El hacedor de arte es un chismoso de
los avatares de la vida que compartimos entre todos, pero el nudo del chisme y
su forma de relatarlo establecen diferencias en sus disfrutes y las
posibilidades de iluminación. (...)
El hacedor de arte busca expresarse.
Ordenar los elementos que entiende o intuye necesarios en forma tal que le sean
tangibles y reconocibles en su obra.
Una
vez que descubre los entresijos de su entorno el artista realiza su obra y está
ansioso de poder compartirla, de tener un público frente al cual arriesgarse poniendo a consideración su trabajo. Hará
falta, subraya Invernizzi, que alguien recoja esas manifestaciones artísticas.
Pero además quiere comunicarlos y para
ello debe tener en cuenta los aparatos de recepción del destinatario. La
estación emisora más potente, con el mensaje más importante (tal vez de algún
planeta en una estrella lejana esté sucediendo), se pierde en la nada si no hay
un aparato receptor acondicionado para su recepción.
Y el aparato receptor del arte es la
cultura. Individual y/o colectiva.
La capacidad de responder y registrar
las urgencias y ofrecimientos del mundo. De enfrentar las agresiones y los
goces que éste ofrece y sobre todo la capacidad de dilucidar entre verdad y
mentira. En ella intervienen los órdenes biológicos (ver, hablar, pensar,
sufrir y gozar), la geografía y el salario, el clima y la escuela, el
transporte y las lluvias; los dogmas impuestos por los detentadores del poder,
los modelos de felicidad humana que éstos proponen, los códigos de legitimidad
que éstos imponen en búsqueda de su permanencia; el miedo que deslizan en la
cotidianeidad tratando de impedir las actitudes contestatarias a su poder, y el
alma humana en irrenunciable búsqueda de su destino. Y las culturas no pueden
violentarse. (...)
Si bien en las actitudes formales
podrá haber programas y concreciones diferenciadas, lo que hay que hacer por
amor al arte –que sólo tiene sentido si existe amor a la humanidad, que es su
receptora y consumidora- es insertarse en la lucha por la plena existencia
humana, en todos los frentes.
Estamos
muy lejos de la formación de estos públicos ávidos, sensibles, atentos a las
diversas manifestaciones artísticas. Muy pocas son las propuestas educativas en
que las disciplinas artísticas representan algo más que materias de relleno
curricular, lo que se observa en las pocas horas asignadas, la escasez de
materiales y la inexistencia de talleres adecuados. Si a esto agregamos los
contenidos de buena parte de la oferta televisiva, el pronóstico en cuanto al
proceso formativo de niños y adolescentes es adverso tanto en el presente como
para su futuro una vez convertidos en adultos. Al desconocer otros sabores, el
gusto se va atrofiando y la persona se ve obligada a elegir entre una pequeña
gama de posibilidades. Como dice Roberto “Tito” Cossa refiriéndose al caso de
la música: “¿Cuándo el arte se convierte en un derecho humano? Cuando alguien
no sabe de su existencia. No es obligatorio que nos guste la 9ª Sinfonía de
Beethoven. Lo penoso es cuando aquel que la hubiera gozado no la escuchó nunca.”
Y pensar que hay quienes a esto le llaman libertad de opción…
Foto de Ricardo Ramírez Arriola para 360grados.com |
A
Raquel Seoane le dolía y le enojaba sobremanera la ausencia de políticas
públicas definidas en el campo de la cultura y más concretamente la falta de
espacios que permitieran desarrollar el gusto por el teatro en tanto manifestación
de una formación ciudadana integral. Lo poco que existe en este campo por lo
general se debe a esfuerzos realizados por personas y grupos aislados, como el
que evoca Marcelo N. Viñar en ocasión de sus primeros acercamientos al teatro
en tiempos de adolescencia.
