Entre los misterios propios
del mundo de la actuación encontramos que un papel que en principio parecía
ideal para ser protagonizado por determinado actor, representó un fracaso. Por
el contrario, el rol que en principio pareció que jamás ajustaría al perfil de
cierta actriz, significó un éxito notable.
Es
posible suponer que cuando son convocados para participar en una película u
obra de teatro, les debe intrigar cuál es el papel que deberán desempeñar.
Además de lograr un acuerdo en términos económicos seguramente deben valorar el
papel que deberán representar. Para los principiantes no debe haber muchas
opciones de negarse; el caso de los veteranos es diferente y a ese respecto
José Sacristán -citado por Alberto Ojeda- cuando ya estaba por cumplir 80 años
decía: “La base fundamental de esto es el juego: jugar a que se crean que soy
quien no soy me sigue fascinando, así que, mientras pueda, ahí estaré. Y además
tengo la suerte de elegir. No tengo que aceptar lo que sea para pagar el recibo
de la luz.”
Los
actores aspiran a representar muy diversos roles porque ello les permite
mostrar sus grandes dotes al hacer creíbles perfiles muy diferentes. Sin
embargo, comenta Fernando Fernán Gómez, hubo tiempos en que los productores se resistían
a ello.
(…) un
absurdo capricho de los productores del Hollywood de la época dorada obligarle
a interpretar siempre, con ligeros retoques, el mismo personaje. Los
productores, que buscan sólo su beneficio, saben que eso es lo que el público
pide, que John Wayne sea siempre John Wayne, que no sea nunca un intelectual
dubitativo, un diplomático amanerado, un poeta mendigo y medio loco.
Pero en esto los productores
se veían influenciados -continúa Fernán Gómez- por las preferencias del
público.
Ellos saben
que el público no lo quiere así. Y en este deseo del público de que prevalezca
el personaje sobre el actor, en este deseo de no perder al personaje, de que
los ambientes sean casi siempre los mismos y las intrigas parecidas, se revela
la tendencia del espectador a que el cuento no termine, a que los personajes
vuelvan, a que todas aquellas novelas cortas se puedan convertir en una novela
río, en un folletín.
Prueba
también esta permanencia del gusto del gran público su afición a las películas
policíacas y a las novelas de las que éstas se derivan.
Hay ocasiones en que los
directores se sinceran respecto a las dotes de los actores que escogieron para
papeles protagónicos; es el caso de Sergio Leone. “La verdad es que yo
necesitaba más una máscara que un actor y [Clint] Eastwood por entonces era perfecto,
ya que toda su pericia dramática se reducía a nada más que dos expresiones: con
sombrero y sin sombrero.”
Sin duda no se trata de una
profesión fácil, sin embargo sus muchos sinsabores vienen acompañados -al decir
de Fernando Fernán Gómez- de grandes satisfacciones. “Todos estos esfuerzos,
estos dolores, tenían también sus compensaciones. Una de ellas, la que nunca
abandona a muchos actores, el misterioso placer de incorporar el personaje, de
sentirse invadido por él, en los momentos en que eso se consigue.”
Y concluye resaltando una
excepción que solo se presenta en el mundo de la actuación: “Es éste quizás el
único oficio en el que la alienación puede llegar a producir felicidad.”
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