A Truman Capote se le daba la sociabilidad por lo que
mantenía estrecho contacto con celebridades de la política, la literatura, el
arte, la cinematografía, etc. (por cierto que esta proximidad terminó en enemistad
con muchos de ellos, pero eso lo veremos en otra ocasión).
Muestra de ello es que hacia fines de 1966 invitó al “Baile
de negro y blanco” (y spaghetti con estafado de pollo a la medianoche) a una
amplia lista de amigos. Dicha fiesta, según comenta Guy Trebay, hizo historia
en su tiempo.
La velada sobrevive en filmaciones y en los recuerdos
de los invitados que 50 años después todavía viven. Fue una fiesta de una clase
que es improbable que volvamos a ver, dado que permitió la confluencia entonces
inusitada, aunque ahora más común, de esferas sociales dispares.
Esa noche allí coincidió –tal como rememora Trebay- un
nutrido y dispar grupo de personajes.
Antes del “Baile de negro y blanco” nadie había
imaginado, ni mucho menos estado, en una fiesta formal con una lista de
invitados tan extravagantemente variada, que amparó bajo un mismo techo a la
poeta Marianne Moore y a Frank Sinatra, a Gloria Vanderbilt y Lionel Trilling,
Linda Bird Johnson y la Maharaní de Jaipur, la princesa italiana Luciana
Pignatelli (que llevó un diamante de 60 quilates prestado por el joyero Harry
Winston) y el cineasta documental Albert Maysles.
Cuando Capote convocó a sus amigos a una noche de
baile (y spaghetti con estofado de pollo a la medianoche) era famoso hasta más
no poder y le sobraba la plata debido a los ingresos de su exitosísimo libro de
no ficción A sangre fría, aclamado
por la crítica.
En el Gran Salón de Baile del Plaza Hotel, a partir de
las 10 en punto de esa noche, aristócratas europeos se codeaban con novelistas
y académicos; inscriptos de sangre azul en el Registro Social tomaban champagne
Taittinger con habitués de Hollywood y Broadway; impasibles habitantes de clase
media de Garden City, Kansas, que habían hospedado a Capote durante los años
que él pasó haciendo la investigación para su obra maestra bailaban al compás
de la orquesta de Peter Duchin junto con el fotógrafo y director de cine Gordon
Parks, quien más tarde diría en broma que él –junto con Harry Belafonte y Ralph
y Fanny Ellison- representaba “lo negro del Baile de negro y blanco”.
Según Guy Trebay, y a diferencia de lo que sucede
habitualmente en estos eventos, en aquella oportunidad nadie declinó la
invitación de Capote, todos los convocados (tal vez hasta algún colado)
quisieron hacerse presente en tan histórica fiesta.
¿Y si das una fiesta y viene todo el mundo? Eso es
precisamente lo que ocurrió la lluviosa noche del 28 de noviembre de 1966,
cuando 540 de los más íntimos y más allegados a Truman Capote aparecieron en lo
que el escritor insistió en llamar su “pequeño baile de máscaras para Kay
Graham y todos mis amigos”.
Por aquel entonces se agitaba Estados Unidos con movimientos
sociales de gran envergadura. ¿Qué tanto aquellas personalidades estaban al
tanto o –como suele suceder entre la élite- ni siquiera tenían idea de lo que
se estaba gestando?
Si entre los reunidos en aquella fiesta histórica prevaleció
esto último, por lo menos no fue así para Harry Belafonte.
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