lunes, 24 de agosto de 2020

En las cercanías del terror


En ocasión de una guerra o de un acto terrorista de grandes dimensiones se escuchan voces que preguntan sobre los vínculos entre el ser humano y el terror. Los atentados de Nueva York no fueron la excepción, por lo que J. E. Ruiz-Doménec encara el tema.

El ser humano vive en la cercanía del terror: es su víctima y su ejecutor. Un rápido repaso a la historia nos enseña que todas las civilizaciones lo han utilizado para dominar al adversario: desde los sacrificios de los pueblos primitivos hasta las imágenes de violencia destructora de las actuales películas. En todas las épocas han sido atroces las noticias de guerras, desastres y delitos. Siempre se ha buscado la manera de justificarlo creando un territorio de la ambigüedad moral, donde está bien una cosa y su contraria. A una absurda agresión se responde con un demoledor ataque al agresor, y vuelta a comenzar.

Y tal como lo había adelantado, propone un breve resumen de algunas atrocidades a lo largo de la historia.

El historiador griego Polibio fue el primero en describir escenas de terror, cuando las legiones de Escipión destruyeron Cartago sin piedad hacia sus habitantes, masacrados en una orgía de sangre y fuego. Eso mismo hicieron Tito y Vespasiano cuando arrasaron Jerusalén para acabar con la efervescencia religiosa de Palestina. En otras ocasiones el terror sirve para intimidar a un pueblo indómito. Fue el caso del emperador bizantino Basilio I: ordenó que los búlgaros, a los que acababa de derrotar, fueran conducidos a su tierra tras la amputación de un ojo, un brazo y un pie; o el de los normandos, que utilizaban el “águila de sangre” (sacar los pulmones sin que la víctima muriera) para doblegar resistencias.

Ante eso Ruiz-Doménec plante su pregunta al tiempo que advierte contrastes en la conducta humana.

¿Qué ocurre para que el terror haya sido (y sea…) una parte inevitable del proceso histórico? En los quehaceres cotidianos aceptamos que la vida tiene unos límites y luchamos con denuedo por las personas que amamos; pero en el etéreo mundo de las fantasías religiosas, místicas, ideológicas, el único objetivo verdadero es imponer la voluntad sobre los demás, y para hacerlo, el género humano no ha encontrado una manera mejor que el uso del terror.

Llega el momento de su conclusión a modo de anhelo: “Es momento de cambiar esa vieja costumbre; va siendo hora de poner fin al corazón de las tinieblas.”

Solo queda sumarse a su deseo: ojalá sea la “hora de poner fin al corazón de las tinieblas”.                                                 

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