martes, 13 de mayo de 2025

Porque hay de olores a olores

 

En alguna ocasión hemos abordado en este mismo espacio el tema de los olores (https://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2021/04/un-paseo-por-los-olores.html).

Ahora volvemos a la cuestión porque, como veremos, también esto de los olores tiene su historia.

Irene Vallejo cuenta que “Los hombres santos entendieron el hedor como una medida de devoción ascética. Rechazaban el aseo para expresar su oposición al estilo de vida de los romanos.”

Es así como el (mal) olor pasaba a ser una medida de resistencia y Vallejo presenta un par de ejemplos más que ilustrativos. “Simeón el Estilita se negaba a dejarse tocar por el agua y “tan potente y hediondo era el hedor que resultaba imposible ascender aunque solo fuera hasta mitad de la escalera sin malestar”, pero también de la otra parte había medidas de resistencia ya que “algunos de los discípulos que se obligaban a llegar hasta él no podían subir hasta que se habían untado en la nariz incienso y ungüentos fragantes”.

En el otro ejemplo señala que “después de pasar dos años en una cueva, san Teodoro de Siqueón emergió ‘con un hedor tal que nadie soportaba estar cerca de él’.”

A estos anacoretas o monjes del desierto no les era posible predicar en cercanía: es más, ni siquiera querían hacerlo porque lo que procuraban era la soledad que les permitiera el encuentro con Dios.

Según Vallejo -citando a Clemente de Alejandría- había razones para aquellas costumbres.

Clemente de Alejandría escribió que el buen gnóstico cristiano no quiere oler bien: “Repudia los placeres espectaculares y los demás refinamientos del lujo, como los perfumes que halagan el sentido del olfato o las atracciones de los diversos vinos que seducen el paladar o las guirnaldas fragantes hechas con distintas flores que debilitan el alma a través de los sentidos”.

Concluye Irene Vallejo con una conclusión incontrovertible: “En aquel tiempo, el ‘olor de santidad’ era fétido.” Y tal vez alguien pueda acotar que en algunos casos no solo “en aquel tiempo”.

En otro orden de cosas Marta D. Riezu repara en la importancia del olfato en un sentido amplio. “Todos tenemos olfato, pero para oler y entender historias hace falta un cierto entrenamiento. De entre todas las creaciones del hombre, es una de las más inasibles y frágiles.”

Situado en lo literal, comparte lo que sostienen algunas investigaciones en relación a que “cuando aún estamos dentro de nuestras madres y no podemos tocar, ver ni oír demasiado, nuestra nariz ya trabaja a destajo.”

También subraya la memoria del olfato a lo largo de nuestra vida. “Los aromas se atesoran de forma inconsciente y visceral; de ahí que, quince años después, pasemos por una calle, huela a nuestra guardería y paremos en seco de la impresión.”

Todos tenemos experiencias en esto de los olores que permanecen en nuestra memoria, y nuestras emociones, y que se hacen presentes nuevamente a la menor provocación.

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