martes, 20 de abril de 2021

Un paseo por los olores

 

Partiendo de que la vida también está hecha de olores, Gabriela Arroyo Couturier sostiene que

 

(…) no oler es casi como no estar. (…)

No oler es como estar un poco enfermo, sentirse un poco mal: funcionas, pero no lo disfrutas.

Claro está que hay olores muy diferente por lo que mientras unos acercan, otros expulsan; Francisco González Crussí se refiere a ello

Así como los buenos olores parece que afirman la vida y animan a quienes los perciben, un mal olor desanima y quita gozo de vivir. El daño que hace es directamente proporcional a su intensidad.

 Quedémonos con los olores agradables que Andrés Trapiello sitúa al inicio del día. “A esa hora de la mañana uno no ve más que gente que va a trabajar y la calle huele bien, a pan recién hecho o a café.” Mientras que José Jiménez Lozano, de acuerdo con su diario, los descubre en una noche de mayo de 1991

Calor casi veraniego. (…) Hacía una noche espléndida. Paseo nocturno: el campo oscuro y silencioso –la luna estaba alta y su luz era muy débil casi parecía estar ahí sólo para presidir la noche-; olía a maravilla.

 Bendito quien comienza el día con olor “a pan recién hecho o a café” y concluye oliendo “a maravilla”. ¿Qué más pedir a la vida?

Ahora bien, de acuerdo con Arroyo Couturier el olfato tiene -como ningún otro sentido- un vínculo muy especial con las emociones.

El olfato es (…) el más emotivo de los sentidos, el más capaz de desencadenar emociones, recuerdos y hasta cambios en la conducta. Está mucho menos sujeto a la racionalización y a la clasificación a los que el cerebro somete a los otros sentidos, y por eso los olores son capaces de remontarnos a nuestra niñez, a la casa de la abuela, a unas vacaciones remotas.

Entonces, así como muchas veces se ha dicho que la patria son los sabores de la infancia, también podríamos agregar que es posible identificarla con los olores del pasado. Algo puede decirnos sobre ello Andrés Trapiello al hacer un recorrido siguiendo el rastro de olores de antaño.

Recordé aquellas tardes tan largas, esas horas eternas de las siestas del verano, metidos en aquella vieja y modesta tienda de ultramarinos, cuando las tiendas eran de ultramarinos, es decir, cuando en ellas se vendía aceite a granel, zapatillas de esparto y grandes bacaladas blancas que colgaban como ropa tendida.

Recuerdo el olor de la tienda a café recién molido, a los sacos de yute, a las estanterías con botellas de quina. Me han venido tantos recuerdos juntos, zurcidos, remendados, cosidos unos detrás de otros que no he sabido qué hacer con ellos (…)

 Y es así como llega a descubrir similitudes asombrosas entre los geranios y las personas.

El olor de los geranios, áspero y seco, no termina nunca de pertenecerle a esas macetas del balcón, como si hubiera, dentro de la misma planta, dos realidades desconocidas entre sí, la del perfume y la de las flores. En cierto modo, el mundo está habitado, sobre todo, por gentes que podrían ser geranios.

Para Max Aub el olor abre caminos veraces, creíbles, porque “con el olor no hay engaño, lengua universal, pupila siempre abierta (…)”

Por otra parte, el olor permite saber por dónde va la cosa (y es por ello que quienes no tienen buen olfato frecuentemente se relacionan con personas o situaciones muy poco recomendables). Héctor Zimmerman se refiere a ello


Sagaz

Calificativo que los romanos aplicaron primero a los perros de caza, pues en latín sagire quiere decir oler la pista. De allí viene sagax, que tiene buen olfato. Por extensión, significa astuto, prudente. De la misma familia es presagio, señal que permite olfatear el futuro.

Si el buen olfato de alguno de los improbables lectores de estas líneas le permite saber por dónde sigue la historia de nuestros días, favor de mantenernos informados al respecto. 

Le guardaremos eterna gratitud.

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