Hay algo
que me llama la atención y que paso a describir. Desde hace mucho he observado
que cuando un grupo de pilotos y sobrecargos se cruzan en los aeropuertos, el
final de su encuentro va acompañado del infaltable deseo: “¡Buen vuelo!”. Esto
no sucede a veces, ¡siempre! Esta costumbre que habitualmente quedaba en la
intimidad de las tripulaciones he observado que de un tiempo a esta parte ha
cobrado otro alcance ya que cada vez con mayor frecuencia al anuncio
tradicional del capitán de: “Tripulación: prontos para el despegue” se añade el
mencionado mantra: “¡Buen vuelo!”.
Como
ya es habitual en este espacio, una vez más recurro a Wislawa Szymborska para
aclarar el punto. Afirma que en un momento de optimismo racionalista se pensó
que el avance del conocimiento lograría desterrar por completo a las
supersticiones. “La convicción de los racionalistas del siglo XVIII de que el
conocimiento, la civilización y el pensamiento laico liberarían al individuo
del futuro de todas las supersticiones ha resultado inútil.” Aunque cabe
precisar que nunca faltaron los escépticos al respecto. “Solo David Hume se
mostraba contrario a esa esperanza diciendo que, aunque la atracción por las
cosas milagrosas ‘puede ser refrenada de vez en cuando por la razón y la
ciencia, nunca se la podrá extirpar por completo de la naturaleza humana’.” Y
para Szymborska existen razones suficientes para que las supersticiones
conserven su buena salud.
[La
superstición] se ha convertido en la última reserva para un tiempo sombrío,
preparada siempre para activarse ante la desgracia, la amenaza, la
incertidumbre, el riesgo. Y, por desgracia, no nos es posible eliminar por
completo de la vida cualquiera de esas situaciones. Cualquier profesión de
riesgo, por ejemplo, tiene sus supersticiones, y esto no pasa solo con oficios
antiguos como la minería o la navegación, sino también con los nuevos, como la
aviación.
Justo
lo que estaba buscando. Nuevamente confirmo el enorme privilegio que representa
contar con alguien de confianza que ayude a responder aquello que nos intriga;
continúa Szymborska con su explicación.
Sucede
exactamente lo mismo con todas esas actividades cuyos resultados no pueden
preverse de antemano. Actores, deportistas, estudiantes, cazadores, aficionados
a los juegos de azar… Todos ellos tienen sus números de la suerte, talismanes,
presagios, su manera particular de tocar madera. No son, al menos no en el
ámbito individual, prácticas perjudiciales: dan confianza en uno mismo y con
frecuencia permiten al individuo actuar con serenidad.
Eso sí,
añade que como en todo aplican contraindicaciones. “Pero en el ámbito
colectivo, esa propensión a la superstición que dormita en nosotros puede
devenir peligrosa, en especial cuando se encuentran en situaciones de gran
estrés social personas fanáticas o cínicas capaces de desatarlas con habilidad.”
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