Hace un tiempo infinito, en mi
adolescencia, yo vi mi primera obra de teatro y me conmoví con ella. Una
emoción distinta a la del cine, al cual era adicto, domingo tras domingo, desde
la infancia inmemorial y memoriosa. Después de la obra, el director, emblema
del teatro uruguayo, nos deslumbró con su retórica, tanto o más que los actores
en escena. Una de sus frases quedó inscrita para siempre en el terreno fértil
de mis trece años, en un pueblo del Interior (yo era pues “de afuera”, vaya uno
a saber a cuál “adentro” remitía la expresión que segregaba a quienes no eran
de “la capital”). La frase, tal como yo la retengo, con las deformaciones de
los recuerdos distantes era: “El cuerpo se defiende mejor que el alma. Porque
si no como, tengo una sensación de hambre, pero si no escucho a Mozart nada me
avisa, sólo hay el silencio y la soledad”.
Quien
así se dirigía al auditorio era nada menos que Atahualpa del Cioppo, uno de los
grandes del teatro uruguayo y latinoamericano quien dirigiera al elenco de “El
Galpón”. Siendo una figura de enorme prestigio nunca se lo tomó muy en serio y
cuando alguien lo llamaba “maestro”, Atahualpa se limitaba a responder: “más
maestro será usted”.
Una
vez que Raquel descubrió su vocación por el teatro ya no paró en sus intentos
de llevar las obras a lugares remotos de difícil acceso a la oferta cultural (si
el público no viene al teatro, hay que llevar el teatro). Hizo del teatro y del
amor al arte una forma de vida, su forma de vida. Durante varios años integró el
elenco de “El Galpón”. Llegó el momento de la salida de Uruguay en 1976 cuando
los tiempos aciagos de la dictadura. El exilio que al principio pintaba para
ser por poco tiempo, terminó siendo para siempre: en forma paulatina México se
la fue ganando sin que perdiera sus raíces uruguayas.
En
1981 junto a Blas Braidot, y también con Mario Ficachi, Luisa Huertas y Pablo
Jaime fundaron el grupo Contigo América. Tuvieron que pasar muchos años para
que el elenco lograra tener su propio foro en la calle Arizona, en la colonia
Nápoles en la ciudad de México. Raquel era feliz en el escenario y sus
alrededores, disfrutaba la temporada de ensayos (lo que de ninguna manera
quiere decir que su fuerte carácter dejara de hacerse presente en muchos momentos).
Los días previos al estreno era el momento de pegarse al teléfono y convocar a los amigos.
Independientemente de la complexión física de su interlocutor, la convocatoria
adquiría su forma habitual: “¿Cómo estás, flaco? Soy Raquel y llamo para
avisarte que el próximo viernes estrenamos y ahí te esperamos. Estaremos muy
contentos de verte.” Algunas de las obras
presentadas por el elenco fueron: “Los que no usan smoking” de Gian Francesco
Guarnieri, “Costumbres” de Víctor Manuel Leites, “Y sigue la bolota” de Mario
Ficachi, “Donceles 19” de Blas Braidot, “Los motivos del lobo” de Sergio
Magaña, “Santa Juana de los mataderos” de Bertolt Brecht, etc.
Uno
de los dramaturgos mexicanos más reconocidos como lo fue Víctor Hugo Rascón
Banda, quien era muy amigo de Blas y Raquel, en ocasión del veintidós
aniversario escribió para ellos la obra “El Ausente”. En los meses de ensayo
fue cuando se produjo el deceso de Blas por lo que Raquel asumió la dirección
escénica y en carta dirigida a ella, decía Rascón Banda:
Privilegiados los dramaturgos que
podemos contar con una compañía estable y de prestigio como Contigo América.
Privilegiados los espectadores que
pueden contar con la alternativa de un teatro diferente como el de Contigo
América, que ve más allá de la evasión y del entretenimiento y que es un teatro
comprometido, que aborda la condición humana y la problemática social.
