jueves, 9 de agosto de 2012

Raquel Seoane, la vida en el foro


Los artistas son personas especiales, poseedores de miradas agudas, interpretadores de la realidad.  Dirigiéndose en particular a las artes plásticas Tola Invernizzi, citado por Carlos María Domínguez, afirma:

El hacedor de arte es un chismoso de los avatares de la vida que compartimos entre todos, pero el nudo del chisme y su forma de relatarlo establecen diferencias en sus disfrutes y las posibilidades de iluminación. (...)
El hacedor de arte busca expresarse. Ordenar los elementos que entiende o intuye necesarios en forma tal que le sean tangibles y reconocibles en su obra.

Una vez que descubre los entresijos de su entorno el artista realiza su obra y está ansioso de poder compartirla, de tener un público frente al cual arriesgarse  poniendo a consideración su trabajo. Hará falta, subraya Invernizzi, que alguien recoja esas manifestaciones artísticas.

Pero además quiere comunicarlos y para ello debe tener en cuenta los aparatos de recepción del destinatario. La estación emisora más potente, con el mensaje más importante (tal vez de algún planeta en una estrella lejana esté sucediendo), se pierde en la nada si no hay un aparato receptor acondicionado para su recepción.
Y el aparato receptor del arte es la cultura. Individual y/o colectiva.
La capacidad de responder y registrar las urgencias y ofrecimientos del mundo. De enfrentar las agresiones y los goces que éste ofrece y sobre todo la capacidad de dilucidar entre verdad y mentira. En ella intervienen los órdenes biológicos (ver, hablar, pensar, sufrir y gozar), la geografía y el salario, el clima y la escuela, el transporte y las lluvias; los dogmas impuestos por los detentadores del poder, los modelos de felicidad humana que éstos proponen, los códigos de legitimidad que éstos imponen en búsqueda de su permanencia; el miedo que deslizan en la cotidianeidad tratando de impedir las actitudes contestatarias a su poder, y el alma humana en irrenunciable búsqueda de su destino. Y las culturas no pueden violentarse. (...)
Si bien en las actitudes formales podrá haber programas y concreciones diferenciadas, lo que hay que hacer por amor al arte –que sólo tiene sentido si existe amor a la humanidad, que es su receptora y consumidora- es insertarse en la lucha por la plena existencia humana, en todos los frentes.

Estamos muy lejos de la formación de estos públicos ávidos, sensibles, atentos a las diversas manifestaciones artísticas. Muy pocas son las propuestas educativas en que las disciplinas artísticas representan algo más que materias de relleno curricular, lo que se observa en las pocas horas asignadas, la escasez de materiales y la inexistencia de talleres adecuados. Si a esto agregamos los contenidos de buena parte de la oferta televisiva, el pronóstico en cuanto al proceso formativo de niños y adolescentes es adverso tanto en el presente como para su futuro una vez convertidos en adultos. Al desconocer otros sabores, el gusto se va atrofiando y la persona se ve obligada a elegir entre una pequeña gama de posibilidades. Como dice Roberto “Tito” Cossa refiriéndose al caso de la música: “¿Cuándo el arte se convierte en un derecho humano? Cuando alguien no sabe de su existencia. No es obligatorio que nos guste la 9ª Sinfonía de Beethoven. Lo penoso es cuando aquel que la hubiera gozado no la escuchó nunca.” Y pensar que hay quienes a esto le llaman libertad de opción…

Foto de Ricardo Ramírez Arriola para 360grados.com


A Raquel Seoane le dolía y le enojaba sobremanera la ausencia de políticas públicas definidas en el campo de la cultura y más concretamente la falta de espacios que permitieran desarrollar el gusto por el teatro en tanto manifestación de una formación ciudadana integral. Lo poco que existe en este campo por lo general se debe a esfuerzos realizados por personas y grupos aislados, como el que evoca Marcelo N. Viñar en ocasión de sus primeros acercamientos al teatro en tiempos de adolescencia.

