viernes, 19 de noviembre de 2010

Nostalgia a la mexicana


 El mexicano suele ser fácil para la nostalgia y por lo general no le sientan bien otras tierras que no sean las suyas. Ni hablar si estas se encuentran muy lejos, gastronómicamente hablando, de los sabores acostumbrados. Imposible no dejar de echar de menos una quesadillas de huitlacoches, una sopa de flor de calabaza, unos taquitos de charales, unos nopales asados o un buen guacamole.

Ilustración: Margarita Nava
A este respecto Jorge Ibargüengoitia sostiene que la añoranza de la comida mexicana torna insoportable la vida de los mexicanos en el extranjero y ve en ello la principal razón por la que la emigración no es aún mayor. Ello le permite concluir que la nostalgia mexicana es fundamentalmente estomacal.
Cuando dos mexicanos se juntan en el extranjero, en vez de añorar los cerros, el mugir del ganado al atardecer, o la limpidez del aire en el altiplano después de la lluvia dicen:
-¡Quién pudiera comerse unas quesadillas de flor!
-Con su epazote -dice el otro.
-O un taco de chicharrón.
-Con su chilito -dice el otro.
Así pueden pasarse una tarde y acabar cenando, en una cafetería, un pastel de carne muy malo, que los hace sentirse todavía más infelices.
Los que viajan por poco tiempo van prevenidos contra estas penalidades y se distinguen porque al ser sospechosos de querer secuestrar el avión en que viajan son esculcados y se descubre que los objetos metálicos que llevan en la bolsa y parecían granadas, son en realidad latas de chiles jalapeños en escabeche o de chipotles adobados.
El mismo Ibargüengoitia desea contribuir a la solución de este problema y por ello propone una cura para los momentos en que se extraña México. La terapia consiste en evocar cualquiera de las siguientes imágenes
Una parada de camiones, con charcos, en una tarde de lluvia.
Familias mexicanas, sentadas en el interior de Volkswagens, comiendo helados y echando en la banqueta restos de banana split.
Un viaje en taxi con programa de radio, de preferencia de esos en que se dedican canciones a personas ausentes o alejadas.     
Una cola mexicana -en la que irremisiblemente el último que llega, en vez de pararse al final, quiere meterse al principio, y el que está en segundo lugar tiene que indicarle el que le corresponde.
El exterior de una casa de funcionario gallón, con muro de piedra brasa, hornacina, puerta barroca, seis coches y ocho guaruras dormidos o forcejeando.
Si nada de esto cura la nostalgia, imaginar un ratito de conversación con el propietario de la casa descrita, en que él explique el futuro de México.

Claro que existen casos que no tienen ni la más remota posibilidad de cura. Son aquellos en que la nostalgia, irracional e irremediable, será superior a cualquier antídoto que se pueda proponer. Ibargüengoitia comenta que encontró a un mexicano que vivía en Washington y que añoraba un tequila, “le dije que podía comprarlo en cualquier tienda y me contestó: —Sí, pero el limón no sabe igual.”

No puede uno dejar de pensar en tantas personas a quienes la necesidad los lleva a emigrar y que al desarraigo familiar deberán agregar el dolor de la nostalgia que a veces comienza antes de la partida. En este sentido Carlos Monsiváis cita la afirmación contundente de un migrante: “Cuando llegué aquí a la frontera, nomás traía puesta mi gana de irme pronto.” 

En muchas comunidades indígenas rige la tradición de que uno debe morir donde se ha enterrado el ombligo. Tal vez por eso la canción se vuelve súplica cuando dice: “… que digan que estoy dormido y que me traigan aquí. México lindo y querido, si muero lejos de ti”.

Confieso que al paso de los años me he ido contagiando de esta nostalgia y no dejo de emocionarme al escuchar la canción mixteca o las golondrinas. A la nostalgia por haber salido de Uruguay hace ya casi 30 años ahora debo agregarle la nostalgia mexicana. Uno no sabe para quién trabaja.