martes, 7 de septiembre de 2021

Un oficio en el que todos somos aprendices

 

No existen manuales ni indicadores debidamente calibrados, que permitan certificar las aptitudes de una persona para desempeñarse en este oficio que es el vivir. Es posible citar un breve texto de Wimpi que alude a ello  

El tipo no es un profesional de la vida. Es, apenas un simple aficionado. Le enseñan a leer, a escribir, a peinarse; le enseñan Geografía, Aritmética, Inglés, pero no le pueden enseñar a vivir. (…) Y entonces al tipo le va faltando una teoría de la vida. Hace todo “a ojo” como suele decirse de los artesanos chambones. Vive de oído. Sabe dividir por dos cifras, sabe cuántos metros de altura tiene el Tupungato, sabe que la aorta es la arteria más grande del mundo, pero carece de una teoría (dirá uno, mejor) de un criterio general de la vida.

Lo anterior le lleva a concluir que: “La vida no se enseña, la vida se aprende. Meterle eso en la cabeza a quienes la comienzan, es la mejor enseñanza que se les puede impartir. La más rendidora y, desde luego, que la más honrada.”

Así pues que ahí vamos todos a los tumbos, a ritmo de pasito tun tun: un pasito para adelante y otro para atrás, intentando hacer las cosas de la mejor manera que podamos.

Con el paso de los años llega la tentación de la certeza, al creer que uno ya aprendió de qué va este negocio y que puede instalar una consejería en la materia. Esta sensación térmica suele llegar en el umbral del fin del ciclo de la vida y Rafael Courtoisie pone un ejemplo al respecto

Había trabajado mucho en la vida. Pero en la vida el oficio que más cuesta, el más duro de aprender –y bien lo sabía-, el que en verdad nunca se aprende del todo o cuando acaba de aprenderse llega, inesperado, el telegrama de despido, es el oficio de vivir.

O dicho de otra manera por Macedonio Fernández: “Cuando ya íbamos a saber vivir, morimos.”

Por tanto, conviene interponer tanto la sana duda como el recomendable escepticismo ante quienes se ostentan como maestros en el arte de saber vivir ya que en el decir de Thomas Moore: “Nadie puede decirle a uno cómo ha de vivir su vida. Nadie conoce los secretos del corazón en la medida suficiente para hablar autorizadamente de ellos a los demás.”

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