martes, 25 de agosto de 2020

Los tatuajes tienen su historia


De unos años a la fecha los tatuajes se han popularizado entre nosotros. Bengdt Oldenburg da algunas cifras que permiten apreciar la magnitud del fenómeno. “En 2006, el 36 por ciento de los norteamericanos de entre 18 y 29 años exhibían tatuajes, comparado con un 15 por ciento tres años antes. Y Europa no le va a la zaga.” Aunque me da la impresión que pasó el furor de hace algunos años, el asunto mantiene vigencia.

Omar López Mato relaciona el origen de esta costumbre con los circos.

A pesar de la popularidad actual del tatuaje, hasta comienzos del siglo XX esta técnica era casi desconocida en Occidente. Su difusión estuvo directamente relacionada con el circo, que propagó esta costumbre (…) prohibida por la Biblia.
(...) En 1843 aparece el primer caballero completamente tatuado en los Estados Unidos y, como no podía ser de otra forma, se exhibió en el Museo Americano de Phineas T. Barnum en Nueva York. (...)
En 1871, cuando Barnum se convirtió en el dueño del circo más grande del mundo, exhibiendo cientos de animales y por lo menos treinta curiosidades humanas, se incorporó a la trouppe un nuevo tatuado de cuerpo completo, llamado Constantino.

Y es así como surge la idea -continúa López Mato- para quienes se habrían de dedicar en forma más profesional a este arte.

El trabajo realizado sobre el cuerpo de Constantino fue estudiado con atención por Charles Wagner, que, impresionado por esta obra de arte caminante, decidió adentrarse en los ancestrales secretos del arte del tatuaje. Fue entonces cuando conoció a James O'Reilly, de Nueva York, que estaba desarrollando una máquina eléctrica para tatuar. Ambos dejaron su impronta en miles de personas, que comenzaban a tatuarse atraídas por lo que veían en los circos. Muchas de ellas querían perpetuar en su piel algunas consignas caras a sus sentimientos, mientras que otras sólo deseaban agregar un toque exótico a su anatomía, muchas veces con connotaciones carcelarias.
Por lo menos cincuenta artistas de circo pasaron por sus manos, incluida “la Belle Irene”, la primera mujer en tatuarse completamente el cuerpo. Cuando expuso en Londres su poca habitual mezcla de flores, pájaros, corazones, cupidos y hasta avisos comerciales, proclamó ante la audiencia que en una tierra salvaje y lejana, de donde era oriunda (y se refería a Texas, Estados Unidos), había logrado evitar el hostigamiento de los nativos exhibiendo su cuerpo tatuado.

En la crónica de Omar López Mato no falta el toque de sarcasmo.

La Belle Irene pronto tuvo una feroz competencia en Emma de Burgh, también decorada por O’Reilly, que mostraba en sus espaldas una versión completa de “La última cena”. El artista inglés Sir Edward Burne-Jones, que la conoció en sus épocas de esplendor, la volvió a encontrar años más tarde cuando había perdido sus ahorros, sus encantos y sus dientes, además de haber ganado unos cuantos kilos. Según el artista, gracias al agrandamiento de la anatomía de Emma, los apóstoles tatuados lucían entonces una ancha sonrisa.

Sabido es que la gente de mar, piratas y marineros, desde siempre han sido aficionados a tatuarse. Ello lo confirma nada menos que José Clemente Orozco cuando viaja a San Francisco en 1917.                                               

Admiraba los “talleres” de tatuaje donde los marineros son tatuados en rojo, azul y verde, de los pies al cuello, siendo las figuras preferidas una gran bandera americana con el águila, sobre la espalda, y el retrato con el águila, sobre la espalda, y el retrato figuras decorativas para la barriga, las piernas y los brazos. El marinero puede escoger entre gran número de modelos diferentes.

Desde siempre los tatuajes están asociados al amor y en un momento de éxtasis amoroso hay quienes deciden inmortalizar sus sentimientos, hacer público su compromiso. Pero sucede que a veces las cosas cambian y Fabrizio Mejía Madrid da noticia de ello.

Chica en la televisión: “Mire este tatuaje. Es el nombre de mi esposo. Me lo hice cuando apenas éramos novios. Pero nos hemos divorciado y no sé qué hacer con él. No hay manera de que se borre. He pensado en cortarme el brazo, pero no sé si prefiero arrastrar una prótesis a tener escrito su estúpido nombre en la piel”.
El entrevistador: “¿Dirías que el amor es todo lo que sucede entre tatuarse el brazo y querer cortárselo?”.

Hubo tiempos en que este arte decorativo, como lo corrobora Bengt Oldenburg, estuvo asociado a personas de no siempre buenas costumbres.

Aparte del uso ritual del tatuaje en las sociedades llamadas “primitivas”, esta moda tiene antecedentes anteriores y más directos en marineros, convictos y los temibles yakuza; es lícito pensar que su uso hace sentir al portador fuerte, libre y salvaje.

Concluye Oldenburg que actualmente “se adopta una transgresión socialmente aceptable sin saber que, en nuestra era, no hay nada más conformista que este tipo de exhibición de individualidad”. Aunque, claro está, que el tatuaje también se acostumbra entre las maras. En fin, un tema con muchas aristas.

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