Hace
ya mucho tiempo había quienes reconocían que no les gustaba el cine, que
preferían ir al teatro; era cuestión de fidelidad porque asistir “al
cinematógrafo o al biógrafo para ver una cinta” significaría una traición de
grandes dimensiones.
Sin
llegar a esos extremos Wislawa Szymborska propone una comparación entre ambos, en la que
favorece claramente al teatro. Los paralelismos comienzan con la duración de
los diálogos.
Valoro
en gran medida todo eso que el teatro puede ofrecernos y el cine, no. Solo en
el teatro es posible un diálogo largo, demasiado largo incluso, y que siga
reinando un respetuoso silencio en la sala. El cine, por lo general, no maneja
bien los diálogos largos, debe fragmentarlos en tomas cortas. Y es algo
completamente diferente.
Claro
que no podía faltar el tema de la cercanía del público con los actores y lo que
tiene de arte efímero la actuación en cada función.
Solo
en el teatro puede sentirse el latido de los actores, porque son personas
vivas. Jamás actuarán hoy como lo hicieron ayer, como tampoco la actuación de
mañana será igual que la de hoy. La película conservada en celuloide solo es
una versión de las muchas posibles, puede que la mejor, puede que no, pero eso
jamás podremos saberlo.
Asimismo
para Szymborska únicamente en el teatro es posible que tenga lugar lo que llama
milagros; lo ejemplifica con uno de
los tantos que le tocó presenciar.
(…) solo
en el teatro sucede a veces algo, que a falta de una definición más certera,
podemos catalogar de milagro. Recuerdo Pastoral
de Schiller, representada al poco de terminar la guerra. En cierto momento, en
uno de los lados del escenario apareció un pastorcillo y comenzó a tocar su
violín. No hizo nada más, ninguna mueca, ningún gesto. Estaba allí de pie y
tocaba con la cabeza levemente inclinada. Y, sin embargo, pese a que en mitad
del escenario tenía lugar un dinámico y colorido espectáculo, la sala entera no
podía dejar de mirarlo solo a él. Después, al leer el programa, me enteré de
que se trataba de un actor, por entonces, desconocido para mí: Tadeusz
Lomnicki.
Aun
cuando sería posible añadir otras muchas diferencias entre ambos espectáculos (como
la de que para asistir al teatro la gente se
vestía o el uso del tradicional programa de mano), con lo ya señalado es
suficiente para iniciar el debate entre aficionados a ambos géneros.
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