martes, 16 de julio de 2019

Marcas de autos/1


El proceso en el que surgen las marcas que identifican a un determinado producto en el mercado, suele estar lleno de curiosidades y casualidades. El sector automotriz no es la excepción tal como lo pone de manifiesto Luis Melnik, un especialista en la materia a quien seguiremos en este tema.

Los japoneses, siempre tan prudentes, no vacilaron en llamar a una línea de vehículos Isuzu, por el río Isuzu, la Casa del Dios del Sol. Y Mazda es una aproximación al dios Ahura Mazda que Zoroastro (638-553 a. de C.), el profeta persa y creador de la religión que lleva su nombre, aseguró haber encontrado en una visión. Casi nada, para un simple vehículo. Los coreanos usaron Kia (saliendo del oriente), Daewoo (gran universo).

En algunos casos como el de Jeep, existen diversas conjeturas al respecto y el asunto tiene su historia.

Jeep es una palabra de orígenes difusos o al menos discutidos. En 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, el Ejército de los Estados Unidos llamó a licitación para la fabricación de un vehículo utilitario, de uso múltiple, tracción en las cuatro ruedas, preparado para asistir al combatiente en los peores terrenos y condiciones. Se presentaron tres empresas, y ganó Willys Overland, que finalmente terminaría asociada a Ford para la producción en masa.
Se lo llamó General Purpose, para todo uso. Las siglas eran GP (gi pi), que se convirtieron en Jeep por influencia de la tira cómica Eugene the Jeep, un personaje creado por la dibujante Elzie Crisler Segars en 1929, para The Thimble (dedal) Theater, donde apareció Popeye, el marino de ojo saltón (pop eye) y su eterna novia Olivia. En 1936, se sumó el raro personaje Jeep. Era de color amarillo, semejante a un perro de largo hocico, caminaba sobre sus patas traseras, jamás mentía, pero sólo podía decir una palabra: Jeep, expresión que según confirmó la autora, nada quería decir en los idiomas más tradicionales. Eugene the Jeep hacía de todo: subía montañas, cortaba árboles con sus manos, trituraba enemigos gigantescos, caminaba por las paredes y las atravesaba, podía desaparecer y reaparecer en otro lugar. Desde entonces la caligrafía de la marca Jeep permaneció sin alteraciones. 

Ahora bien, la marca siempre está acompañada de un símbolo que fortalece la identidad del producto al permanecer indivisiblemente asociado al mismo. A ello también se refiere Melnik

Toda la blasonería automotriz está plagada de caballos, toros, panteras, leones, todos rampantes, aguerridos, espeluznantes y vigorosos. Estrellas, flechas lanzadas hacia el firmamento, diosas aladas, dragones, cruces: heráldica viril, victoriosa, rugiente.
Algunos memoriosos equivocados sostuvieron que la VW de Volkswagen era un símbolo gráficamente poco feliz, sin significado profundo, pero que, al girar, dibujaba misteriosamente la esvástica. Los primeros Dodge exhibían sobre los radiadores una figura que a primera vista parecía la Estrella de David, pero, por la forma de estar entrelazados los triángulos y sus colores, indicaban un símbolo masón. (…)
Y quien se fije con cuidado, coincidirá que ni el Jaguar, ni el Cavallino de Ferrari, ni el equino de Porsche, ni el toro de Lamborghini, ni el león de Peugeot, ni el potro de Mustang, ni el felino de Cougar, muestran sus atributos, porque sus formas fueron púdicamente estilizadas. Y claro está, lo mismo ocurrió con el cacique Pontiac o el explorador español Hernando De Soto, cuyos nombres fueron insignia de automóviles norteamericanos.

Según Melnik el uso de expresiones latinas para diversos modelos automotrices tiene el firme propósito de impactar en el mercado.

Los norteamericanos, tan western para todo, se refugiaron en lo latino en muchos de sus vehículos agregándoles tintes de refinamiento, diseño dicen algunos, pero muy probablemente de descaradas implicaciones sexuales, desde que para ellos los "latinos" o los "hispanos" siempre simbolizaron arrebatos pasionales, ropas rasgadas previas al acto de amor, pasiones desbordadas. Durante décadas llamaron a sus modelos Monaco, Monte Carlo, Riviera, Seville, Eldorado, Toronado, LeBaron, Corsica, Granada, Sierra, y siguen apelando a Paseo, Taurus, Tempo, Aurora y hasta un Fiero. Los japoneses no se quedaron cortos y aparecieron sus Corona, Vitara, Imprezza, Corolla, Lexus, Infiniti, Eclipse, Cuore, Feroza, Forza, Capucino o Escudone.

Se presenta un caso en que el propio Melnik desconoce el origen de la expresión y otro que es únicamente comprensible para especialistas en literatura.

Ya lanzados, en tiempos modernos insistieron: Nissan con Moco y Mazda con Laputa. El primero... vaya a saber por qué, y el segundo, seguramente, por la isla voladora habitada por unos científicos charlatanes en la obra de Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver. Esos filósofos soñadores eran empleados como asistentes y llamados "cacheteados", porque les daban bofetadas en bocas y oídos cuando su atención se distraía de los "temas importantes" para atender materias vulgares y mundanas. Se ha sugerido que Swift tomó el nombre del español, con referencia al proverbio: "Cuídate de la puta que deja tu bolsa vacía". En el contexto de la novela, podría haber sido una alusión al empobrecimiento de Irlanda por culpa de Inglaterra, una constante en Swift. (…) ¿Correrán los incautos apasionados al encuentro del modelo apetecido o se refugiarán en tibios puritanismos cuando sean interrogados por la marca de su lustroso vehículo?

En el próximo artículo seguiremos con el tema.

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