jueves, 30 de agosto de 2012

Comisionitis


No descubrimos nada nuevo al afirmar que la administración pública no es cosa sencilla. Priorizar las necesidades nacionales y regionales por encima de los intereses partidarios o de sector ya tiene su chiste. También lo tiene la definición de políticas públicas que den continuidad a las acciones emprendidas en cuanto a  los grandes temas: salud, educación, economía, seguridad. Con ser bastante, lo anterior no es todo: dichos principios tienen que llevarse a cabo, implementarse, a través de la gestión pública. Es posible concluir en que la cuestión tiene sus complejidades.

Por otra parte la herencia colonial española, aun cuando lejana en el tiempo, parece haber dejado huella profunda en la profusión de leyes, decretos, normas, ordenanzas, estatutos… a los que en diversas ocasiones se responde con la clásica forma de que se acata pero no se cumple.

Según el diccionario, “comisión” es una  misión encargada a alguien así como también un conjunto de personas elegidas o designadas para actuar en representación de un grupo o una entidad en algún asunto. Una de las especialidades de la casa tiene que ver con la creación de comisiones en cantidad considerable por lo que aquí también parece que el legado colonial nos llega en versión de barroco recargado; todo parece indicar que en el inconsciente colectivo rige la idea que los problemas se resuelven creando instituciones. Sara Sefchovich en su libro País de mentiras. La distancia entre el discurso y la realidad en la cultura mexicana (México, Océano, 2008) analiza con profundidad esta cuestión.

¿Que hay corrupción? Se crea una Secretaría de la Contraloría de la Federación (hoy de la Función Pública) y sus correspondientes estatales para “combatirla”. ¿Que hay contaminación? Se crea no una sino varias instituciones para "resolverla": una Secretaría del Medio Ambiente, un Instituto Nacional de Ecología, una Comisión Metropolitana para la Prevención y Control de la Contaminación Ambiental en el Valle de México, una Secretaría del Medio Ambiente del Distrito Federal, un Programa Integral contra la Contaminación Atmosférica. Por supuesto, cada una de esas instancias tiene sus oficinas, sus funcionarios, su jerga ("se decretó pre-contingencia ambiental", "se va a aplicar la fase uno del sistema de emergencia"), sus siglas ("NOM-EM-102-ECOL-1995"), sus normas ("Las verificaciones deben ser más estrictas en un 35%") y sus datos ("a 38% de los capitalinos les duele la cabeza"). ¿Que hay delincuencia? Se instala una Comisión para atender el problema. ¿Que a pesar de eso sigue la delincuencia? Se organiza un Plan de Reacción Inmediata y Máxima Alerta. ¿Que de todos modos no se quita la delincuencia? Se forma un grupo intersecretarial. ¿Que ni así mejoran las cosas? Se organiza una Reunión Nacional de Procuradores. ¿Que a pesar de eso sigue habiendo asaltos, robos, asesinatos y secuestros? Pues se instituye una Secretaría de Seguridad Pública. ¿Que no se compone esto de la delincuencia? Entonces se crea con bombos y platillos un Consejo Nacional de Seguridad Pública ¡todo un sistema nacional en el que participan gobernadores y procuradores que, nos dicen, logrará ahora sí, terminar con la criminalidad!, pues según el procurador general de la República: "Todas las posibilidades de llegar al nuevo siglo como un país de leyes y justicia están en el instrumento sin precedente".
Éste es el punto central: en México se supone que todo se resuelve si se crean "instrumentos".

Ahora bien, crear el organismo no es tan complicado el problema es que después hay que bautizar a la criatura. A la nueva comisión hay que adjudicarle un nombre digno que la distinga dentro de la maraña burocrática. Sefchovich profundiza en su análisis y tiene motivos más que fundados para afirmar que existe la creencia de que cuanto más largo el nombre, más efectiva será la comisión.

