Desde esa lógica -y para asegurar su alimentación- “la
sirvienta enviaba, por ejemplo, para el desayuno cinco lonchas de tocino, que
era más de lo que la señora necesitaba”.
Hasta aquí todo bien, sin embargo surgió una dificultad
inesperada: la señora tenía la costumbre -propia de aquella época- de creer que
nada debía desperdiciarse. Es así que “se comió las cinco lonchas y la
sirvienta, en vista de eso, le puso siete”. Aquel desencuentro silencioso
continuó creciendo. “La señora palideció un poco, pero siguió el sendero del
deber y se las comió. La sirvienta, empezando a sentir que también a ella le
gustaría desayunar, le puso nueve o diez lonchas. La señora tomando impulso,
acometió contra ellas, de cabeza, y no dejó una. Y supongo que así, sucesivamente,
debido al silencio cortés entre las dos clases.”
Con el humor que lo caracteriza, Chesterton especula
sobre el posible final de aquel desencuentro. “No quiero ni pensar cómo
terminaría. La conclusión lógica parece ser que la sirvienta murió de hambre y
la señora de hartazgo.”
A manera de moraleja es posible concluir que en la vida
se presentan circunstancias en que lo recomendable es preguntar en lugar de
suponer acerca de la conducta de los otros.
¡Ah!, y por lo demás cabe subrayar que no siempre es tan
bueno seguir el sendero del deber ni tan malo dejar algo en el plato.
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