Hace un tiempo infinito, en mi adolescencia, yo vi mi primera obra de teatro y me conmoví con ella. Una emoción distinta a la del cine, al cual era adicto, domingo tras domingo, desde la infancia inmemorial y memoriosa. Después de la obra, el director, emblema del teatro uruguayo, nos deslumbró con su retórica, tanto o más que los actores en escena. Una de sus frases quedó inscrita para siempre en el terreno fértil de mis trece años, en un pueblo del Interior (yo era pues “de afuera”, vaya uno a saber a cuál “adentro” remitía la expresión que segregaba a quienes no eran de “la capital”). La frase, tal como yo la retengo, con las deformaciones de los recuerdos distantes era: “El cuerpo se defiende mejor que el alma. Porque si no como, tengo una sensación de hambre, pero si no escucho a Mozart nada me avisa, sólo hay el silencio y la soledad”.

Quien así se dirigía al auditorio era nada menos que Atahualpa del Cioppo, uno de los grandes del teatro uruguayo y latinoamericano quien dirigiera al elenco de “El Galpón”. Siendo una figura de enorme prestigio nunca se lo tomó muy en serio y cuando alguien lo llamaba “maestro”, Atahualpa se limitaba a responder: “más maestro será usted”.

Una vez que Raquel descubrió su vocación por el teatro ya no paró en sus intentos de llevar las obras a lugares remotos de difícil acceso a la oferta cultural (si el público no viene al teatro, hay que llevar el teatro). Hizo del teatro y del amor al arte una forma de vida, su forma de vida. Durante varios años integró el elenco de “El Galpón”. Llegó el momento de la salida de Uruguay en 1976 cuando los tiempos aciagos de la dictadura. El exilio que al principio pintaba para ser por poco tiempo, terminó siendo para siempre: en forma paulatina México se la fue ganando sin que perdiera sus raíces uruguayas.

En 1981 junto a Blas Braidot, y también con Mario Ficachi, Luisa Huertas y Pablo Jaime fundaron el grupo Contigo América. Tuvieron que pasar muchos años para que el elenco lograra tener su propio foro en la calle Arizona, en la colonia Nápoles en la ciudad de México. Raquel era feliz en el escenario y sus alrededores, disfrutaba la temporada de ensayos (lo que de ninguna manera quiere decir que su fuerte carácter dejara de hacerse presente en muchos momentos). Los días previos al estreno era el momento de pegarse  al teléfono y convocar a los amigos. Independientemente de la complexión física de su interlocutor, la convocatoria adquiría su forma habitual: “¿Cómo estás, flaco? Soy Raquel y llamo para avisarte que el próximo viernes estrenamos y ahí te esperamos. Estaremos muy contentos de verte.”  Algunas de las obras presentadas por el elenco fueron: “Los que no usan smoking” de Gian Francesco Guarnieri, “Costumbres” de Víctor Manuel Leites, “Y sigue la bolota” de Mario Ficachi, “Donceles 19” de Blas Braidot, “Los motivos del lobo” de Sergio Magaña, “Santa Juana de los mataderos” de Bertolt Brecht, etc.  

Uno de los dramaturgos mexicanos más reconocidos como lo fue Víctor Hugo Rascón Banda, quien era muy amigo de Blas y Raquel, en ocasión del veintidós aniversario escribió para ellos la obra “El Ausente”. En los meses de ensayo fue cuando se produjo el deceso de Blas por lo que Raquel asumió la dirección escénica y en carta dirigida a ella, decía Rascón Banda:

Privilegiados los dramaturgos que podemos contar con una compañía estable y de prestigio como Contigo América.
Privilegiados los espectadores que pueden contar con la alternativa de un teatro diferente como el de Contigo América, que ve más allá de la evasión y del entretenimiento y que es un teatro comprometido, que aborda la condición humana y la problemática social. 