Por eso nuestras instituciones llevan los que llevan: Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación; Dirección General de Gestión Integral de Materiales y Actividades Riesgosas de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales; Comisión Metropolitana para la Prevención y Control de la Contaminación Ambiental en el Valle de México; Tribunal Municipal de Responsabilidades Administrativas y de la Auditoría Superior de Fiscalización; Consejo de Apoyo y Base Interinstitucional a las Delegaciones del Distrito Federal; Oficina de Representación para la Promoción e Integración Social de Personas con Discapacidad... y tantos y tantos más.
La costumbre se ha extendido a las organizaciones y por eso vemos que un sindicato es la Unión Nacional de Trabajadores de la Industria Alimenticia, Refresquera, Turística, Hotelera, Gastronómica, Similares y Conexos de la República Mexicana, y se ha extendido también a los nombres de los cargos de los individuos que se llaman por ejemplo: coordinador de Lluvias y encargado de Riesgos Hidrometeorológicos de la Oficina Federal de Prevención de Desastres, o secretario técnico para Asuntos Sustantivos (¿habrá asuntos que no lo sean?) del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, o este que es un prodigio: jefe de la Unidad Departamental de Operaciones Especiales en las Unidades Especiales dependiente de la Coordinación de Seguridad Pública del Distrito Federal.
¡Hasta algo tan supuestamente sencillo como un convenio de prestación de servicios de los maleteros en el aeropuerto lleva el larguísimo título de “Contrato de acceso a zona federal para la prestación del servicio de manejo y transporte de equipajes en ambulatorio público, puertas y banquetas, así como servicios de apoyo a líneas aéreas"!

Ya se creó la Comisión, ya tiene nombre, pero aún falta un paso importante: atribuirle siglas que la haga fácilmente identificable evitando, de esa manera, desafortunadas confusiones. Sara Sefchovich ilustra el punto.                                                                                         
El resultado de que se usen estos larguísimos nombres y títulos, es que a fuerza se termina usando solamente las siglas y entonces entramos en un mundo fascinante y misterioso que nos manda de la LOPPE a la LFTAIPG, de la SEMAR a la Semarnat, del Conaculta al Conacyt, de la Conago al Conapo a la Conagua a la Cofepris, del ISSSTE al IMSS al IFAI a la Profeco al Capufe, de la SCJN a la PGR y la PJDF y a las AFI, PFP, SIEDO, MPF Y SAE, del Ceneval (con sus Comipems) al Ciesas y de allí a la UACM, la UAM y la UNAM que a su vez tiene oficinas como la DGAPA y programas como el PRIDE, el PAPIIT y el PAIPA.
Y entonces uno se puede encontrar con un escrito como el siguiente, que es la respuesta oficial de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos a un quejoso: "La CNDH estableció las tarifas con base en lo dispuesto por la LFTAIPG así como por la LFD. Mientras que la cuestión relativa dependiera de una resolución judicial, los servidores públicos de la CNDH han estado obligados a conducirse con estricto apego a la ley. Por ello la CNDH considera que la reciente resolución de la SCJN, que ha determinado que la fracción VI del artículo 5 de la LFD no debe ser referencia, presenta una oportunidad de adoptar este criterio. En cuanto a la información clasificada como reservada, el criterio adoptado es congruente con la LFTAIPG y tiene su fundamento en el artículo 10 del RTAI de la CNDH".

Pero no se crea que detentamos el monopolio en este tema de siglas y abreviaturas. Hace ya varios años el humorista español Julio Camba refería lo siguiente

-¿Aún no me ha escrito esas cartas? –le pregunta con cierta impaciencia a su secretaria un jefe de oficina.
-Aún no –le responde la interpelada-. ¡Qué quiere usted! ¡Las abreviaturas me llevan tanto tiempo!...
Hay quien cree que las abreviaturas se hacen para abreviar, pero quizá esto no sea más que una apariencia.

Y añade Camba que en los países donde se ha impuesto la costumbre de designar a las cosas por sus iniciales “no ha habido más remedio que publicar unos diccionarios de abreviaturas, sin cuyo auxilio resulta ya casi imposible interpretar el texto más insignificante, y es que el lenguaje abreviado tiene siempre algo de inscripción jeroglífica y no está, ni mucho menos, al alcance de cualquiera”.

Dejemos de lado estas consideraciones de forma y veamos lo que hace al fondo de la cuestión. Por supuesto que hay comisiones que realizan sus tareas con profesionalismo y notable eficiencia; pero también hay de las otras… Una vez más recurrimos a Sara Sefchovich.

