martes, 27 de agosto de 2019

¡Buen vuelo!


Hay algo que me llama la atención y que paso a describir. Desde hace mucho he observado que cuando un grupo de pilotos y sobrecargos se cruzan en los aeropuertos, el final de su encuentro va acompañado del infaltable deseo: “¡Buen vuelo!”. Esto no sucede a veces, ¡siempre! Esta costumbre que habitualmente quedaba en la intimidad de las tripulaciones he observado que de un tiempo a esta parte ha cobrado otro alcance ya que cada vez con mayor frecuencia al anuncio tradicional del capitán de: “Tripulación: prontos para el despegue” se añade el mencionado mantra: “¡Buen vuelo!”.

Como ya es habitual en este espacio, una vez más recurro a Wislawa Szymborska para aclarar el punto. Afirma que en un momento de optimismo racionalista se pensó que el avance del conocimiento lograría desterrar por completo a las supersticiones. “La convicción de los racionalistas del siglo XVIII de que el conocimiento, la civilización y el pensamiento laico liberarían al individuo del futuro de todas las supersticiones ha resultado inútil.” Aunque cabe precisar que nunca faltaron los escépticos al respecto. “Solo David Hume se mostraba contrario a esa esperanza diciendo que, aunque la atracción por las cosas milagrosas ‘puede ser refrenada de vez en cuando por la razón y la ciencia, nunca se la podrá extirpar por completo de la naturaleza humana’.” Y para Szymborska existen razones suficientes para que las supersticiones conserven su buena salud.

[La superstición] se ha convertido en la última reserva para un tiempo sombrío, preparada siempre para activarse ante la desgracia, la amenaza, la incertidumbre, el riesgo. Y, por desgracia, no nos es posible eliminar por completo de la vida cualquiera de esas situaciones. Cualquier profesión de riesgo, por ejemplo, tiene sus supersticiones, y esto no pasa solo con oficios antiguos como la minería o la navegación, sino también con los nuevos, como la aviación.

Justo lo que estaba buscando. Nuevamente confirmo el enorme privilegio que representa contar con alguien de confianza que ayude a responder aquello que nos intriga; continúa Szymborska con su explicación.

Sucede exactamente lo mismo con todas esas actividades cuyos resultados no pueden preverse de antemano. Actores, deportistas, estudiantes, cazadores, aficionados a los juegos de azar… Todos ellos tienen sus números de la suerte, talismanes, presagios, su manera particular de tocar madera. No son, al menos no en el ámbito individual, prácticas perjudiciales: dan confianza en uno mismo y con frecuencia permiten al individuo actuar con serenidad.

Eso sí, añade que como en todo aplican contraindicaciones. “Pero en el ámbito colectivo, esa propensión a la superstición que dormita en nosotros puede devenir peligrosa, en especial cuando se encuentran en situaciones de gran estrés social personas fanáticas o cínicas capaces de desatarlas con habilidad.”

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