La posibilidad de trazar proyectos así como desistir de los mismos, es uno
de los derechos más importantes en la vida. No todos los proyectos realizados
tienen un final feliz; no todas las decisiones de apartarse de ellos resultan
negativas. En fin, que el asunto tiene su complejidad.
Uno de los proyectos de juventud más recurrido es el de viajar, cambiar de
aires, conocer otras realidades, hacerle de Ulises durante un rato (que puede
ser toda la vida). Para emprender tamaña empresa, por lo general se requiere de
los amigos porque es sabido que toda travesía compartida no parece tan
riesgosa.
El escritor Sergio Pitol rememora sus primeros proyectos de viaje (que
luego fueran tan frecuentes en su vida).
“Mi deseo de viajar, el afán que me acuciaba de conocer lo otro, lo que
siempre está más allá, me llevó a realizar un viaje a Nueva York y a Nueva
Orleáns a principios de 1953, con escalas en varios puertos estadounidenses, y
a planear con unos amigos un viaje sudamericano para las vacaciones durante el
año de 1954.”
Pero sucedió que a medida en que se acercaba el momento de partir, uno a
uno sus amigos se fueron bajando. “En el último mes, uno por uno mis amigos fueron
desistiendo de la travesía”.
Llama la atención las diversas razones que, de acuerdo con el mismo Pitol, fueron
presentando sus cuates. Así es como desfilan las materiales (“algunos por falta
de dinero”), las físicas (“otros aludieron a enfermedades y accidentes
repentinos”), las especializadas (“otro, sobrino de un almirante, insistió en
que aquel viaje sería un desastre, era la época de las peores tormentas en el
Atlántico y viajar en barco significaría internarse en el infierno”). También
sucedió que hubo quienes propusieron bajar las miras del viaje y orientarlo
hacia destinos internacionales más cercanos (“alguien propuso que mejor
fuéramos unos días a Guatemala, otro que a San Antonio, Texas”). Tampoco faltó
quien contra ofertara un destino más modesto (“otro más que a Pachuca, donde,
según él, las barbacoas eran de primera”). En esto último sin duda le asistía
razón: las barbacoas de Pachuca son las mejores.
Hay quienes al quedar solos en su proyecto, también terminan por abandonarlo.
No fue el caso de Sergio Pitol: “En fin, emprendí solo el viaje.”
Me queda la duda de si sus amigos habrán optado por llevar a cabo alguno de los planes alternativos, ya sea el recorrido por Guatemala o un fin de semana en Pachuca, la bella airosa. Respecto a lo que aconteció posteriormente en la vida del escritor, él mismo se encarga de describirlo. Lo que ya no pude saber, en mi calidad de metiche, es qué fue de la vida de sus amigos.
En lo que a mí respecta, ante algunos proyectos tuve la persistencia del maestro Pitol y frente a otros, desistí tal como lo hicieron sus amigos. En más de una ocasión opté por ir a comer barbacoa a Pachuca. Y a mucha honra.
Me queda la duda de si sus amigos habrán optado por llevar a cabo alguno de los planes alternativos, ya sea el recorrido por Guatemala o un fin de semana en Pachuca, la bella airosa. Respecto a lo que aconteció posteriormente en la vida del escritor, él mismo se encarga de describirlo. Lo que ya no pude saber, en mi calidad de metiche, es qué fue de la vida de sus amigos.
En lo que a mí respecta, ante algunos proyectos tuve la persistencia del maestro Pitol y frente a otros, desistí tal como lo hicieron sus amigos. En más de una ocasión opté por ir a comer barbacoa a Pachuca. Y a mucha honra.
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