Pocos ejemplos tan claros sobre la inutilidad de "los instrumentos" como los destinados a resolver emergencias. Existen el Sistema Nacional de Protección Civil, el Fondo de Desastres Naturales, la Dirección General de Protección Civil del DF y todas las direcciones estatales de lo mismo, el Centro Nacional de Prevención de Desastres, el Centro de Instrumentación y Registro Sísmico, el Programa de Atención a Emergencias, el Programa de Atención a Contingencias Mayores, el Plan Permanente Anticontingencias y otros que se aplican en caso de desastre como el Programa de Empleo Temporal, que cuenta con lo que se llama una Reserva Inmediata, que consiste en dar recursos para desazolve, limpieza de escombros y reparación de todo tipo de daños menores. Por supuesto cada uno de estos cuenta con oficinas muy bien montadas, con funcionarios y asesores y secretarias que se la pasan haciendo reglamentos, normas y disposiciones.
(…) Un ejemplo inmejorable es el llamado "grupo Beta" que se creó para ayudar a las personas que están en situaciones de riesgo. La siguiente fue una noticia en la televisión nacional: "En días pasados [julio 2004], dos conciudadanos encontraron la muerte ahogándose en las aguas fronterizas entre México y Estados Unidos. Miembros de este grupo especializado en salvamento intentaron rescatarlos pero no pudieron".
En efecto, no pudieron porque los tales rescatistas eran unos gordos, muy poco ágiles ("hipertensos, diabéticos, cardiópatas, menguados y viejos, incapaces de responder con prontitud a una emergencia" según dijo en entrevista el director de la policía capitalina, "con la panza llena de tacos" según dijo hace varios años el caricaturista Abel Quezada), que no sabían nadar, que no conocían ni las reglas más elementales del salvamento ni del trabajo en equipo y que no contaban ni con los más sencillos implementos como cuerdas y llantas. Por eso mientras las personas luchaban contra las aguas que se los querían tragar, los del "grupo especializado" se mantenían inmóviles, trepados en los árboles o hechos bolas sobre frágiles lanchas, tan apretujados que no podían ni maniobrar. Un buzo privado fue el que pudo rescatar a los accidentados, pero para entonces ya eran cadáveres.

Cuando se producen desinteligencias entre diversas instancias tanto públicas como privadas, naturalmente repercuten sobre la ciudadanía. Por ello el notable periodista Manuel Buendía que denunciara una serie de corrupciones, componendas y complicidades de autoridades varias –lo cual le costó la vida- decía que vivimos en una sociedad de repercutidos. “Así, pues, los caballeros de industria, comercio y banca han aprendido rápidamente a conjugar el verbo repercutir: ‘Yo repercuto, tú repercutes, él repercute, nosotros repercutimos...’.” Por lo que concluía en que “la población se divide en repercutidores y repercutidos”.

Por otra parte, Guillermo Sheridan nos invita a adentrarnos en el funcionamiento cotidiano de uno de estos organismos.

Existe en la ciudad de México una Comisión de Nomenclatura encargada de "coadyuvar con la Secretaría de Desarrollo Urbano para establecer los criterios para la asignación y modificación de nomenclatura de colonias, vías y espacios abiertos". Ha de estar en un sótano, habrá tres escritorios chelengues, un librero, dos focos mosqueados y un garrafón vacío.
Sus empleados tramitan oficios de este corte: "Se solicita atentamente otorgar nomenclatura al desarrollo urbano cuya ubicación se anexa, así como para sus nueve vialidades". El jefe -llamémosle Pichardo- grita: "A ver, Menchaca, ¿qué tenemos para nueve vialidades?", Menchaca contesta: "Musas y planetas". Pichardo toma su decisión: acaba de nacer el desarrollo urbano Sistema Solar Tlaxcaltenango; sus calles son Avenida de Venus, Paseo de Mercurio, Calzada de Tierra, Vía de Marte, Rinconada de Júpiter, Calle de Saturno, Callejón de Urano, Callejuela de Neptuno y Ampliación Plutón. Listo. El que sigue.
Pichardo conoce las jerarquías: primero los nombres de los héroes que nos dieron (o nos están dando) Patria, sus fechas y lugares; luego los grandes hombres en general (es decir, extranjeros); los infinitos mundos vegetal, animal y mineral, los ríos y montañas y los lirios (cualquier imprevisto se resuelve con lirios, que debe ser la flor favorita de la mamá de Pichardo). De ahí en adelante Pichardo convierte en calle lo que sea. ¿Sabe usted por qué vive en la calle Fórceps, o en la avenida Cloruro de Sodio? Pregúntele a Pichardo. Su inventiva no va a la zaga de las premiosas circunstancias: en esta ciudad nacen cien calles al día.

Es importante recordar la existencia de funcionarios que intervienen en muy variados organismos lo que hace suponer que cuentan con un excelente nivel formativo que les permite desempeñarse eficientemente en el cumplimiento de muy diversos cometidos. Es a ellos a quien Gilles Chatêlet define como los pantuflas voladoras, “esos mandamases en tránsito permanente entre un sillón de dirección y otro”. Para concluir recordemos que la propia expresión “comisión” adquiere sus asegunes cuando el diccionario le atribuye otro significado: cantidad que se percibe por llevar a cabo una operación comercial. Y hay quienes a esto se lo toman muy en serio…

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