Siendo que las palabras constituyen un recurso cultural gratuito y
renovable, hay quienes hablando o escribiendo mucho no dicen nada. Pero también
están aquellos que necesitan de muy pocas palabras para decirlo todo. En
relación a este último grupo, Germán Dehesa nos ofrece un ejemplo contundente.
Bueno, pues una vez tuve que cuidar un examen
extraordinario de historia universal. Era ya la segunda vuelta, así es que los
ocho o nueve jovenzuelos que se presentaron eran asnos muy fogueados y
decantados. El titular de la materia me entregó un sobre con el tema del examen
y me suplicó que fuera yo implacable. Dicho esto, se retiró y yo procedí a
escribir en el pizarrón lo siguiente: “situación de Europa al borde de la
primera guerra mundial”. Eso es todo, tienen dos horas y si van a copiar
háganlo con modestia y discreción porque si no, me los cargo. Así les dije.
Pánico en las filas. Los réprobos se miraban con aire desolado. Sólo uno
permanecía impávido y sereno. Se pasó las dos horas en una suerte de nirvana
tibetano, al borde de la levitación y sin escribir una sola palabra. Cuando yo
avisé: “señores, un minuto”, el jovenazo con toda parsimonia tomó la pluma y
escribió unas cuantas palabras; se levantó, me entregó la hoja y se retiró con ese
aire galano y sosegado del que sabe que ha cumplido con su deber. Apenas salió,
yo, trémulo de curiosidad, leí el escuetísimo examen que a la letra decía: “la
situación era tensa”. Ya no supe si su maestro de historia supo valorar este
alarde de síntesis. Yo le hubiera puesto diez.
Aun cuando podemos coincidir con el citado estudiante en cuanto a que previo
a la primera guerra mundial “la situación era tensa”, suponemos que el docente
encargado del curso no siguió el criterio de evaluación propuesto por Germán
Dehesa, quien por otra parte tanto se caracterizó por sus textos lúcidos al
tiempo que críticos, cuando no francamente irónicos.
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