El hecho de vivir en la llamada sociedad de la
información permite suponer que estamos debidamente informados sobre todo y, por
tanto, suficientemente preparados para opinar acerca de cualquier tema que se
presente. Nos sentimos prestos a opinar sobre temas disímiles de los que apenas
tenemos un ligero barniz de información. Hay en ello -como sostiene Jorge
Larrosa- una inocultable veta de arrogancia.
El sujeto moderno es un sujeto informado que además
opina. Es alguien que tiene una opinión presuntamente personal y presuntamente
propia y a veces presuntamente crítica sobre todo lo que pasa, sobre todo
aquello de lo que tiene información. Para nosotros, la opinión, como la
información, se ha convertido en un imperativo. Nosotros, en nuestra
arrogancia, nos pasamos la vida opinando sobre cualquier cosa sobre la que nos
sentimos informados. (…) Después de la información, viene la opinión. (…) se
nos informa de cualquier cosa y nosotros opinamos. Y ese “opinar” se reduce, en
la mayoría de las ocasiones, a estar a favor o en contra.
Y con frecuencia nuestro punto de vista consiste en
repetir lo expresado por la llamada opinión pública, que suele ser opinión
privada e interesada tal como lo deja en claro E.B. White: “Nunca he visto un
escrito, sea político o no, que no tenga un sesgo. Todo lo que se escribe está
sesgado por las inclinaciones del escritor, y ningún hombre nace perpendicular,
aunque unos cuantos nazcan rectos.”
Es entonces cuando la opinión privada se disfraza con
la apariencia de nobles propósitos, de pretender
la búsqueda del bien común (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2014/09/opinion-publica.html).
En tiempos recientes se ha acuñado una curiosa y desvergonzada expresión: líderes de opinión.
Ahora bien frente a la suposición que la opinión
existe desde que el ser humano desarrolló el lenguaje, Azorín plantea dudas de
consideración.
Quevedo es el
primer político de opinión. Michelet, en su Prontuario
de historia moderna, dice así (al hablar del siglo XVI): “El carácter del
siglo XVI, lo que le distingue profundamente de los siglos medievales, es el
poder de la opinión; en ese siglo es cuando la opinión se convierte, realmente,
en la reina del mundo.”
Todo parece indicar que con esto de las opiniones
(privada y pública) hay que andarse con mucho cuidado porque como dice Henry
David Thoreau: “Lo que
hoy todo el mundo corea, o acepta en silencio como verdad indiscutible, mañana
puede convertirse en error, en mero humo de opinión, que algunos confundieron
con una nube, presta a derramar agua fertilizante sobre sus campos.”
Hoy como ayer, entonces, resulta fundamental mantenernos críticos frente
al mero humo de opinión.
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