Las
diferencias generacionales, manifestadas en formas más o menos violentas, constituyen
una constante de la vida. No falta razón al antiguo proverbio árabe cuando advierte
que los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres.
Giovanni
Papini subraya el papel que en este contexto ocupa la moda, lo novedoso.
Los modernos buscan, aun en el orden intelectual, la
variación, la novedad; quieren con frecuencia modas nuevas, caras nuevas; van a
oleadas, por tendencias y modas pasajeras. (…) A lo mejor los nuevos
protagonistas no valen lo que los viejos, pero no importa: tienen sobre los
viejos el inmenso privilegio de no ser los de siempre, las sólitas fisonomías,
las conocidas voces, las hechuras sabidas de memoria, las imágenes ya
familiares a los sentidos y al entendimiento.
No
es posible desconocer este antagonismo que, prosigue Papini, forma parte del
enfrentamiento generacional.
Hay una guerra perpetua entre padres, hijos y nietos, aun
en el mundo de las palabras impresas; la manera más fácil y más natural de
tener o aparentar tener personalidad es, para un joven, la de contraponerse a
los que le han precedido, la de ser o la de querer ser distinto que ellos, por
lo tanto la de renegarlos, la de combatirlos.
Ante
la frecuente descalificación que hacen los mayores -al mismo tiempo que se
sitúan en el papel de víctimas- en relación a los jóvenes, Giovanni Papini propone
un sensato exhorto: “Nosotros mismos hemos hecho lo propio y no tenemos derecho
a maravillarnos de que nos toque ocupar a nuestra vez el sitio del blanco y no
el de los tiradores.”
Así,
a la clásica distinción de los tiempos de la vida, podríamos agregar que hay tiempos
para ser tirador y también para convertirse en el blanco preferido.
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