Las
historias personales también están hechas de acontecimientos que vistos
retrospectivamente pudieran parecer menores pero que en su momento fueron
significativos, tanto que la memoria -que ha olvidado cosas trascendente- al
paso de los años pueda evocarlos con todo detalle. Miguel Gila será quien
ejemplifique el asunto.
A
pesar de haber tantos solares, un día, al volver del colegio, bajando por García
de Paredes no pude llegar a ninguno. No puedo saber qué fue lo que me provocó aquellos
retortijones, tal vez los altramuces, que los chicos llamábamos
"chochos" y que había comido en cantidad, lo cierto es que de vez en
cuando me tenía que parar y apretar las piernas con fuerza. El retortijón se
paralizaba un instante, pero apenas había dado unos pasos, me volvía de nuevo.
No lo pude evitar y antes de llegar a Zurbano me cagué.
Una
vez sucedida la desgracia, el desafío consistiría en que aquello pasara
desapercibido tanto ante los vecinos como en la propia casa.
Llegué
hasta mi casa caminando con dificultad, tratando de evitar que la cosa no
pasara de los calzoncillos y lo conseguí. Cuando mi abuela abrió la puerta notó
que algo extraño me pasaba, pero no dije nada. En la casa no había nadie más.
Me metí en mi habitación, me quité los pantalones y los calzoncillos. Los
pantalones milagrosamente no se habían ensuciado, pero los calzoncillos olían
que apestaban.
Como
no me atrevía a decir nada, metí los calzoncillos en un paraguas con idea de
lavarlos aprovechando que mi abuela saliera a hacer algún recado. Me puse unos calzoncillos
limpios.
Y
claro que pasó lo que ya se puede suponer: “mi abuela no salió, dejé los calzoncillos
dentro del paraguas”, lo que daría lugar a un problema mayor.
Ese
día no pasó nada; pero el destino quiso que, al día siguiente, viniera de visita
una amiga de mi abuela, que estaba casada con un senador. Cuando terminaron de hablar
y la señora del senador se disponía a salir empezó a llover. Mi abuela le dio
el paraguas. Cuando la señora del senador llegó al portal, abrió el paraguas
para salir a la calle y los calzoncillos le cayeron en la cabeza. Se armó la de
Dios es Cristo.
Miguel
Gila concluye la narración de aquella historia haciendo un recuento de daños.
Aparte
de la paliza, me hicieron lavar los calzoncillos. Y eso no fue lo más grave, lo
peor fue que alguien que estaba en el portal cuando abrió el paraguas la
señora, lo comentó y se enteró todo el barrio de que me había cagado en los
pantalones.
Toda
narración tiene moralejas y esta no es la excepción:
- cuide lo que come y no se exceda en algunos alimentos de difícil digestión
- no implemente soluciones momentáneas que al paso del tiempo puedan devenir en problemas de consideración
- y… si ya la cagó, por lo menos tenga buena memoria.
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