Raquel fue actriz, boletera, directora, anunciante, escenógrafa, etc. porque, tal como ella misma decía, “un integrante de nuestra institución debe conocer desde la taquilla hasta el camerino”. No se engañaba, sabía que se vivían tiempos en que los principios del elenco iban en contra de la corriente pero no era momento de convertirse al oportunismo. Es así que en ocasión del veinticinco aniversario de Contigo América afirmó: “En este mundo globalizado, neoliberal, de una economía salvaje, en el que el ser humano ha sido descategorizado, convertido en mercancía, seguimos conscientes y empecinados en priorizar los principios que nos dieron vida, en hacer un teatro independiente, ahondar en nuestras raíces y en estrechar los vínculos con nuestra América Latina, para reafirmarnos humana y creativamente.” ¿Más claro?

El grupo atravesó altibajos y las diversas etapas en lo económico iban de lo muy grave a lo grave. Hasta hoy es habitual que al ingresar al foro se reparta a los asistentes un sobre para que allí depositen su contribución voluntaria. Expresión de un principio irrenunciable: nadie podía dejar de concurrir al teatro por falta de dinero. Otra peculiaridad está dada porque al terminar cada función se pregunta a los asistentes acerca de sus opiniones, sentimientos y reacciones en relación a la obra. El diálogo entre espectadores y actores es parte fundamental de la propuesta.

Por si alguien tuviera dudas de que el teatro era su vida y que las fronteras entre la una y la otra para ella no existían, Raquel –a la manera de los teatreros del pasado- se fue a vivir a un pequeño departamento construido encima del foro con la austeridad impuesta por ella misma y bajo la dirección del arquitecto Elbio “Pocho” Bernasconi estimado integrante de la colectividad uruguaya en México que desde siempre fue un amigo muy valioso del elenco.

Si no me equivoco, la última obra que dirigió Raquel fue “Fuenteovejuna” de Lope de Vega. Me pareció verla particularmente tensa en esta ocasión dado que,  me imagino, por una parte le costaría muchísimo no estar en el escenario y por otro lado esa obra le era particularmente significativa y la remitía a muchas circunstancias del pasado. A “Fuenteovejuna” no se le podía fallar.

La noche que el grupo celebró sus treinta y un aniversario con actividades musicales, la reseña de la historia del elenco y un brindis, Raquel se sintió mal y prefirió quedarse en su habitación. Para todos los que estuvimos allí fue muy emocionante brindarle un sentido y nutrido aplauso que debería llegar del foro a su habitación. Unos días después su salud empeoró.  La visité en el Hospital General en la sala común en la que estaba internada. Hablamos de esa celebración, le gustaba escuchar las impresiones de los asistentes. Cuando le sirvieron la comida solo pudo con dos cucharadas de arroz luego me miró con su sonrisa pícara acostumbrada, que interpreté como: “Mira lo que me traen… Qué bueno estaría que en lugar de esto me consiguieras un whisky y un cigarro”. Quedé en deuda, no pude.

Raquel murió en su casa del foro el 17 de marzo,  próxima a cumplir 80 años de edad. Sus restos mortales fueron velados, como no podía ser de otra manera, en el foro de Contigo América a donde concurrieron a despedirla compañeros del grupo, amigos, colegas, compatriotas y público en general.
La de Raquel fue una vida muy rica en su calidad como persona, sin embargo se alegraba de no ser exitosa en los términos impuestos por la cultura dominante: hasta el final vivió al día, no tenía seguro médico, sus posibilidades de viajar a Uruguay se sustentaban en que el pasaje le fuera obsequiado. Reivindicaba el derecho a ser perdedor en este entorno de valores vigentes. Pocas veces he conocido personas tan congruentes por lo que confrontar su discurso con su forma de vida sería caer en pleonasmo.

 En la carta anteriormente citada Víctor Hugo Rascón Banda concluía diciendo: “Dondequiera que se encuentre, Blas estará satisfecho al ver que la institución que él fundó sigue adelante, porque las semillas que él sembró fructificaron y seguirán fructificando bajo su inspiración.”

Ahora en que a la ausencia de Blas se suma la de Raquel, este deseo está más vigente que nunca.


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