A la hora de hurgar en la memoria aparecen episodios
que no tienen mayor relevancia para otros, pero sí para uno. De eso da cuenta
Juan Forn, destacado especialista en poner de manifiesto historias
aparentemente menores.
El libro [Los
oficios ajenos de Primo Levi]
empieza hablando de la casa donde Levi nació y pasó toda su vida, salvo el
breve y terrible interregno en que fue enviado a Auschwitz.
(…) en su recorrido desemboca en un cuarto donde se
acumulan valijas y baúles de tiempos pretéritos. Levi encuentra allí la caja de
su viejo Meccano y recuerda al instante su primer amor, una niña de nueve años
llamada Lydia, recién operada de las amígdalas. Lydia debía guardar reposo y
contemplaba a la distancia cómo jugaban los demás chicos en la calle. Uno de
ellos, llamado Carlo, atraía especialmente su atención. Carlo tenía una versión
del Meccano superior a la de Primo, pero si juntaban las piezas de ambos
juegos, podían construir artefactos imposibles de lograr cada uno por su lado.
Así fue como Primo y Carlo aunaron esfuerzos para
construir lo que regalarían a Lydia con motivo de su cumpleaños.
No sólo las piezas eran complementarias, también lo
eran las mentalidades de ambos: los objetos que armaba Carlo eran simples,
sólidos y pedestres; los de Primo eran más complicados e inventivos pero
inestables, porque no tenía la paciencia de Carlo para ajustar bien cada
tuerca. Primo sugiere a Carlo construir algo único para el cumpleaños de Lydia:
algo que ni siquiera los manuales del Meccano enseñen cómo hacer. Carlo se
inclina por un motor, un artefacto que funcione por sí solo. Primo acepta pero
aspira a algo simbólico, que funcione como ofrenda de amor. Luego de mucho
discutir convence a Carlo de que hagan un reloj, el reloj más hermoso jamás
construido.
Carlo acepta a regañadientes el rol subalterno que
tiene en la tarea, Primo siente que el amor inspira su audacia creativa.
Pero la competencia entre aquellos niños que buscaban
impresionar a Lydia conducirá a la ruptura de aquella alianza.
Llega el cumpleaños de Lydia, Carlo cede a Primo el
honor de entregar el regalo elaborado en conjunto. Cuando Primo intenta poner
en marcha el reloj, el mecanismo fracasa miserablemente. Carlo da entonces un
paso al frente y entrega a la cumpleañera el regalo que llevaba oculto debajo
de su camisa: una bombonera, que Lydia recibe encantada y muestra con orgullo
al resto de los invitados.
¿Por qué permaneció ese recuerdo de infancia, al cabo
de tantos años, en la memoria de Primo Levi? Tal vez lo anotado por Rafael Argullol
respecto a la traición pueda aclarar el punto.
Nada debilita tanto como la traición. Podemos
permanecer fuertes ante el odio y la envidia, ante el dolor e incluso ante la
muerte. Pero la traición nos vuelve frágiles e impotentes porque, con ella,
irremediablemente se hunde un mundo: un mundo que nosotros mismos habíamos
construido con la ternura y la seguridad de lo que se construye para siempre.
Y es
que al decir de Mario Míguez -citado por Fernando Savater- “Traicionado el
amor, ya todo es nada.”
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