lunes, 13 de enero de 2020

Aquella pareja de ancianos


Seguramente a todos nos ha sucedido. Nos cruzamos en la calle, en el parque, en el transporte público con alguien que por algo llama nuestra atención. Más aún, nos impresiona, ignora que es portador de un mensaje que está dirigido a nosotros. Nunca lo habíamos visto, posiblemente nunca lo volveremos a ver. 
Pasa el tiempo y aquel rostro permanece muy vívido en nuestra memoria. Tal vez a alguien le haya sucedido lo mismo con nosotros y en este momento nos esté recordando.
Misterios de la vida.
Le sucedió a Michel Tournier cuando viajaba en tren de Kioto a Tokio y su mirada se detuvo en una pareja.
Muchedumbres en el tren, porque la huelga ha provocado la supresión de ciertos trenes. Vamos de pie hasta Nagoya. Pero la incomodidad de la postura se ve ampliamente recompensada por la presencia de una pareja de ancianos admirables. 
Y en pocas palabras, muy pocas, los describe. “Él seco y alto, muy guapo. Pero ella…” Sí, ella fue punto y aparte.
La señora lo marcó tanto que Tournier, sin pedir permiso, se atrevió a entrar en su intimidad, en las profundidades de su vida 
(…) ese rostro radiante de dulzura, de inteligencia, de bondad, con esa sonrisa de mujer que lo ha visto todo, todo lo ha comprendido, lo ha perdonado todo. ¡Vivir en la luz de esos ojos! 
El encuentro con esos desconocidos –al mismo tiempo tan entrañablemente próximos- fue breve. Concluye Michel Tournier: “Los dos ancianos desaparecieron para siempre en la estación de Nagoya.”
Eso de que desaparecieron para siempre, se entiende, es solo un decir.

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