martes, 23 de octubre de 2012

Propuesta Políticamente Incorrecta (PPI)


Sabido es que la música alegra el espíritu. No existe problema que se vea peor con algunos acordes en la cercanía por lo que nunca será suficiente el agradecimiento a grupos y solistas que nos regocijan con sus cantos y melodías.


Ahora bien, hay intérpretes que, aún teniendo la mejor de las voluntades, resultan francamente muy malos cuando no calamitosos. Si se presentan en un espacio abierto –en una esquina del Centro Histórico, pongamos por caso- uno es libre de apartarse del lugar lo más rápidamente posible. La cosa cambia cuando entonan  sus melodías en un recinto cerrado como lo es un medio de transporte público. Allí uno se transforma en auditorio cautivo, en víctima propicia y el espíritu lejos de alegrarse, se agüita.

 
De esta manera topamos con un conflicto de intereses: el trovador tiene todo el derecho del mundo a ganarse unos pesos en forma honorable al tiempo que el usuario del transporte colectivo (camión, pesero, trolley, metro) tiene también todo el derecho del mundo a presenciar espectáculos que cuenten con un mínimo de armonía y que sean libremente escogidos. Seguramente más de uno de los siempre improbables lectores esté pensando, con algo de sorna, que el autor de estas líneas tal vez se crea Caruso. No, no es el caso, canto horrible y solo lo hago en la privacidad, cuando tengo la mente entretenida en otra cosa y ello impide que me oiga a mí mismo. En el momento en que la atención se hace consciente, enmudezco inmediatamente.

 
Estoy seguro que la vida en grandes ciudades presenta múltiples choques de derechos mucho más importantes que el que aquí enuncio, no obstante sería conveniente buscarle solución. Se me ocurre que hay dos posibilidades. La primera, sobre la cual soy más bien mesurado en relación a sus previsibles resultados, sería invitar a los propios intérpretes y conjuntos desafinados a hacer conciencia de sus limitaciones e iniciar un proceso de reconversión ocupacional como podría ser el de dedicarse a la venta de diversos productos. ¿Por qué no soy optimista al respecto? Porque la gran mayoría de quienes atentan contra la armonía tienen una opinión muy elevada de sí mismos al considerarse émulos de Agustín Lara, Pedro Vargas o Juan Gabriel. Son muy pocos los des-armónicos que aceptan serlo y el caso más ilustrativo que conozco lo refiere Carlos Monsiváis.

Cinco de la noche. En el vagón de Metro el joven con la guitarra se dirige a los presentes y anuncia:
-Les voy a cantar una canción del gran compositor y poeta del pueblo José Alfredo Jiménez, pero antes les advierto una cosa: no tengo nada de voz y desafino que da gusto. ¿Entonces por qué canto? Porque no he conseguido trabajo, tengo mujer y dos hijos y me importa que coman. Así es y no quiero sus miradas de lástima. Le debo mi pinche situación a que ni ustedes ni yo hemos hecho nada contra este Sistema, y eso nos trae jodidos, la impotencia de mierda en la que nos movemos, ¿nos movemos?, nos quedamos quietos, carajo, y por eso ustedes perciben sueldos de hambre, y yo ni sueldo recibo, y no me salgan con lo de "¡Trabaja, güevon!", porque aunque quisiera, siempre exigen una carta de recomendación del Presidente de la República y del Papa. No se volteen, véanme de frente, les voy a cantar la maravillosa "Paloma querida", aunque ya les advertí que cantar no es lo que sé hacer, y ustedes van a darme cualquier cosa, y con esa limosnita hoy cenaremos lo que sea en mi pobre casa que no la comparto con desconocidos, y ustedes se olvidarán de mí nomás salgan del vagón, como se olvidan de todo para no acordarse de su pinche condición de explotados y, bueno, se las hice cansada, ahí les va... ¡chin! Ya llegamos a la otra estación y mejor denme algo porque si no les canto y tengo una vocecita de la chingada, y no, no es asalto de “La bolsa o el oído”, pero cooperen, cuates, y con eso ayudan a unos todavía más jodidos que ustedes, y no me escuchan asesinar una canción del gran José Alfredo Jiménez, el poeta de México.

 
Realmente encomiable la solución que encontró este trovador al conciliar su necesidad de ingresos con las restricciones que reconocía tener para desenvolverse en tan noble oficio.

 
Sin embargo las cosas no siempre se resuelven por la vía de la reflexión personal y ante ello propongo otra solución. Consiste en organizar periódicas audiciones para que los aspirantes a músicos ambulantes entonen algunas piezas de su repertorio frente a un jurado en el que los oídos de sus integrantes representan al de muchos conciudadanos. Este tribunal debería emitir su veredicto respecto a quienes sí tienen las aptitudes mínimas para deambular por los transportes públicos y quienes, por bien propio y ajeno, deberán dedicarse a otro oficio.

 
No faltará quien me acuse de inhumano máxime cuando algunos cantantes callejeros manifiestan algún tipo de discapacidad muy notoria. Por el contrario, al solicitar la colaboración de la ciudadanía por otro vía podrían incluso mejorar sus ingresos ya que el decir del mismo Carlos Monsiváis, “(...) la compasión hacia los cantantes minusválidos (...) nunca se extiende a su repertorio.”

 
En fin, la propuesta queda hecha.

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