martes, 17 de agosto de 2021

Perder y recuperar la vista

 

Que muchas cosas de la vida son misteriosas no resulta novedad para nadie, como tampoco lo es la precariedad inherente a toda existencia.

Así hay quien pierde la vista de un momento para el otro, tal como describe Juan José Millás

(…) me viene a la memoria un reportaje que escribí hace años sobre un ciego. Se trataba de un hombre de unos treinta años que una noche, después de cenar como hacía siempre, se metió en la cama y al día siguiente amaneció ciego. Sin ningún aviso previo, sin ninguna amenaza, sin tener altos los niveles de azúcar. Simplemente, un fusible había saltado en su interior. Lo último que recordaba haber visto eran los cubiertos de la cena: el cuchillo y el tenedor, con su brillo habitual, empleándose sobre un trozo de pescado. Las últimas imágenes de su vida normal, que guardaba en la memoria como un tesoro. 

Por el contrario, también están quienes recuperan la visión gracias a los considerables avances que se vienen dando en este campo de la medicina. Algunos países han destacado en este terreno, como lo es el caso de Cuba quien ha brindado un servicio solidario a muchas personas de diversas naciones. A este respecto Juan Villoro narra que

Un generoso entusiasta de la Revolución me contó que Cuba había operado de los ojos a miles de venezolanos pobres: “Cuando recuperan la vista los llevan a un sitio especial para que lo primero que vean sean el cielo y los árboles. Hay gente que por primera vez ve a sus hijos”.   

Difícil hacerse una idea, así sea aproximada, de las vivencias de quienes recuperan su vista después de años de haber vivido en las penumbras.

Hace ya muchos años una nota de prensa de un periódico español -del que lamentablemente no guardé la referencia- daba cuenta de la historia de Antonio Sánchez, vecino de Manzanares, quien “perdió la vista el 7 de septiembre de 1957 cuando contaba con 36 años de edad. La recobró el 25 de febrero de 2000 gracias a una operación quirúrgica en la que se le implantó una córnea artificial.” Más adelante se brindaban algunos datos de su familia: “padre de nueve hijos y abuelo de 22 nietos, esposo de una mujer a la que perdió de vista un verano de hace 42 años (…)”

Aquella nota relataba lo sucedido luego de la exitosa cirugía.

(…) se levantó al día siguiente de la operación y tanteó las paredes de la habitación de hospital hasta que encontró el cuarto de aseo. Se lavó como todos los días, pero ya con los ojos entornados. No tuvo que tantear para encontrar el jabón ni alcanzar la toalla.

Hasta que llegó el momento del encuentro con su imagen actual

Sólo al final se dio cuenta –la falta de costumbre— de que frente a él tenía un espejo. Levantó el rostro con cierta precaución. Miró y exclamó, recuperando de repente un sentido del humor que ya apenas usaba:

“-Hombre, Antonio, qué de tiempo sin verte. No te esperaba tan viejo.”

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