En alguna ocasión hemos
abordado en este mismo espacio el tema de los olores (https://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2021/04/un-paseo-por-los-olores.html).
Ahora volvemos a la cuestión porque,
como veremos, también esto de los olores tiene su historia.
Irene Vallejo cuenta que “Los hombres
santos entendieron el hedor como una medida de devoción ascética. Rechazaban el
aseo para expresar su oposición al estilo de vida de los romanos.”
Es así como el (mal) olor pasaba a ser
una medida de resistencia y Vallejo presenta un par de ejemplos más que
ilustrativos. “Simeón el Estilita se negaba a dejarse tocar por el agua y “tan
potente y hediondo era el hedor que resultaba imposible ascender aunque solo
fuera hasta mitad de la escalera sin malestar”, pero también de la otra parte
había medidas de resistencia ya que “algunos de los discípulos que se obligaban
a llegar hasta él no podían subir hasta que se habían untado en la nariz
incienso y ungüentos fragantes”.
En el otro ejemplo señala que “después
de pasar dos años en una cueva, san Teodoro de Siqueón emergió ‘con un hedor
tal que nadie soportaba estar cerca de él’.”
A estos anacoretas o monjes del desierto
no les era posible predicar en cercanía: es más, ni siquiera querían hacerlo
porque lo que procuraban era la soledad que les permitiera el encuentro con Dios.
Según Vallejo -citando a Clemente de
Alejandría- había razones para aquellas costumbres.
Clemente de Alejandría escribió que el
buen gnóstico cristiano no quiere oler bien: “Repudia los placeres
espectaculares y los demás refinamientos del lujo, como los perfumes que
halagan el sentido del olfato o las atracciones de los diversos vinos que seducen
el paladar o las guirnaldas fragantes hechas con distintas flores que debilitan
el alma a través de los sentidos”.
Concluye Irene Vallejo con una
conclusión incontrovertible: “En aquel tiempo, el ‘olor de santidad’ era
fétido.” Y tal vez alguien pueda acotar que en algunos casos no solo “en aquel
tiempo”.
En otro orden de cosas Marta D. Riezu repara
en la importancia del olfato en un sentido amplio. “Todos tenemos olfato, pero
para oler y entender historias hace falta un cierto entrenamiento. De entre
todas las creaciones del hombre, es una de las más inasibles y frágiles.”
Situado en lo literal,
comparte lo que sostienen algunas investigaciones en relación a que “cuando aún
estamos dentro de nuestras madres y no podemos tocar, ver ni oír demasiado,
nuestra nariz ya trabaja a destajo.”
También subraya la memoria
del olfato a lo largo de nuestra vida. “Los aromas se atesoran de forma
inconsciente y visceral; de ahí que, quince años después, pasemos por una
calle, huela a nuestra guardería y paremos en seco de la impresión.”
Todos tenemos experiencias
en esto de los olores que permanecen en nuestra memoria, y nuestras emociones,
y que se hacen presentes nuevamente a la menor provocación.
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