No es
ninguna novedad que, tal como refiere Alberto Savinio, “en el Medievo y en el
Renacimiento la peste devastó Europa.” Tiempos en que médicos, galenos y curanderos
iban totalmente cubiertos para evitar el contagio; todos menos uno
Nostradamus
era el único que se desplazaba sin escafandra, sin ajo en la boca, ni esponjas
en la nariz, ni lentes en los ojos. ¿De qué medios ocultos disponía este hombre
para afrontar impunemente el flagelo? ¿De qué remedios era autor para repartir
por donde pasaba el milagro de la salud?
Así
pues surge la duda: ¿qué medicinas prescribía Nostradamus a sus pacientes? El mismo Savinio nos saca de dudas.
“Coged de
serrín de madera de ciprés una onza”, escribe en su Excelente y óptimo opúsculo,
necesario para todos aquellos que quieran conocer semejantes recetas exquisitas,
“de lirio de Provenza seis onzas, tres de clavel, tres gramos de cañas doradas,
seis de ligni aloes. Coged de rosas rojas tres o cuatrocientas bien limpias y
frescas y recogidas antes del rocío, y, una vez que las hayáis pisado, echad
dentro el polvo. Cuando todo esté bien mezclado haced un montón de bolitas y
luego ponedlas a secar en la sombra. (…)”
Ahora
bien, ¿de qué manera había que usarla? Prosigue Nostradamus -siempre citado por
Alberto Savinio-
Aparte de
la bondad y el perfume que esta composición da a las cosas, si os la metéis en
la boca hará que todo el día la tengáis perfumadísima; y si la boca os apesta
bien por dientes cariados, bien por malos olores que suben del estómago, o si
se padece de úlcera fétida o de cualquier cosa extraña, poneos un poco en la
boca y en timo de peste usadla con frecuencia, porque no hay olor que con más
prontitud ahuyente el aire corrupto y pestífero.
Gracias
a Savinio no sólo contamos con la receta sino también conocemos el nombre del boticario que
se encargaba de la preparación: “bajo la vigilancia personal de Nostradamus,
este específico era preparado por el puro y sincero José Turiello
Mercurino, boticario de Marsella”.
El uso o no de tal medicina era el límite entre la vida y la
muerte porque -concluye Savinio- “todos los que se servían de este específico
estaban preservados de la peste; quien no lo utilizaba, moría
irremediablemente.”
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