Partiendo de que la vida también está hecha de olores, Gabriela Arroyo Couturier
sostiene que
(…) no oler es casi
como no estar. (…)
No oler es como estar
un poco enfermo, sentirse un poco mal: funcionas, pero no lo disfrutas.
Claro
está que hay olores muy diferente por lo que mientras unos acercan, otros expulsan;
Francisco González Crussí se refiere a ello
Así como los buenos olores parece
que afirman la vida y animan a quienes los perciben, un mal olor desanima y
quita gozo de vivir. El daño que hace es directamente proporcional a su
intensidad.
Calor casi veraniego.
(…) Hacía una noche espléndida. Paseo nocturno: el campo oscuro y silencioso
–la luna estaba alta y su luz era muy débil casi parecía estar ahí sólo para
presidir la noche-; olía a maravilla.
Ahora bien, de acuerdo con Arroyo Couturier el olfato tiene
-como ningún otro sentido- un vínculo muy especial con las emociones.
El olfato es (…) el más
emotivo de los sentidos, el más capaz de desencadenar emociones, recuerdos y
hasta cambios en la conducta. Está mucho menos sujeto a la racionalización y a
la clasificación a los que el cerebro somete a los otros sentidos, y por eso
los olores son capaces de remontarnos a nuestra niñez, a la casa de la abuela,
a unas vacaciones remotas.
Entonces,
así como muchas veces se ha dicho que la patria son los sabores de la infancia,
también podríamos agregar que es posible identificarla con los olores del
pasado. Algo puede decirnos sobre ello Andrés Trapiello al hacer un recorrido siguiendo
el rastro de olores de antaño.
Recordé
aquellas tardes tan largas, esas horas eternas de las siestas del verano,
metidos en aquella vieja y modesta tienda de ultramarinos, cuando las tiendas
eran de ultramarinos, es decir, cuando en ellas se vendía aceite a granel,
zapatillas de esparto y grandes bacaladas blancas que colgaban como ropa
tendida.
Recuerdo el
olor de la tienda a café recién molido, a los sacos de yute, a las estanterías
con botellas de quina. Me han venido tantos recuerdos juntos, zurcidos,
remendados, cosidos unos detrás de otros que no he sabido qué hacer con ellos
(…)
El olor de los
geranios, áspero y seco, no termina nunca de pertenecerle a esas macetas del
balcón, como si hubiera, dentro de la misma planta, dos realidades desconocidas
entre sí, la del perfume y la de las flores. En cierto modo, el mundo está
habitado, sobre todo, por gentes que podrían ser geranios.
Para Max Aub el olor abre caminos veraces, creíbles, porque “con el olor no hay engaño, lengua universal, pupila siempre abierta (…)”
Por otra parte, el olor permite saber por dónde va la cosa (y es por ello que quienes no tienen buen olfato frecuentemente se relacionan con personas o situaciones muy poco recomendables). Héctor Zimmerman se refiere a ello
Sagaz
Calificativo
que los romanos aplicaron primero a los perros de caza, pues en latín sagire quiere decir oler la pista. De allí viene sagax,
que tiene buen olfato. Por extensión,
significa astuto, prudente. De la misma familia es presagio, señal que permite olfatear el
futuro.
Si el buen olfato de alguno de los improbables lectores de estas líneas le permite saber por dónde sigue la historia de nuestros días, favor de mantenernos informados al respecto.
Le guardaremos eterna gratitud.
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