Raquel
fue actriz, boletera, directora, anunciante, escenógrafa, etc. porque, tal como
ella misma decía, “un integrante de nuestra institución debe conocer desde la
taquilla hasta el camerino”. No se engañaba, sabía que se vivían tiempos en que
los principios del elenco iban en contra de la corriente pero no era momento de
convertirse al oportunismo. Es así que en ocasión del veinticinco aniversario de
Contigo América afirmó: “En este mundo globalizado, neoliberal, de una economía
salvaje, en el que el ser humano ha sido descategorizado, convertido en
mercancía, seguimos conscientes y empecinados en priorizar los principios que
nos dieron vida, en hacer un teatro independiente, ahondar en nuestras raíces y
en estrechar los vínculos con nuestra América Latina, para reafirmarnos humana
y creativamente.” ¿Más claro?
El
grupo atravesó altibajos y las diversas etapas en lo económico iban de lo muy
grave a lo grave. Hasta hoy es habitual que al ingresar al foro se reparta a
los asistentes un sobre para que allí depositen su contribución voluntaria.
Expresión de un principio irrenunciable: nadie podía dejar de concurrir al
teatro por falta de dinero. Otra peculiaridad está dada porque al terminar cada
función se pregunta a los asistentes acerca de sus opiniones, sentimientos y
reacciones en relación a la obra. El diálogo entre espectadores y actores es parte
fundamental de la propuesta.
Por
si alguien tuviera dudas de que el teatro era su vida y que las fronteras entre
la una y la otra para ella no existían, Raquel –a la manera de los teatreros
del pasado- se fue a vivir a un pequeño departamento construido encima del foro
con la austeridad impuesta por ella misma y bajo la dirección del arquitecto Elbio
“Pocho” Bernasconi estimado integrante de la colectividad uruguaya en México
que desde siempre fue un amigo muy valioso del elenco.
Si
no me equivoco, la última obra que dirigió Raquel fue “Fuenteovejuna” de Lope
de Vega. Me pareció verla particularmente tensa en esta ocasión dado que, me imagino, por una parte le costaría
muchísimo no estar en el escenario y por otro lado esa obra le era
particularmente significativa y la remitía a muchas circunstancias del pasado.
A “Fuenteovejuna” no se le podía fallar.
La
noche que el grupo celebró sus treinta y un aniversario con actividades musicales, la
reseña de la historia del elenco y un brindis, Raquel se sintió mal y prefirió
quedarse en su habitación. Para todos los que estuvimos allí fue muy
emocionante brindarle un sentido y nutrido aplauso que debería llegar del foro
a su habitación. Unos días después su salud empeoró. La visité en el Hospital General en la sala
común en la que estaba internada. Hablamos de esa celebración, le gustaba
escuchar las impresiones de los asistentes. Cuando le sirvieron la comida solo
pudo con dos cucharadas de arroz luego me miró con su sonrisa pícara
acostumbrada, que interpreté como: “Mira lo que me traen… Qué bueno estaría que
en lugar de esto me consiguieras un whisky y un cigarro”. Quedé en deuda, no
pude.
Raquel
murió en su casa del foro el 17 de marzo,
próxima a cumplir 80 años de edad. Sus restos mortales fueron velados,
como no podía ser de otra manera, en el foro de Contigo América a donde
concurrieron a despedirla compañeros del grupo, amigos, colegas, compatriotas y
público en general.
La
de Raquel fue una vida muy rica en su calidad como persona, sin embargo se
alegraba de no ser exitosa en los términos impuestos por la cultura dominante: hasta
el final vivió al día, no tenía seguro médico, sus posibilidades de viajar a
Uruguay se sustentaban en que el pasaje le fuera obsequiado. Reivindicaba el
derecho a ser perdedor en este entorno de valores vigentes. Pocas veces he conocido
personas tan congruentes por lo que confrontar su discurso con su forma de vida
sería caer en pleonasmo.
Ahora
en que a la ausencia de Blas se suma la de Raquel, este deseo está más vigente
que nunca.
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