martes, 10 de junio de 2025

Recuerdo de una traición

 

A la hora de hurgar en la memoria aparecen episodios que no tienen mayor relevancia para otros, pero sí para uno. De eso da cuenta Juan Forn, destacado especialista en poner de manifiesto historias aparentemente menores.

El libro [Los oficios ajenos de Primo Levi] empieza hablando de la casa donde Levi nació y pasó toda su vida, salvo el breve y terrible interregno en que fue enviado a Auschwitz.

(…) en su recorrido desemboca en un cuarto donde se acumulan valijas y baúles de tiempos pretéritos. Levi encuentra allí la caja de su viejo Meccano y recuerda al instante su primer amor, una niña de nueve años llamada Lydia, recién operada de las amígdalas. Lydia debía guardar reposo y contemplaba a la distancia cómo jugaban los demás chicos en la calle. Uno de ellos, llamado Carlo, atraía especialmente su atención. Carlo tenía una versión del Meccano superior a la de Primo, pero si juntaban las piezas de ambos juegos, podían construir artefactos imposibles de lograr cada uno por su lado.

Así fue como Primo y Carlo aunaron esfuerzos para construir lo que regalarían a Lydia con motivo de su cumpleaños.

No sólo las piezas eran complementarias, también lo eran las mentalidades de ambos: los objetos que armaba Carlo eran simples, sólidos y pedestres; los de Primo eran más complicados e inventivos pero inestables, porque no tenía la paciencia de Carlo para ajustar bien cada tuerca. Primo sugiere a Carlo construir algo único para el cumpleaños de Lydia: algo que ni siquiera los manuales del Meccano enseñen cómo hacer. Carlo se inclina por un motor, un artefacto que funcione por sí solo. Primo acepta pero aspira a algo simbólico, que funcione como ofrenda de amor. Luego de mucho discutir convence a Carlo de que hagan un reloj, el reloj más hermoso jamás construido.

Carlo acepta a regañadientes el rol subalterno que tiene en la tarea, Primo siente que el amor inspira su audacia creativa.

Pero la competencia entre aquellos niños que buscaban impresionar a Lydia conducirá a la ruptura de aquella alianza.

Llega el cumpleaños de Lydia, Carlo cede a Primo el honor de entregar el regalo elaborado en conjunto. Cuando Primo intenta poner en marcha el reloj, el mecanismo fracasa miserablemente. Carlo da entonces un paso al frente y entrega a la cumpleañera el regalo que llevaba oculto debajo de su camisa: una bombonera, que Lydia recibe encantada y muestra con orgullo al resto de los invitados.

¿Por qué permaneció ese recuerdo de infancia, al cabo de tantos años, en la memoria de Primo Levi? Tal vez lo anotado por Rafael Argullol respecto a la traición pueda aclarar el punto.

Nada debilita tanto como la traición. Podemos permanecer fuertes ante el odio y la envidia, ante el dolor e incluso ante la muerte. Pero la traición nos vuelve frágiles e impotentes porque, con ella, irremediablemente se hunde un mundo: un mundo que nosotros mismos habíamos construido con la ternura y la seguridad de lo que se construye para siempre.

Y es que al decir de Mario Míguez -citado por Fernando Savater- “Traicionado el amor, ya todo es nada.”

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