Según afirman los estudiosos
del tema existen muchas más descripciones del infierno que del paraíso; J.
Lacarriére reflexiona sobre ello
Es bien conocido el hecho de que la mayoría de los textos religiosos
dan, a menudo, prueba de indigencia
cuando se trata de evocar el paraíso, y revelan en cambio una imaginación delirante en cuanto se
trata de describir el infierno y sus
tormentos.
Frente al paraíso, diríase que siempre se topa ante este dilema: o el
paraíso no es más que la prolongación y
el embellecimiento de la vida terrena (hasta el punto de que las
representaciones del paraíso, en las tumbas del antiguo Egipto, nos han dado
los documentos más precisos y preciosos sobre la vida cotidiana en el Egipto faraónico), o bien se trata de otra
cosa muy distinta y, en este caso, se
guarda celosamente el secreto.
El infierno, por el contrario, no ha dado lugar a ningún dilema de esta
índole, como si los pueblos se hubiesen
puesto tácitamente de acuerdo acerca de lo que
le espera al hombre en él. ¿Acaso tendremos una conciencia tan clara y
tan universal de la culpa? Inventariar los tormentos del infierno, describir
sus múltiples pormenores, sus habitantes, su fauna y flora, fue, en todo caso,
una de las grandes preocupaciones y, diríase, uno de los grandes placeres del
espíritu humano.
También se ha dicho que a la hora
de esbozar su paraíso cada cultura pone en él aquello de lo que más carece y
como ejemplo de ello se alude a los musulmanes que anticipan que habrá
abundancia de agua, fruta y muchos otros placeres que en este mundo no tienen a
disposición. Claro está que en este sentido cada quien hace sus propias
proyecciones, como acontece con Álvaro Cunqueiro cuando da a conocer sus
anhelos: “(…) no es posible
imaginarse en el Paraíso vinos tristes.”
Ahora bien, desde algunas
corrientes teológicas se contradicen las expectativas de muchos creyentes y Rüdiger Safranski da un ejemplo
de ello
En una ocasión, tras una conferencia, le
preguntaron al gran teólogo Karl Barth si creía realmente en la inmortalidad y
que al morir iríamos al cielo, y si allí encontraríamos a todos nuestros seres
queridos y a la gente que apreciábamos. Y Karl Barth, fumando de su pipa,
respondió: “Sí, a todos los seres queridos, pero también a todos los demás”.
Finalmente citemos una de las
breves anécdotas de Chamfort que, tal como acostumbra, en muy pocas líneas
dicen mucho.
M. de… pedía al obispo de… una casa de campo a la
cual éste nunca iba. “¿No sabéis que es siempre necesario tener un lugar al
cual no se vaya y en el cual cree uno que sería dichoso si a él fuese?”
Añade Chomfort que
M. de…, tras un momento de silencio, le contestó: “Es
verdad, y esto es lo que ha hecho la fortuna del paraíso.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario