viernes, 13 de mayo de 2011

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Collage: Margarita Nava
(...) en algún momento a principios de los sesenta, a alguien en Televisa se le ocurrió hacer una telenovela de las vidas de Maximiliano y Carlota que sirviera para instruir a los mexicanos sobre los méritos de Juárez, de la revolución y, no casualmente, del régimen. Desafortunadamente, la historia de Maximiliano y Carlota resultó ser un maravilloso material para telenovela. En el fondo de su corazón Maximiliano era un hombre decente, tal vez un poco perdido en un país nuevo y extraño, pero no falso. Él y Carlota estaban enamorados. Entonces su historia tenía intriga y romance, mientras que su muerte proporcionó las lágrimas que toda telenovela necesita.

Así fue como, durante 1965, noche tras noche la novela tejió sus vidas en la caótica tapicería del México de mediados del siglo XIX y consiguió justo lo opuesto de lo que se proponía. "Los mexicanos nos identificamos con figuras trágicas enamoradas. Recuerdo que después algunas personas me decían que conforme los personajes de Maximiliano Y Carlota crecían, Juárez se achicaba", dice Zerón Medina. "Terminaron viéndose como víctimas, traicionados, con cierta ambición pero no mucha. Empezaron a verse como personas. La gente simpatizó con ellos." Juárez se convirtió en un personaje frío e impersonal, el villano del cuento, en contraste con la calidez que la telenovela virtió sobre el infortunado emperador y su esposa.

Sam Quinones 
(tomado de "Cotidianerías. apuntes desde una pedagogía del relato", 
compilación de G. Mendive. México 2002)

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