viernes, 3 de enero de 2020

Luis Villoro, un recuerdo entrañable


Hay textos que al cabo de los años permanecen en la memoria con la misma emoción de cuando los leímos por primera vez. Ejemplo de ello es un pequeño fragmento en que su hijo Juan nos comparte las innegociables convicciones de don Luis Villoro.

(…) me recordó una sesión plenaria que celebramos cuando murió mi abuela. Yo tenía unos diez años y admiraba la extravagante relación que mi padre sostenía con el dinero: guardaba billetes en un ejemplar de Das Kapital (en la cuarta de forros anotaba sumas y restas), tenía una irrestricta y dramática fobia hacia los lujos (si le elogiabas una corbata, dejaba de ponérsela) y consideraba que toda fortuna monetaria era un veneno que debía de dañar a los demás.

Aun siendo un niño –o quizás por eso mismo- al hoy celebrado escritor le tocó hacerse cargo de registrar los acuerdos alcanzados.

En aquella reunión, calcada de las sesiones del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista, fungí de secretario de actas y anoté una frase que jamás olvidaría: “Hemos recibido un dinero que no hemos hecho nada para merecer”.

Por tanto –continúa Juan Villoro- había que decidir qué hacer con aquello que inmerecidamente se había recibido.

Mi abuela había dejado tierras, edificios y otras propiedades dañinas para nuestras almas. La única manera de purificarnos era regalarlas. Con enorme entusiasmo, mi hermana de ocho años y yo votamos por despojarnos de la inmunda riqueza. Mi padre cerró esta sesión formativa mencionando candidatos para la donación: Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca vinculado a la teología de la liberación, y un partido de izquierda que aún no se formaba pero cuando lo hiciera sería magnífico.

Juan Villoro concluye la evocación de aquel momento inolvidable: “Con el puño en alto, celebramos no ser ricos.”

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