Aún cuando la acción educativa debe orientarse hacia el desarrollo integral, es frecuente apreciar que en una misma persona se produce un marcado desencuentro entre el desempeño académico y otras áreas de la existencia. No son pocos los casos en que una gestión académica excepcional va acompañada de un escaso desarrollo en otros ámbitos tanto o más importantes, de la vida.
Ilustración Margarita Nava |
Imaginemos que dos adultos se cruzan en el camino. Muchos años atrás, fueron compañeros en la escuela primaria. El tiempo ha transcurrido y las fisonomías se han modificado, pero les resulta posible reconocerse. El encuentro produce gran alegría y remonta súbitamente a épocas entrañablemente queridas. La conversación se iniciaría a partir de ciertas convenciones.
-¡Qué bien te ves!
-No, ¡qué va!.... iEl que está igualito eres tú!
Luego se pasaría a temas más profundos.
-¿Qué tal?, ¿cómo te ha ido en la vida?
-Si te contara... Pues no te creas que demasiado bien. Mi calificación en lo familiar podría ser de seis y en lo profesional de cuatro...
-No me digas eso... Recuerdo que en la escuela eras un alumno extraordinario. En la boleta de calificaciones siempre tenías diez y los maestros te señalaban como el alumno ejemplar. Si para alguien el futuro era promisorio, era para ti.
-Pues, ya ves...
Parecería que ciertos logros, promovidos y reconocidos tanto en la familia como en la escuela, no sólo no ayudaron sino que obstaculizaron el desarrollo de la persona. Por eso ha surgido la demanda de educar para la vida, exigencia que, como muchas otras relacionadas con la educación, se formula con pocas palabras, aunque la respuesta a ella resulta sumamente compleja.
Tomado de “La educación familiar y sus desafíos” Gerardo Mendive. Editorial Paidós México Reimpresión 2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario