Fotograma de la película "Despertares" |
Su trayectoria comenzó a ser conocida
a mediados de la década de los sesentas del siglo pasado en ocasión de trabajar
en un hospital de enfermos crónicos en la ciudad de Nueva York. El libro “Verdades
y Mentiras. Hechos insólitos y extraordinarios” (México, Selecciones del Reader’s Digest, 1989) presenta un panorama de lo
que allí acontecía.
"Estas
salas", escribió posteriormente (el doctor Sacks), "estaban llenas de
extrañas figuras congeladas, estatuas humanas petrificadas; un espectáculo...
horrible."
Los pacientes eran
víctimas de encefalitis letárgica o enfermedad del sueño, que apareció en
Europa en 1915, y para 1918 ya se había extendido por todo el mundo; adoptaba
tantas formas que los médicos estaban desconcertados. Algunos consideraban que
coincidían docenas de enfermedades diferentes; otros simplemente la llamaban
“una enfermedad oscura con síntomas cerebrales”.
Afectó a cinco
millones de personas, pero no hubo dos casos iguales. Cerca de la tercera parte
murió pronto; algunos entraron en un estado de coma del cual nunca salieron;
otros pasaron tantos días y noches de insomnio que también perecieron. A los
sobrevivientes se les alteró la personalidad. Según Sacks, los niños se volvían
"impulsivos, provocadores, destructores, lascivos e impúdicos". Otras
víctimas "eran tan insustanciales como fantasmas y tan pasivas como
zombis".
La epidemia se
desvaneció en 1927 tan súbita y misteriosamente como había aparecido. Más de 40
años después, en el hospital de Nueva York, Sacks encontró unos 80
sobrevivientes. Los efectos a largo plazo de la enfermedad del sueño, que había
evolucionado en una forma de la enfermedad de Parkinson, convirtieron a muchos
de los pacientes en "estatuas vivientes". (...)
Sacks se enteró de
los exitosos experimentos que se habían hecho con el medicamento experimental
L-dopa para combatir la enfermedad de Parkinson. ¿Podría utilizarse también
para ayudar a estos pacientes? En marzo de 1969 Sacks comenzó a recetarlo a los
enfermos.
El efecto fue
sorprendente. Las estatuas vivientes volvieron a la vida. "Pacientes
inmóviles y congelados, en algunos casos durante casi cinco décadas, de pronto
pudieron volver a caminar y hablar, a sentir y pensar, con una libertad
perfecta." Las salas otrora silenciosas comenzaron a llenarse de nuevo de
actividad y excitación. Algunos pacientes describieron el limbo en que habían
vivido. "Dejé de preocuparme", dijo uno. "Nada me impresionaba,
ni siquiera la muerte de mis padres. Olvidé lo que era ser infeliz."
Aunque se dieron
cuenta de que había pasado casi medio siglo desde que habían contraído la
enfermedad, muchos pacientes se comportaban como si todavía estuvieran en los
años veinte: un hombre que fue corredor de automóviles en su juventud dibujaba
continuamente lo que en 1969 eran vehículos anticuados. Una mujer que enfermó
en 1926 hablaba de esa época como si todavía viviera en ella
Si bien algunos
pacientes mejoraron con la administración de L-dopa, otros sufrieron
padecimientos casi intolerables. (…)
En la actualidad
todos, excepto un puñado de las víctimas de esta extraña epidemia y su
prolongada secuela, han muerto, pero enseñaron mucho acerca del funcionamiento
del cerebro y del posible efecto de medicamentos como L-dopa.
Los pacientes de
Oliver Sacks le pidieron que narrara su historia. Uno escribió a nombre de
todos: "Soy una candela viva, me he consumido para que usted pueda
aprender. Se verán cosas nuevas a la luz
de mi sufrimiento."
El cine no permaneció ajeno por lo que
en 1990 se estrenó la película Despertares
basada en los acontecimientos anteriormente mencionados.
El
hombre que confundió a su mujer con un sombrero (Barcelona, Anagrama, 2002) es uno de
los libros de Sacks. Aun cuando dicho título puede que no constituya una
invitación demasiado sugerente al lector, se trata de un trabajo ampliamente
recomendable en el que por medio del análisis de casos clínicos (todos
conmovedores), el autor se adentra en las complejidades del cerebro humano. En
este libro es posible apreciar otra de las singularidades de Oliver Sacks, la
de su honestidad científica. Por lo general, y tal como es sabido, los
científicos hacen públicos sus aciertos y procuran callar o esconder sus errores.
No es su caso. Aun cuando allí se alude al éxito obtenido en el tratamiento con
el que dio seguimiento a diferentes pacientes, no evita reconocer los errores
cometidos. Uno de ellos tuvo que ver con un paciente de nombre Jimmie; el
relato es del propio Sacks.
Fotograma de la película "Despertares" |
(…) un paciente
mío en el que se ejemplifican concretamente esos interrogantes, el encantador,
inteligente y desmemoriado Jimmie G., que fue admitido en nuestra residencia de
ancianos próxima a la ciudad de Nueva York a principios de 1975, con una
críptica nota de traslado que decía: “Desvalido, demente, confuso y
desorientado”.
Jimmie era un
hombre de buen aspecto, con una mata de pelo canoso rizado, cuarenta y nueve
años, de aspecto saludable, bien parecido. Era alegre, cordial, afable.
-¡Hola, doctor!
-dijo-. ¡Estupenda mañana! ¿Puedo sentarme en esta silla?
Era una persona
simpática, muy dispuesta a hablar y a contestar cualquier pregunta que le
hiciesen. Me dijo su nombre, su fecha de nacimiento y el nombre del pueblecito
de Connecticut donde había nacido. Lo describió con amoroso detalle, llegó
incluso a dibujarme un plano. Habló de las casas donde había vivido su
familia... aún recordaba sus números de teléfono. Habló de la escuela y de su
época de escolar, de los amigos que había tenido y de su especial afición a las
matemáticas y a la ciencia. Habló con entusiasmo de su época en la Marina , tenía diecisiete
años, acababa de terminar el bachillerato, cuando lo reclutaron en 1943. Dado
su talento para la ingeniería era un candidato “natural” para la radiofonía y
la electrónica, y después de un curso intensivo en Texas pasó a ocupar el
puesto de operador de radio suplente en un submarino. Recordaba los nombres de
varios submarinos en los que había servido, sus misiones, dónde estaban
estacionados, los nombres de sus camaradas de tripulación. Recordaba el código
Morse y aún era capaz de manejarlo y de mecanografiar al tacto con fluidez.
En determinado momento de la
entrevista, Sacks comienza a sospechar que algo extraño sucede al paciente en
relación al manejo del tiempo.
Al recordar, al
revivir, Jimmie se mostraba lleno de entusiasmo; no parecía hablar del pasado
sino del presente, y a mí me sorprendió mucho el cambio de tiempo verbal en sus
recuerdos cuando pasó de sus días escolares a su período en la Marina. Había estado
utilizando el tiempo pasado, pero luego utilizaba el presente... y (a mí me
parecía) no sólo el tiempo presente formal o ficticio del recuerdo, sino el
tiempo presente real de la experiencia inmediata.
Se apoderó de mí
una sospecha súbita, improbable.
-¿En qué año
estamos, señor G.? -pregunté, ocultando mi perplejidad con una actitud
despreocupada.
-En cuál vamos a
estar, en el cuarenta y cinco. ¿Por qué me lo pregunta? -luego continuó-: Hemos
ganado la guerra, Roosevelt ha muerto, Truman está al timón. Nos aguarda un
gran futuro.
-Y usted, Jimmie
¿qué edad tiene?
Su actitud era
extraña, insegura, vaciló un instante. Parecía estar haciendo cálculos.
-Bueno, creo que
diecinueve, doctor. Los próximos que cumpla serán veinte.
Fotograma de la película "Despertares" |
En este contexto es cuando se presenta
el error -siempre siguiendo el relato del
propio Oliver Sacks- que aun mucho tiempo después seguirá recordando como
una equivocación profesional no exenta de sentimientos de culpa.
Al mirar a aquel
hombre de pelo canoso que tenía ante mí, tuve un impulso que nunca me he
perdonado... era, o habría sido, el colmo de la crueldad si hubiese habido
alguna posibilidad de que Jimmie recordase.
-Mire -dije, y
empujé hacia él un espejo-. Mírese al espejo y dígame lo que ve. ¿Es ese que lo
mira desde el espejo un muchacho de diecinueve años?
Palideció de
pronto, se aferró a los lados de la silla.
-Dios Santo
-cuchicheó-. Dios mío, ¿qué es lo que pasa? ¿Qué me ha sucedido? ¿Será una
pesadilla? ¿Estoy loco? ¿Es una broma?
Parecía frenético,
aterrado.
Al tomar conciencia del malestar
ocasionado a Jimmie, el doctor Sacks optó por una salida que aminorara el daño.
-No se preocupe,
Jimmie -dije tranquilizándolo-. Es sólo un error. No hay por qué preocuparse.
¡Venga!
Lo llevé junto a
la ventana.
-Verdad que es un
maravilloso día de primavera -le dije-. ¿Ve aquellos chicos que hay allí
jugando al béisbol?
Recuperó el color
y empezó a sonreír y yo me escabullí llevándome aquel espejo odioso.
¿Por qué el doctor Sacks decidió hacer
público este error?, ¿qué lo llevó a compartirlo con sus lectores? Tal vez la
razón se encuentre en lo que afirma Alicia Molina en cuanto a que “los
sentimientos tienen una propiedad extraña, casi mágica: si son alegres, cuando
los compartes crecen y si son tristes, crecen cuando no los compartes”. También
pudo haberlo hecho público en el afán de invitar a sus jóvenes colegas a ser
muy cuidadosos en el trato con los pacientes.
Aun reconociendo la función tan útil
que cumplen, no conviene desconocer el potencial peligro que el uso de los
espejos puede presentar, por lo que es posible concluir que en ciertas
circunstancias se convierten en objetos que exigen un trato de mucho cuidado.
Gracias doctor Sacks por la lección y disculpas
Jimmie por el malestar ocasionado.
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