenes, tranvías, barcos, micros,
camiones). Luego se hizo un silencio absoluto en toda la ciudad.
Aún
cuando se carece de cifras precisas acerca de la magnitud de la tragedia, añade
Forn que los intentos por evitar que las cosas se salieran de control
resultaron insuficientes.
Cuando
todo hubo terminado, corrió la voz entre los familiares de todos aquellos que
no habían vuelto a casa en esos tres días que había que ir a la morgue de
Lefortovo a tratar de reconocer al ser querido entre las filas de cadáveres que
había hasta en los pasillos. Cada uno tenía escrito un número en tinta en la
mano. Hay quien dice que fueron cuatrocientos; otros aseguran que superaban los
tres mil, pero ni la radio ni los diarios soviéticos lo mencionaron.
No es
un dato menor el que ante la conmoción provocada por el fallecimiento del
máximo líder, no hubo lugar -ni flores- para otros funerales (ni aunque se
tratara de los de un destacado compositor).
Tampoco
anunciaron las otras muertes que ocurrieron en esos días, como la del
compositor Sergei Prokófiev, que murió en su cama de un derrame cerebral. No se
lo pudo velar ni mover su cuerpo hasta que terminaron los funerales de Stalin.
No se conseguían flores para ningún otro entierro en Moscú en esos días. La
principal revista musical soviética informó la muerte de Prokófiev en la página
116 de su número siguiente; las primeras 115 estaban dedicadas a la muerte de
Stalin.
Concluye
Juan Forn: “Hasta el 7 de marzo, el nombre de Stalin aparecía hasta cien veces
por página en cada edición de Pravda. Un mes después del funeral, su nombre
había desaparecido de la prensa soviética.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario