martes, 22 de abril de 2025

Un mar de esperanza nostálgica

 

Su nombre llega como fragmento de un poema nostálgico: Rosalía de Castro. Presente en el sentimiento de tantos gallegos viajeros que traían su morriña a cuestas. Rosalía era, y es. voz del sentir de ellos.

Porque como dice César Antonio Molina no sólo cargaba con su tristeza “sino con la de todo el pueblo gallego. (…) Rosalía vivió en medio de una tristeza desesperanzada, exasperada por el dolor. Terror a las sombras y a lo oscuro, impaciente ante la angustia y desesperanzada de Dios.” Es por ello que agrega

[Álvaro] Cunqueiro la cree muy cerca del ateísmo y la incredulidad. “O fondo sin fondo do meu pensamento” o “Teño medo dunha cousa/ que vive e que non se ve”. Para Cunqueiro, Rosalía renunció a toda compañía y a toda salvación.

Por si fuera poco, Rosalía también renunció a la originalidad, escribía aun a sabiendas que no hay lugar para ella.

Bien sé que no hay

nada nuevo bajo este cielo,

que antes otros pensaron

las cosas que ahora yo pienso.

 

Y bien, ¿para qué escribo?

Bueno, porque así somos,

reloj que repetimos

eternamente lo mismo.

 

En uno de los extraordinarios artículos que Pere Gimferrer publicó en la prensa, nos permite asomarnos al espacio íntimo de Rosalía

El cuarto de la poetisa.

Podemos ver ahora este cuarto. No se trata, desde luego, de un cuarto habitado por alguien; se ha convertido en un museo, en un lugar de peregrinación. Desnudo, tiene un crucifijo que preside la cabecera de la cama, una cama decimonónica, de madera antigua, noble y severa. A los pies de la cama, en el suelo, hay un jarro grande con flores.

Ese crucifijo de cabecera plantea un interrogante acerca que vivió “desesperanzada de Dios”. ¿Hubo algún resquicio de fe en ella? Continúa la descripción de Gimferrer en relación a la habitación.

Pero lo que más llama la atención en esta fotografía que ahora miro, es la ventana. El cortinaje, solemne y translúcido, se abre -suspenso en la nitidez inmóvil del aire- a un vivísimo resplandor, que sólo presentimos, como algo compacto, vago y poderoso. Es la claridad del día en el paisaje exterior, tal como la veía la poetisa, con ojos ya mortecinos, en esta habituación donde murió, un regusto de luz en el silencio del atrio, prolongándose en la paz verdosa de los olivos.

Llegado a este punto, Pere Gimferrer alude al vínculo tan especial que unía a la poetisa con el mar, con su mar.

Rosalía de Castro era ya un ser desfalleciente cuando el 15 de julio de 1885, pidió que le trajeran un ramo de pensamientos, su flor más amada. Tenía el ramillete cerca de los labios, y sintió un ahogo; con la vista enturbiada dijo a su hija mayor: “Ábreme la ventana. Quiero ver el mar.”

Allí habitaba un mar personal, solo de ella, porque “desde esta ventana no se puede ver el mar.”  Y entonces se impone la pregunta

¿Lo vio, quizá, con otra mirada, una mirada interior, más quieta y pura? Quizá, por dentro, esta mirada de la mente y del espíritu, en los instantes del tránsito a la muerte -pues ya no dijo nada más- se abrió a vivir con otra intensidad, con una duración distinta. (…)

Concluye Pere Gimferrer

¿Vio el mar Rosalía? El cuarto, ahora, está vacío, pero en las cortinas late, con la luz del día, el eco de la luz del agua en la playa perdida. Si cerráis los ojos, en el rumor de las hojas bajo el aire nítido y claro ¿no sentirés, muy hondo, como un murmullo de olas en este cuarto inhabitado?

Sí, es ese mar, su mar.

“O fondo sin fondo do meu pensamento”

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