Su
nombre llega como fragmento de un poema nostálgico: Rosalía de Castro. Presente
en el sentimiento de tantos gallegos viajeros que traían su morriña a cuestas.
Rosalía era, y es. voz del sentir de ellos.
Porque
como dice César Antonio Molina no sólo cargaba con su tristeza “sino con la de
todo el pueblo gallego. (…) Rosalía vivió en medio de una tristeza
desesperanzada, exasperada por el dolor. Terror a las sombras y a lo oscuro,
impaciente ante la angustia y desesperanzada de Dios.” Es por ello que agrega
Por si fuera poco, Rosalía también renunció a la originalidad, escribía
aun a sabiendas que no hay lugar para ella.
Bien
sé que no hay
nada
nuevo bajo este cielo,
que
antes otros pensaron
las
cosas que ahora yo pienso.
Y
bien, ¿para qué escribo?
Bueno,
porque así somos,
reloj
que repetimos
eternamente
lo mismo.
En uno de los extraordinarios
artículos que Pere Gimferrer publicó en la prensa, nos permite asomarnos al espacio
íntimo de Rosalía
El cuarto de la poetisa.
Podemos ver ahora este
cuarto. No se trata, desde luego, de un cuarto habitado por alguien; se ha
convertido en un museo, en un lugar de peregrinación. Desnudo, tiene un
crucifijo que preside la cabecera de la cama, una cama decimonónica, de madera
antigua, noble y severa. A los pies de la cama, en el suelo, hay un jarro
grande con flores.
Ese crucifijo de cabecera
plantea un interrogante acerca que vivió “desesperanzada de Dios”. ¿Hubo algún
resquicio de fe en ella? Continúa la descripción de Gimferrer en relación a la
habitación.
Pero lo que más llama la
atención en esta fotografía que ahora miro, es la ventana. El cortinaje,
solemne y translúcido, se abre -suspenso en la nitidez inmóvil del aire- a un
vivísimo resplandor, que sólo presentimos, como algo compacto, vago y poderoso.
Es la claridad del día en el paisaje exterior, tal como la veía la poetisa, con
ojos ya mortecinos, en esta habituación donde murió, un regusto de luz en el
silencio del atrio, prolongándose en la paz verdosa de los olivos.
Llegado a este punto,
Pere Gimferrer alude al vínculo tan especial que unía a la poetisa con el mar, con
su mar.
Rosalía de Castro era ya
un ser desfalleciente cuando el 15 de julio de 1885, pidió que le trajeran un
ramo de pensamientos, su flor más amada. Tenía el ramillete cerca de los
labios, y sintió un ahogo; con la vista enturbiada dijo a su hija mayor: “Ábreme
la ventana. Quiero ver el mar.”
Allí habitaba un mar
personal, solo de ella, porque “desde esta ventana no se puede ver el mar.” Y entonces se impone la pregunta
¿Lo vio, quizá, con otra
mirada, una mirada interior, más quieta y pura? Quizá, por dentro, esta mirada
de la mente y del espíritu, en los instantes del tránsito a la muerte -pues ya
no dijo nada más- se abrió a vivir con otra intensidad, con una duración
distinta. (…)
Concluye Pere Gimferrer
¿Vio el mar Rosalía? El
cuarto, ahora, está vacío, pero en las cortinas late, con la luz del día, el
eco de la luz del agua en la playa perdida. Si cerráis los ojos, en el rumor de
las hojas bajo el aire nítido y claro ¿no sentirés, muy hondo, como un murmullo
de olas en este cuarto inhabitado?
Sí, es ese mar, su mar.
“O fondo sin fondo do
meu pensamento”
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