Sabía que lo tenía en el Almacén, pero
costó dar con él. Se trata de un artículo de Ana García Bergua publicado en La Jornada el 31 de agosto de 2008.
¿Y esto, Tarabana, no hay
también algo parecido al robo en el simple hecho de que acepte yo ese dinero
que tú me traes?
Depende, hombre, depende…
Axkaná, por ejemplo, diría que sí, pero Axkaná es hombre de libros. Yo, que
vivo sobre la tierra, aseguro que no. La calificación de los actos humanos no
es sólo punto de moral, sino también de geografía física y de geografía
política. Y siendo así, hay que considerar que México disfruta por ahora de una
ética distinta de las que rigen en otras latitudes. ¿Se premia entre nosotros,
o se respeta siquiera, al funcionario honrado y recto, quiero decir al
funcionario a quien se tendría por honrado y recto en otros países? No; se le
ataca, se le desprecia, se le fusila. ¿Y qué pasa aquí, en cambio, con el
funcionario falso, prevaricador y ladrón, me refiero a aquel a quien se
calificaría de tal en las naciones donde imperan los valores éticos comunes y
corrientes? Que recibe entre nosotros honra y poder, y, si a mano viene, aun
puede proclamársele, al otro día de muerto, benemérito de la patria. Creen
muchos que en México los jueces no hacen justicia por falta de honradez.
Tonterías. Lo que ocurre es que la protección a la vida y a los bienes la
mayoría la imparten aquí los más violentos, los más inmorales, y eso convierte
en una especie de instinto de conservación la inclinación de casi todos a
aliarse con la inmoralidad y la violencia. Observa a la policía mexicana: en
los grandes momentos siempre está de parte del malhechor o es ella misma el
malhechor. Fíjate en nuestros procuradores de justicia: es mayor la
consideración pública de que gozan mientras más son los asesinatos que dejan
impunes. Fíjate en los abogados que defienden a nuestros reos: si alguna vez se
atreven a cumplir con su deber, los poderes republicanos desenfundan la pistola
y los acallan con amenazas de muerte, sin que haya entonces virtud capaz de
protegerlos. Total: que hacer justicia, eso que en otras partes no supone sino
virtudes modestas y consuetudinarias, exigen en México vocación de héroe o de
mártir.
Concluida la transcripción del
fragmento, García Bergua precisa el origen del mismo.
Esto último no lo escribí yo, brincos
diera. Es La sombra del caudillo, de
Martín Luis Guzmán, de 1929.
Se pregunta y nos pregunta “¿Qué tanto
habremos cambiado?”
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