José Luis Melero inicia con una frase contundente: “Mariano
José de Larra tuvo tres hijos de su desgraciado matrimonio con Josefa Wetoret.”
Por cierto que nos deja con la intriga porque ya no aclara a qué se refiere con
eso de su desgraciado matrimonio. La
referencia a dos de sus hijos es sucinta: Luis Mariano fue escritor como su
padre mientras que Adela “ha pasado a la historia por haber sido la amante
favorita del rey Amadeo de Saboya durante su breve reinado en España (…)”
Pero en quien Melero se va a detener es en Baldomera,
que resultó una estafadora de cuidado y permite confirmar aquello de que en
todas las épocas se cuecen habas.
(…) merecería por sus aventuras financieras un lugar
de honor en un posible manual sobre las más distinguidas estafadoras de todos
los tiempos. Baldomera anunció a bombo y platillo que abonaría el interés del
treinta por ciento mensual a todos aquellos que le confiaran sus ahorros.
Aquella disparatada propuesta tuvo un gran éxito entre los más ignorantes y
codiciosos, y llegaron a formarse grandes colas para entregarle dinero. Al
principio, esta pagó los intereses a quienes habían depositado una menor
cantidad de dinero, lo que hizo que otros muchos se decidieran a confiar en ella.
Todo esto ocurría en 1876 y La Ilustración española y Americana contó en un artículo cómo las
autoridades se preguntaban por qué desde hacía meses se formaban grandes colas,
primero en la calle de la Greda, luego en la plaza de la Cebada y finalmente
ante la puerta de un antiguo teatro de la calle de la Paja. La respuesta era
sencilla: esas colas las montaba doña Baldomera con todos aquellos infelices
que le llevaban sus imposiciones en metálico.
El resultado previsible –continúa Melero- fue el que
transitan habitualmente quienes se dedican al oficio.
Como era fácil suponer, al poco tiempo la hija de
Larra desapareció llevándose el dinero de todos aquellos incautos. Fue juzgada
y condenada en rebeldía y su pista se pierde en La Habana, donde fallecería
algunos años más tarde, según nos contó Natalio Rivas, quien publicó en uno de
sus libros una fotografía de doña Baldomera.
Concluye Melero: “Con esa pinta, yo no le habría
dejado ni propina para un café.”
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